Un hogar para los temporeros que llegan a Jaén

Movilización de recursos ante llegada de mano de obra para trabajar en el campo
Dispositivo de emergencia Nuestra Buena Madre, de Cáritas Interparroquial, en la Avenida de Madrid. / Jason Moyano / Diario JAÉN.
Othmane Nahi y Modou Djiba son los voluntarios que registran la llegada de temporeros hasta el dispositivo de emergencia de “Nuestra Buena Madre”. / Jason Moyano / Diario JAÉN.
Alegría Crespi acompaña a un temporero desde “Nuestra Buena Madre” hasta el Albergue de Temporeros. / Jason Moyano / Diario JAÉN.
Manuela Rosa Jaenes

Pagan a las mafias los ahorros familiares de toda una vida, arriesgan su propia existencia para cruzar la frontera de agua que separa la realidad de un sueño, piensan que después del complicado recorrido en patera encontrarán lo que buscan y, tras luchar contra viento y marea, pisan terreno desconocido y se adentran en el interior de algo parecido a una cárcel. Son indocumentados que, abrazados a la ilegalidad, no pueden regresar a su lugar de origen. Es entonces cuando se convierten en temporeros. Comienzan a trabajar, como pueden, en el campo. Un día, dos... una semana. Algunos llegan a cobrar treinta euros por doce horas de explotación laboral. No les importa. Prefieren dormir en la calle, comer cuando pueden y asearse por solidaridad con tal de alcanzar un sueño español inexistente. De Lérida viajan a Huelva, a Almería, a Ciudad Real y, a partir de octubre, a Jaén.

El relato del primer párrafo responde a testimonios en primera persona de jóvenes de entre veinte y treinta años que conviven entre nosotros, en la recta final de 2025, para trabajar en lo que los jiennenses no queremos. La recogida de la uva fue escasa en Castilla-La Mancha y, como consecuencia, anticiparon la llegada a la provincia para buscar tajo en la aceituna. En plena Feria de San Lucas se detectó su presencia, fundamentalmente, en la capital, lugar de entrada y de retorno. Las administraciones públicas, a través del Foro Provincial de la Inmigración, intentan facilitar recursos públicos para que esa mano de obra tenga mucho más que un techo. Sin embargo, hay ocasiones en las que no llegan a cubrir las necesidades evidentes y, ante un problema que se acentúa en años de masiva afluencia como el actual, Cáritas Interparroquial responde con voluntarios anónimos que no pueden mirar hacia otro lado. María del Carmen Paredes Aparicio, responsable de Inmigración y directora del Centro de Día Santa Clara, nos acompaña en un recorrido nocturno, a nueve grados de temperatura, un domingo cualquiera de noviembre.

La Estación de Autobuses es uno de los “puntos calientes”. Allí se concentran quienes ya están y los que acaban de llegar. Jiennenses con un chaleco reflectante les ofrecen café, mantas, conversación y una cama en los lugares habilitados en el dispositivo de emergencia. Incluso los trasladan en sus coches a “Nuestra Buena Madre”, al Centro de Día Santa Clara, al Comedor de Belén y San Roque o al Albergue de Temporeros. Cada servicio ofrece soluciones para cada problema. El primero, por ejemplo, funciona todo el año con 24 camas, sólo por la noche, a personas sin hogar. Ahora tiene 35 más en la planta de arriba, gracias al suelo ofrecido por el colegio de los Hermanos Maristas y a la gestión de voluntarios, algunos de ellos usuarios que quieren echar la misma mano que encontraron ellos al llegar. Registran a cada temporero y, allí, al menos, duermen tranquilos. En Santa Clara pueden desayunar, comer y cargar los teléfonos móviles. “Esa es su verdadera obsesión, poder contactar con sus familias para informarles de su situación”, comenta Paredes. En San Roque dan hasta doscientas comidas y cenas diarias. “Estamos desbordados. Ahora deberíamos estar empezando a recibirlos, pero llevamos desde la segunda semana de octubre con mucha afluencia, hay mucha gente durmiendo en la calle y nosotros, a través del dispositivo de Cáritas, intentamos que tengan un lugar para refugiarse, para comer y para asearse, además, con una labor de acompañamiento importante”, añade. Jaén es el principal territorio de recepción: “Ellos creen que como la capital es más grande tienen más recursos y más trabajo, de aquí no se mueven hasta que no se abre el resto de albergues. A veces llegamos hasta donde no llegan las administraciones”. De lunes a domingo, a partir de las ocho de la tarde, hay hombres y mujeres que dedican su tiempo libre a quienes más lo necesitan. Detectan, incluso, casos fraudulentos que trasladan a las instituciones competentes. Son mucho más que ese hombro en el que llorar o ese abrazo que tanto reconforta.

“Nosotros atendemos a quien llame a nuestra puerta, pero el problema es que como la mayoría no tiene documentación es muy complicado que encuentren trabajo, aunque nunca pierden la esperanza después de jugarse la vida para llegar a España en una patera”, subraya María del Carmen Paredes. En el Centro de Transeúntes, ahora convertido en Albergue de Temporeros, sí es necesario presentar los papeles, aunque este año levantan la mano y permiten que sea de forma electrónica. “A veces hay suplantación de identidad, lo detectamos cuando acuden al médico, por ejemplo”, añade la responsable de Inmigración de Cáritas Interparroquial. La concejala delegada del Patronato Municipal de Asuntos Sociales, Ángeles Díaz, asegura que hacen todo lo posible por agilizar la entrada de temporeros en las instalaciones ubicadas en la carretera de Granada. “Durante el día funcionan con normalidad, pero se complica todo por la noche, cuando se acumulan los que vienen en autobús y los que traen los voluntarios”, señala. La media está en dos personas cada diez minutos. Como en cualquier entidad que trabaja con hospedaje, deben quedar por escrito sus datos. Allí encuentran comida, aseo y cama durante cuatro noches, pero después se ven obligados a buscar otro destino. Hay que tener en cuenta que el Foro Provincial de Inmigración estableció el 15 de noviembre como fecha recomendada para abrir los albergues, pero el Ayuntamiento decidió adelantar la puesta en funcionamiento dos semanas antes. El día 5 estaban ya las 170 plazas a pleno rendimiento. “Hay muchos que hacen la reserva y luego no se presentan, por lo que llegan las doce y media de la noche y todavía estamos registrando a gente”, añade la edil, quien recuerda que existe un servicio que pueden contratar los empresarios por ocho euros el día y que, hasta ahora, no se ha usado. Incluye pernoctación y pensión completa. Incomprensible. Está claro que queda mucho trabajo por hacer para que quienes eligen a los temporeros para recoger su aceituna se responsabilicen y ofrezcan, además de con trato reglado, unas condiciones dignas de trabajo. Sin embargo, aunque tampoco se puede generalizar, cunde el escenario de aquellos que acuden a un lugar determinado cada mañana, eligen a una decena de aspirantes a echar la jornada en el campo, les pagan lo que consideran oportuno y no quieren saber ni dónde duermen ni si tienen un trozo de pan para comer.

Jaén, tierra de entrada y salida, no sólo recepciona a quienes persiguen una oportunidad laboral. Después de cuatro noches en el albergue, les ofrecen un billete de transporte de menos de cien kilómetros para que puedan dar el salto a otros municipios. A los noventa días, cuando ya está recogida la aceituna, llega el momento de la salida y, por lo tanto, billetes de larga distancia. Así un año tras otro. “El esfuerzo humano y económico que hacemos es enorme”, manifiesta Ángeles Díaz. Son 58.000 euros los que recibe el Ayuntamiento de subvención, aunque el coste del dispositivo supera los 125.000, sin contar lo que cuestan los servicios extraordinarios de agentes policiales que custodian aquellos lugares que dan de comer a los usuarios. La provincia de Jaén tiene que afrontar el reto de organizar, a través de una red de albergues más ágil y ambiciosa, la llegada de mano de obra dispuesta a hacer lo que no quieren los demás. Son personas, con nombres y apellidos, que abandonan a sus familias en situaciones inhumanas para poder mantenerlas con lo que ganan en el campo. Tienen sus profesiones y aspiran a ejercerlas.

María del Carmen Paredes Aparicio, responsable de Inmigración en Cáritas Interparroquial, dice que llevan desde la segunda semana de octubre con mucha afluencia y “llegan hasta mucho más de lo que pueden”. Asimismo, Ángeles Díaz de la Torre, concejala delegada del Patronato Municipal de Asuntos Sociales, afirma que ofrecen a los empresarios un servicio por ocho euros cada noche que nadie ha contratado hasta el momento.

Manuel Calahorro Águila: “Es una realidad invisible que está”

“En 2021 hubo mucha afluencia de temporeros y vi la noticia de que los hosteleros les proporcionaban comida. Me sentí en la necesidad de ayudar y fue entonces cuando conocí una realidad invisible, porque aunque los ves, es como si no existieran, cuando vienen a recoger nuestra aceituna y a generar nuestra riqueza”. Es el testimonio del profesor Manuel Calahorro Águila, quien añade: “No vienen a robarnos el trabajo, sino a hacer lo que nosotros no queremos hacer y, además, en condiciones que nosotros no aceptaríamos jamás y, sin embargo, nos encontramos con albergues cerrados, sin capacidad y con instituciones sin medios. Nosotros intentamos acompañarlos, porque no es un dispositivo asistencial, sino que escuchamos sus historias, porque están solos, lejos de sus familias y lo han pasado mal”.

Alegría Crespi García: “Este es el trabajo que no se paga”

“Llevo 25 años como voluntaria. Empecé en La Merced, poco tiempo, porque me interesó siempre mucho el tema de la gente que no dónde dormir. Pasé por pisos de mujeres maltratadas, pero cuando se creó el recurso de calle, dentro del programa de Cáritas Interparroquial de personas sin hogar, me incorporé al equipo de voluntarios”. Alegría Crespi García, bióloga de profesión y madrileña de nacimiento, llevo muchos años en Jaén: “Esto es el trabajo por el que no se me paga, pero me da la vida y estoy encantada. Este colectivo es circunstancial, por la campaña, pero gente en la calle hay los 365 días del año. Te encuentras desde personas que están muy mal, porque llevan en la calle mucho tiempo, sin redes sociales, algunas con problemas mentales, adiciones... hasta quienes tienen ilusión por trabajar”.

Juan Cózar Olmo: “Ves el rostro de Cristo en la calle”

“Llevamos ya muchos años, 18 que recuerde, invierno tras invierno. Ha habido temporadas en las que se preveía mucha aceituna y esta ha sido una de ellas. Desde el 15 de octubre hay gente, un flujo importante de temporeros que nos obliga a estar aquí. Se duchan en Santa Clara y comen allí, pero duermen en Buena Madre. Hacemos equipos para ejercer labores de acompañamiento con mantas y café en la Estación de Autobuses, en La Alameda... Juan Cózar Olmo es un voluntario histórico: “Ves el rostro de Cristo en la calle. Gestionamos la urgencia, la noche. Viene mucha gente de veinte años de Túnez, Egipto, Mauritania, Níger, Senegal, Marruecos. Jaén está preparado, pero tiene que gestionar mejor esa preparación para que no haya gente durmiendo en la calle”.

Othmane Nahi (Marruecos, 36 años): “Lo mínimo que puedo hacer es ayudar”

Es la cara visible, por las noches, en el dispositivo de emergencia que tiene Cáritas Interparroquial en la Avenida de Madrid. Se llama Othmane Nahi, tiene 36 años y lleva diez en Europa, cinco en Francia y otro lustro en España. Habla perfectamente español y ayuda, como voluntario, para registrar la entrada de usuarios en lo que se conoce como “La Buena Madre”. Llegó en patera, pagando: “Me jugué la vida, dejé a mis padres y a mis diez hermanos, aunque algunos de ellos ya habían cruzado el charco antes que yo”. Comenta: “No tengo trabajo, porque no se puede trabajar sin documentación legal. Soy usuario de aquí y como ellos me ayudan mucho, lo mínimo que pudo hacer es ayudar en lo que puedo”. Asegura que viaja mucho: “Trabajo en todos los sitios que me toca, en el campo, en la obra... Me explotan, pero no tengo otra elección. El dinero antes lo mandaba a mis padres y, ahora, lo destino a pagar mi habitación, comida y poco más. He llegado a vivir en un piso con diez personas, se aprovechan de todo, no alquilan habitación, sino camas. Con todo, esto es mejor que en Marruecos. Como en cualquier país del tercer mundo, nos confundimos, porque vemos a la gente que va de vacaciones con buen coche y creemos en este sueño, pero cuando llegamos, vemos qué difícil es y nos damos cuenta de que no podemos volver, porque da vergüenza y, al final, ni estás bien aquí ni allí”. Estremecedor relato de un electricista de profesión, con experiencia en el montaje de placas solares, que aspira a formar una familia con su novia, con la que puede compartir vida en Jaén, con ganas de trabajar y de aportar solidaridad a la sociedad.

Modou Djiba (Senegal, 21 años): “La gente de Jaén es muy buena, no hay problema”

Tuvo la suerte de no tener que pagar para llegar a España, pero también vio cómo su vida corría peligro en una patera. Lleva siete meses suelo europeo y se entristece al recordar que dejó a su padre y a sus dos hermanos en Senegal. “Vine para buscar un futuro, porque en mi país no hay trabajo ni dinero. Estudié Francés y me gustaría ser conductor de camión. Quiero cumplir mi sueño, pero antes necesito trabajar, porque el problema es que no tengo papeles”, relata. Necesitará que pasen dos años, al menos, para conseguir la documentación que le abrirá las puertas a un contrato o, simplemente, al alquiler de una habitación. “Llevo un mes en Jaén durmiendo en la calle y comiendo en Belén y San Roque. Ahora estoy en Buena Madre. La gente de Jaén es muy buena, aquí no he tenido problemas”. DiceModu Djiba: “A mi madre le digo que estoy bien. Quiero trabajar. Tengo ilusión y esperanza. Vine solo y ahora ya tengo amigos. Mi vida corrió peligro, un día entero en el mar y llegué a Gran Canaria, después a Granada y luego a Jaén”. Se defiende con el idioma y su mirada es el fiel reflejo de la inocencia.

Moussa Dambelé (Mali, 26 años)

La entrevista transcurre en francés, no muy bien hablado, porque realmente procede de Mali. Tiene 26 años ya lleva diez meses en España. Trabaja como voluntario en el dispositivo de “Nuestra Buena Madre” y, aunque no tiene un puesto de trabajo que le permita vivir, no pierde ni la sonrisa ni la esperanza. Es un usuario más de Cáritas Interparroquial y, lo mismo que su compañero Othmane Nahi, ayuda todo lo que puede para que queden registrados los que consiguen una de las 37 camas que tiene este “hogar” en la carretera de Madrid. Chapista de profesión, le encantaría que si alguien lee este reportaje, o ve su vídeo en las redes sociales, lo pudiera contratar para poder enviar dinero a su familia, que es la verdadera razón por la que se jugó la vida para llegar a España.

Malang Diao (Senegal, 32 años): “Es mejor dormir en la calle y trabajar doce horas que volver”

No es fácil dar con el testimonio de un joven inmigrante, temporero para más señas, que quiera acceder a contar su cruda historia. Malang Diao, de 32 años, accede. Está feliz, porque ya sí es un documentado, tiene trabajo y aspira a ser feliz. “Yo llegué a Almería solo en patera. Pagué y peligró mi vida un poco, fue muy difícil”, dice. Esta escena ocurrió en 2018. “Quería cambiar. En Senegal no estaba mal, pero yo quería venir aquí mejor, aunque fue muy difícil dejar a mi familia”, relata. Murió su padre en 2020, la persona a la que más respetaba, y no pudo ir a su entierro. “Tengo muchos hermanos”, no acierta a decir cuántos, y asegura que, a pesar de las dificultades, es “mejor vida la de España”. “He trabajado siempre en el campo. Mi sueño es traer aquí a mi madre, hablo cada día con ella por teléfono”. Contesta brevemente a cada pregunta y cuenta que la primera vez que trabajó en un tajo de aceituna estuvo de albergue en albergue. Su patrón no le proporcionaba vivienda. “Me pagaban, pero mucho menos que el resto, porque no tenía papeles y se aprovechaban. Tenía que dormir en la calle o en un cajero, donde podía”, manifiesta.

Malang Diao está extremadamente agradecido a la sociedad jiennense: “Son ciudadanos muy solidarios, todos amigos”. Sonríe al voluntario que tiene al lado, Manuel Calahorro, quien le ayudó con la burocracia de la legalidad. Añade: “Ya tengo documentación y estoy trabajando. Nunca he tenido problemas, ahora ya sí tengo un piso que me proporciona el empresario. Casi todo lo que gano se lo mando a mi familia, eso es lo más importante, sacar adelante a los míos, yo he venido para eso”. “Cuando conseguí los papeles fui a ver a mi madre en avión, ya en barco no”. En su idioma, asegura que, cuando los temporeros llegan a España, se encuentran como en una cárcel, como han entrado de forma ilegal no pueden volver sin pasar por el Estrecho de Gibraltar y pagar a las mafias. No pudo ir al entierro de su padre. Después de la recogida de la aceituna viajará hasta Lérida: “Allí pagan mejor”, agrega. “Me gustaría trabajar de marinero, yo era el piloto de la patera”, concluye con una sonrisa.