A la flama de las velas
Área Metropolitana con “Novena sinfonía”, de Ludwig van Beethoven
VÍDEO
Son de uso muy antiguo. Los primeros que hicieron destellar sus flamas fueron los egipcios con juncos y papiros enrollados que untaban en sebo. Siempre estuvieron las velas en los rituales más ancestrales y para iluminar las oscuridades. Los chinos utilizaron tubos de papel como mecha con cera de insectos. En la India, la vela se hacía de la canela y los romanos sumergían la mecha en grasa animal para iluminar casas y templos. Magníficas lucernas de cerámica como fueron magníficos mucho después los candiles de metal. En el Medievo ya fabricaron velas con cera de abeja, cuyo olor era infinitamente mejor que el del sebo, y en el siglo XIX se fabricaron, con marchamo industrial, utilizando la cera de estearina.
Sus flamas son pequeñas y prenden en los delgados pabilos embutidos en el centro de la cera. Las hay de todo tipo y se han usado en numerosos rituales. Encender una vela puede ser un acto religioso, un recurso de emergencia si hay apagón, un intento de recrear ambientes que requieren la luz que sólo ellas pueden dar a uno o a miles. Si son blancas dicen que sugieren pureza; las rojas, pasión; las azules, serenidad y las verdes, prosperidad o abundancia. Pero sobre todas sus connotaciones prevalece su halo de magia y misterio.