Gaspar Zarrías: “Me costó entender que hay vida después de la política”

La revisión de la sentencia que condenó al exvicepresidente andaluz a nueve años de inhabilitación por prevaricación en el “caso ERE” es la mejor noticia que ha recibido el político jiennense después de una década. Relata en esta entrevista el “calvario” vivido por una “cacería”
Gaspar Zarrías, en la entrevista con Diario JAÉN. / Diario JAÉN.
Manuela Rosa Jaenes

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El 1 de julio de 2015 marcó un antes y un después en su vida. Ese día entregó su acta de diputado y puso fin a una trayectoria política en la que se estrenó en la clandestinidad más absoluta. A la mañana siguiente, cuando puso los pies en el suelo, tuvo la confusa sensación de no saber qué hacer después de esas vertiginosas idas y venidas que dejaba a quienes tenía a su alrededor exhaustos. Gaspar Zarrías Arévalo (Madrid, 1955) vive un momento dulce después del “calvario” judicial del conocido como “caso ERE”. La sentencia por la que estaba inhabilitado por prevaricación está anulada y pendiente de revisión. Respira en su particular “Retiro” madrileño, alejado de los focos, centrado en la Abogacía y, eso sí, con el teléfono que echa chispas. Imparable.

—Lo primero, después de diez años, preguntar por la salud.

—La salud está, toquemos madera, en perfectas condiciones. Me encuentro bien físicamente, trabajo en mi profesión a tope, como siempre he hecho, y ahora tengo la tarea más importante: cuidar de mis tres nietos.

—La política es así, te puede dar la gloria o sumirte en la deshonra en un suspiro. ¿Quién ha sido más justo con quién estos años, usted o ella?

—A la política le debo mucho, le debo todo al Partido Socialista, en el que ingresé en el año 1972, con 17 años, y he cumplido 69. En los primeros años de mis vivencias políticas había una dictadura en nuestro país, unas circunstancias muy complejas, mi familia había sufrido mucho, desde el fusilamiento de mi abuelo al ingreso en prisión de mi otro abuelo y de mi padre, y fue ese compromiso el que hizo que la política para mí fuera algo muy importante. Vino la democracia, seguí y, en estos momentos, en los que estoy alejado, me arrepentiría de muy pocas cosas de las que he hecho en mi etapa como responsable público. Estoy satisfecho porque lo di todo de mí, sabiendo que a veces se pueden cometer errores, pero siempre con la voluntad de resolver los problemas que tenían los ciudadanos. La política me ha dado mucho, yo le he dado mucho a la política y accidentes hay en todas las profesiones. He tenido un accidente del que, por suerte, parece que ser que voy a salir indemne.

—¿De qué pocas cosas se arrepiente usted?

—Sería injusto decir algo en concreto. No me arrepiento de haberme dejado la vida en mi trabajo como responsable público, desde diputado a consejero de la Junta de Andalucía, a secretario de Estado, o bien en mis tareas orgánicas. No me arrepiento de nada, porque ni siquiera el hecho que desembocó en el caso de los ERE significó algo de lo que yo fuera consciente, porque en ningún momento entendí que mi comportamiento se alejaba de la más absoluta de la legalidad y del cumplimiento estricto de las leyes. Pasó lo que pasó, evidentemente, pero no tengo que arrepentirme de algo concreto, aunque sí de actitudes y actuaciones que se podían haber hecho mejor. Tantos años dedicado a la actividad pública implica tantas tomas de decisiones que, en ocasiones, puede que no fueran las más correctas, pero en ningún momento tuve la sensación de ser consciente de algo de lo que luego tuviera que arrepentirme.

—¿Cómo ha vivido estos años de calvario judicial?

—Un calvario que dura diez años, que significó un procedimiento del que no tenía conciencia de haber cometido ningún tipo de irregularidad y que hizo que mi vida cambiara. Dejé la política activa en julio de 2015, hace diez años, y he dedicado este tiempo a mi profesión, soy abogado y estoy satisfecho de haber recuperado buena parte del tiempo perdido y cosas que con la política era imposible poder abordar. Estoy contento de lo que ha significado para mí este reencuentro con la vida profesional, que me ha dado posibilidades de conocer sectores con los que no tenía contacto antes y, por lo tanto, puedo decir que hay vida detrás de la política y después de la vida pública.

—¿Le costó verlo?

—Ha costado reencontrarse con esa vida, pero una vez que entras a trabajar, en este caso en la Abogacía, si pones ganas e interés, te reciclas, emprendes y aprendes.

—¿Qué tiene que decir ante quienes piensan que la reducción o la anulación de condenas llega de la mano de magistrados elegidos a propuesta del PSOE en el Tribunal Constitucional?

—Eso sería como decir que las condenas anteriores vienen como consecuencia de magistrados de tendencia conservadora. No voy a entrar en eso porque creo en el Estado de Derecho y sería hacer el juego a quienes no creen en la democracia.

—Usted fue condenado a nueve años de inhabilitación para cargo público por prevaricación. Dicen que en el pecado va la penitencia. ¿Cuál fue el suyo?

—Tramitar una ley, a través de la Comisión General de Viceconsejeros y del Consejo de Gobierno, enviarla al Parlamento, donde se discute, se enmienda y se aprueba. Estaba seguro, porque es de primero de Derecho, que si algo no es ilegal es la ley, y un instrumento que vota una Cámara legislativa, te puede gustar más o menos, pero una vez que se aprueba, hay que cumplirla.

—El Tribunal Constitucional ha dictado una revisión a la baja. ¿Qué espera?

—El Tribunal Constitucional ha planteado una serie de modificaciones presupuestarias, que no están bajo el amparo que aprueba el presupuesto del año 2002 y que da cobertura al resto de partidas presupuestarias, y habrá que analizar qué condiciones hicieron y cómo se hicieron, pero es un tema que, hoy por hoy, no me preocupa, porque está claro que la sentencia ha sido anulada y, por lo tanto, ha dejado de existir.

—¿El agua derramada de los ERE puede volver al vaso con sentencia de por medio?

—El procedimiento que se estableció, que estaba ajustado a la ley, puede tener algún comportamiento que soslayara la propia legislación... Sobre ellos que caiga toda la fuerza legislativa. Si alguien está interesado en que si hay alguien que haya cometido alguna actuación irregular lo pague, son los que hemos pagado injustamente una condena, durante diez años, que no nos merecíamos.

—La gente de la calle quiere saber qué pasó, realmente, con las ayudas públicas que dio la Junta de Andalucía cuando usted era consejero de Presidencia y vicepresidente.

—Llegó un momento, a principios de los años 2000, que se produjo una crisis económica importante. El Gobierno de Andalucía tuvo que optar por poner en marcha un mecanismo que permitiera apoyar a empresas y trabajadores de toda la comunidad, algunas de la provincia de Jaén, para que no quedaran en el más absoluto de los desamparos. Era un procedimiento que no era novedoso, que se había puesto en funcionamiento en España durante la Reconversión Industrial de los años ochenta y principios de los noventa, es decir, hicimos lo que tenía que hacer un Gobierno que se preocupaba por un sector económico que estaba sufriendo y, sobre todo, por los empleados que estaban casi todos en una edad complicada para reinsertarse en el tejido laboral.

—¿Qué incidencia cree usted que ha tenido el caso ERE en el cambio político de Andalucía?

—Nunca en política hay una razón sola. Por cierto, cuando votan los ciudadanos, más los andaluces, en concreto los jiennenses, nunca se equivocan, por lo que el Gobierno de Andalucía tiene absoluta legitimidad. Por eso, cuando antes no ganaba el PP y ponía en cuestión el resultado de las elecciones, me parecía algo fuera de la normalidad democrática. Dicho esto, el Partido Popular llega a la Junta de Andalucía por una serie de razones. En primer lugar, saca el peor resultado de su historia, pero, apoyado en la extrema derecha, consigue el Gobierno. En segundo lugar, treinta y tantos años del Partido Socialista supone un desgaste lógico. En tercer lugar, en los últimos años se produce una serie de crisis de liderazgos que también influye de forma determinante en las urnas. Y si faltaba algo para completar el cuadro, evidentemente, es un procedimiento judicial en forma de montaje infame del Partido Popular. Todo eso unido desemboca en un deterioro importante que hace que el Partido Socialista, que hasta ese momento había ganado las elecciones, gane pero sin los votos suficientes para gobernar, y se produce el acuerdo de investidura entre el Partido Popular, Ciudadanos y Vox, que lleva al señor Moreno Bonilla a la Presidencia de la Junta de Andalucía. Fueron diferentes temas los que confluyeron en un momento dado, pero que precipitó que los ciudadanos entendieran que había que buscar recambio.

—Habla de cacería política...

—Sí, la cacería más infame que se ha producido en la España democrática desde que, en 1977, los ciudadanos pudieron votar libremente en las urnas, perfectamente orquestada por el Partido Popular, porque sabían que les podía dar rédito político y, evidentemente, el resultado ahí lo tenemos. El problema no es que se haya producido una cacería, sino que sigue, porque los cazadores no se han ido, siguen ahí, bien están en un escaño en el Parlamento Europeo, bien en el Senado o en un asiento del Consejo de Gobierno de la Junta de Andalucía. Yo creo que han visto que este caminito les puede dar resultado y no me extraña que en cualquier momento vuelvan a montar una cacería, si no de las dimensiones de este tema, lo suficiente como para hacer mucho daño a las personas que, desgraciadamente, son las que al final sufren este tipo de consecuencias.

—¿Se repara el honor?

—No sé si alguien lo tiene escrito... Yo le puedo decir que he tenido la conciencia tan tranquila que, cuando he desarrollado mi trabajo y mis tareas profesionales, en ningún momento he pensado que alguien pudiera creer que yo era una persona que había cometido un delito. Me he sentido siempre absolutamente acompañado y respaldado, en primer lugar, por mis compañeros del Partido Socialista en Jaén, empezando por el secretario general y terminando por el último militante de la agrupación más pequeña; no solamente he tenido el apoyo permanente, sino que han sido constantes las palabras de afecto, de cariño, que me han demostrado en muchas ocasiones, no con palabras, sino con hechos. Agradezco de todo corazón a centenares, miles de jiennenses, que no tienen por qué sentirse del Partido Socialista de los que, en todo momento, nada más que he recibido muestras de afecto y de respeto, algunos del Partido Popular, de los que no diré sus nombres, que también han reconocido lo que estaban haciendo con nosotros en general, y conmigo en particular, de algo absolutamente fuera de sí. Nunca me he sentido solo, postergado o arrinconado, sino siempre arropado y con un cariño que no sé si podré pagar. ¿Significa que eso restaure el honor? No lo sé, pero me siento muy congratulado con el comportamiento de la gente dentro y fuera de mi partido en estos últimos diez años.

—¿Ha mantenido relación con el resto de ex altos cargos condenados en este caso?

—Sí, de hecho por mi profesión he jugado el papel de coordinar a los diferentes abogados que tiene cada una de las personas condenadas y he visitado las prisiones durante este año y medio cada veinte días. He tenido mucho contacto con ellos, junto con Manuel Chaves, además de con sus familiares. Esas visitas eran duras, porque encontrarte a amigos, algunos íntimos, detrás de un cristal, siendo conscientes de que no habían hecho nada de lo que tuvieran que arrepentirse, para mí ha sido durísimo, posiblemente una de las experiencias más duras de mi vida, y llevo muchos años con momentos de gran dificultad. Ahora están en su casa, disfrutando de su familia y espero que no se vuelva a repetir con nadie el calvario que han vivido personas honradas.

—¿Ha tenido ocasión de ver a su paisano Francisco Vallejo después de salir de la cárcel?

—Sí, claro, dos o tres veces, es amigo desde hace muchos años, profesionalmente trabajamos juntos y, aparte de verle cada veinte días en la cárcel de Sevilla I, en las últimas semanas he estado con él y su familia. Le veo que está bien y percibo cómo todos, en cuanto se han reencontrado con una libertad que nunca tenían que haber perdido, han vuelto a la vida normal y se encuentran razonablemente bien, por no decir que muy bien.

—La leyenda periodística dice que usted fue la mano derecha de Manuel Chaves en cinco de sus seis gobiernos e, incluso, hizo de puente con su sucesor. ¿Por qué no llegó a presidir la Junta ni a ser ministro?

—Porque tenía claro que mi papel era otro, el de coordinar el Gobierno, apoyar al presidente, colaborar con él en las decisiones del día a día... Luego llegué al Ejecutivo de la Nación, quisieron los presidentes José Luis Rodríguez Zapatero y Manuel Chaves que me encargara de la política territorial, lo hice con mucho gusto, y en mi andadura intenté dedicarme en cuerpo y alma a hacer mi trabajo lo mejor posible.

—Dicen en la oposición que, durante el juicio, usted enterró esa leyenda de hombre todopoderoso como línea de defensa. ¿Qué tiene que decir al respecto?

—No sé si era todopoderoso o no, me limitaba a cumplir con mi obligación, que era estar allá donde se me demandaba y poner en marcha los mecanismos que el Gobierno decidía para resolver los problemas de los ciudadanos. Ser vicepresidente implica tener que estar las veinticuatro horas del día pendiente de las cosas. Durante el juicio lo pasé, evidentemente, mal. Fue un año muy duro el que viví sentado en un banquillo, porque tenía la conciencia tan tranquila de no haber hecho nada de lo que tuviera que arrepentirme, que cada día era muy duro.

—¿Le han señalado con el dedo por la calle?

—Nunca. Todo lo que he recibido son palabras de cariño y respeto. Puede parecer raro, después de todo lo que se ha dicho y escrito, pero no he tenido ni una mala cara. Al revés, dentro y fuera de Jaén se me han acercado personas para decirme que lo que han hecho conmigo ha sido una injusticia, que trabajé honestamente, y eso me emociona. Me acuerdo, en un tren de Madrid a Sevilla, que una persona se me acercó y me dijo: “Usted no me conoce, pero su trabajo permitió que muchas personas puedan hoy seguir disfrutado de un trabajo justo y digno”.

—¿Se ha resentido su salud?

—He pasado malos ratos, con momentos de ansiedad importantes, pero he tenido la suerte de tener a mi familia, mi mujer, mis hijos y mis nietos, que cuando me veían que empezaba a flaquear, se encargaban de levantarme la moral. Para mí han sido decisivos.

—¿Regresará al PSOE?

—Yo nunca me he ido. Ingresé en 1972, cuando no había ni siquiera carné, no he dejado de ser militante. Tengo claro que no voy a volver a la política, durante estos años, cuando me han llamado alcaldes o el secretario general de Jaén, he respondido igual que lo hacía cuando era vicepresidente de la Junta, mi esquema de trabajo siempre es ayudar y, además, con afecto, porque me han demostrado que no se han olvidado de mí, pese a que no estoy en el día a día ni tengo responsabilidades orgánicas o públicas. Eso ha significado una gran alegría.

—¿Qué le pide a la vida?

—No me puedo quejar. Estoy muy satisfecho a mis 69 años.

—¿Se jubilará algún día?

—Mientras el cuerpo aguante continuaré con la jubilación activa. Yo creo que las personas que hemos tenido una vida intensa no nos viene bien la jubilación estricta.

—¿Cómo superó el bache del 1 de julio de 2015?

—Ante el despiste de levantarme al día siguiente y no saber qué hacer, acudí al consejo de algún buen amigo que había pasado por situaciones parecidas y, a partir del nacimiento de mi nieta, volví a la normalidad. En septiembre abrí un despacho de abogados y, desde entonces, sabía lo que tenía que hacer, alejado de la política. Espero que la vida me siga tratando como hasta ahora. Eso es suficiente.

—¿Sigue abierto su teléfono?

—Sí, el mismo, nunca lo he cambiado desde 1995. A veces paso mal rato, porque nunca borro los contactos y me suelo encontrar con gente que ya no está. Con esto de la sentencia ha recibido 398 wasap, que he contestado a todos, aunque haya tardado.