Castañas en ascuas
Las Villas con “Capricho árabe”, de Francisco Tárrega
El otoño reclama las castañas para que los congregados las den al fuego. El grupo comparte cita amistosa en un cortijo de Las Villas nucleados en torno a la chimenea. Estancia austera que se va caldeando conforme arden los troncones. Uno de ellos es un trasunto de trébede que, hábilmente colocado, horada el fuego por su centro y deja círculo preciso para la vieja sartén agujereada. Así las llamas hacen su trabajo sin quemar. Sólo asan.
Caen las castañas bruñidas al hierro candente y su olor inunda el espacio, inconfundible. El grupo habla, comenta sus cosas, relata hechos de hoy y de ayer. Manos diestras mueven la sartén, la levantan, la vuelven al fuego hasta que las cáscaras se abren para descubrir ese corazón dorado, de textura sólida y terrosa, ya ablandada por el fuego, ofreciendo un sabor único que revitaliza.
Aquellos celtas, sabios del bosque, las ofrecían a los difuntos en el Samhain, rito funerario. Los romanos lo hicieron suyo y los pueblos cristianos en la celebración de Todos los Santos. Alimento ritual, menú imprescindible en los viejos y largos velatorios. Siempre para compartir, siempre para recordar, siempre para reponer fuerzas y seguir adelante.