A la mierda

Andrés Ortiz Tafur

Hay personas que dicen que no hay nada que se asemeje a una buena paella o a un buen chuletón o a una buena mariscada. No una vez, muchas, muchísimas, y todos los días, a cualquiera hora, incluso durante la sobremesa, cuando al resto de comensales se nos antoja demasiado pesado escuchar a alguien hablando de comida. Y no acaba aquí la historia: en un momento determinado, esas mismas personas retuercen su discurso y suman a la exaltación de esa puta paella o de ese puto chuletón o de esa puta mariscada el planteamiento de que todos debemos comer paella, chuleta o marisco. Todos. Sin excepción. Y esto último lo hacen además sin ninguna clase de miramientos: atreviéndose a afear el resto de comida e indicándonos a los que nos decantamos por otros manjares y declinamos comer mierda de arroz, mierda de carne o mierda de langostinos que no sabemos comer. En contra de lo que pueda parecer, no se trata de personas con ideas fijas y bien asentadas, ni de coña; el secreto radica en la fidelidad insensata que les profesan a unos directores de orquesta que, según sus apetencias y conveniencias, les van variando el menú. De modo que los mismos que hoy juran o prometen que darían su vida por encontrarse en Ávila frente a un cacho de ternera o en la malvarrosa con su socarrat o en Viveiro frente a una fuente de percebes, en realidad deberían estar en la mierda. Sempiternamente.