Arroz a fuego vivo en la aldea
La Sierra de Segura, con la Sonata para piano número 13, de Franz Schubert

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Si los vecinos ahuecan las manos y vocean podrían escucharlos los albaceteños que viven a un tiro de piedra, más o menos. El viajero incluso quiere creer que les llega el olor de ese arroz que están cocinando a fuego vivo en un sartenón para rematar la fiesta en honor a La Milagrosa, íntima como la aldea, como su ermita, y grande como la fraternidad que anima un día espléndido de esta primavera a la que empujan ya los calores más propios del verano.
Territorio segureño. La parrilla se ha puesto al rojo vivo con los palos encendidos. Crepitan con orden y concierto. Terminado el sofrito esperan su turno raudales de arroz y los avíos de la huerta, el campo y el mar cortados por lo menudo. Los cucharones de madera remueven un sabroso magma amarillo en el que destacan esos tropezones. Poco a poco van alcanzando su punto de textura y color.
La gente está en la celebración. Cierra la escuela rural, el aula de adultos y, más de lo necesario, el consultorio médico. Cuando la misa termine y haga lo propio la procesión, un rosario de platos humeantes coronados con una rebana de pan y acompañados de vino o cerveza bien fresca pondrá punto y seguido a una liturgia cuyos salmos sólo serán un eco lejano durante la noche. Fiesta en la aldea. No hay nada mejor que compartirla con ellos. Son hospitalarios, sin reservas.