Viaja a las alturas de la provincia en plena Sierra de Segura

Inmersión en el ocaso del día a los Campos de Hernán Pelea

30 ago 2025 / 10:48 H.
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Desde la bóveda del cielo del noreste se asoman hasta cuatro millares de estrellas para admirar la tonsura del robusto cráneo calizo de la Sierra de Segura, arbolada por el senado de pinos laricios y una legión extraordinaria de coníferas primas hermanas. Conocemos este vasto parietal de 5.000 hectáreas por los Campos de Hernán Pelea, altiplanicie única de la península con una altura media que no baja de los 1.600 metros. Ya hemos mediado agosto y no hay lugar más accesible y extraordinario para contemplar la lluvia de meteoros que provoca el cometa Swift-Tuttle. Los destellos que cruzan su noche entre el pábilo de las estrellas, como disparos incandescentes, son los restos de la cola de este gigante al chocar con la atmósfera terrestre. A esta lluvia celeste la llaman Perseidas, hijas de Perseo, la constelación en cuyo radial sitúan el fenómeno del cometa. O Lágrimas de San Lorenzo, santo que se celebra el 10 de agosto. El guía nos conduce hasta La Pinadilla, pasado el Pino Galapán y el arroyo de la Juan Fría. El espectáculo sobrecoge con un cielo raso estrellado, limpio como pocos, en el que puede admirarse un enorme jirón del arco de la Vía Láctea. De vez en cuando cruza un meteoro por la vertical de un grupo de pinos que brotan de la cordada rocosa. El viajero presiente el arroyo que cruza el paraje y, si lo necesitara, podría alcanzar el cercano refugio de Cañada Humosa. Podemos visitar mil lugares de este mundo, pero ninguno como en el que nos encontramos. El viaje comenzó muy de mañana.

en ruta. Pontones cerraba sus fiestas con la banda sonora de las esquilas de los cabestros corriendo por las calles y al son de la banda Los Pizarrines. Parada necesaria para compartir idas y venidas con la gente en el entorno de la iglesia y tomar un refrigerio en sus terrazas. El tiempo amenaza tormenta. Cae un buen chaparrón y despeja cuando visitamos el nacimiento del río Segura antes de partir. La cartografía dice que los Campos comienzan dejando atrás unos 11,5 kilómetros la aldea de Don Domingo. Enfilamos la pista que debe conducirnos al mirador de Juan León, un enorme diente de sierra sobre el valle de las aldeas borradas, aquellas a las que el Coto Nacional y sus mentores dejaron desiertas exiliando a sus moradores. Ignominia. Precisamente, desde los riscos vemos una de ellas, Las Centeneras.

Bajamos después a la Hoya del Ortigal haciendo malabares por una vereda que más parece un lecho de cantos rodados. El entorno es magnífico. A menudo, los árboles se cierran sobre el camino y sus ramas bajas acorazadas de líquenes ásperos forman un túnel por donde no cuela ni un rayo de sol. Vuela un buitre sobre el cielo de la Hoya. El calor es soportable y la brisa nunca cesa. Nos disponemos a subir a los Campos por caminos antiguos, poco o nada transitados, hacia el refugio Campo del Espino. Diseminados por el altiplano, el viajero puede encontrar también amparo en los de Cañada Rincón, Monterilla, Los Prados o Rambla Seca.

Está junto al camino, serio y austero en el paraje Pocico del tío Josillo. No es un ciprés, ni estamos en Silos ni escribe Gerardo Diego, pero este álamo negro también es un enhiesto surtidor de sombra y sueño que acongoja el cielo con su lanza. Ese estandarte avisa que vamos a entrar en el gran territorio. Antes hemos podido ver la cima de nariz aguileña del Banderillas, en el borde oriental de los Campos. Cerca nace uno de los cinco ríos hijos de la inmensa red de acuíferos tallada en el subsuelo, virtud de la caliza dolomía que disuelve el agua con la paciencia de un monje copista. De ahí las cuevas y las dolinas. De ahí que en el dominio de Hernán Pelea, además del Aguasmulas empadronado en Banderillas, nazcan el Zumeta, el Segura, el Castril y el Borosa. Quienes quieren conocer estos Campos sin visitarlos habrán leído que son inhóspitos. No se engañen, derrochan vida en condiciones diversas y adversas. Quien no comulga con ellas no sobrevive en esta vasta arquitectura y su médula. Lo hace el ganado. Pastoreo de montaña con las ovejas amorradas al sol del verano y trashumantes para pasar a los pastos de la Sierra Morena desde finales de noviembre a mayo. Solas de abril a septiembre con el ojo del pastor pendiente del GPS que tiene la oveja guía en su estómago. Pastoreo ancestral acomodado a los tiempos. Eje de vida, crónica de una larga historia entre herbáceas, piornos, pinos y las nogueras de Robles asentadas en el llano tras una larga odisea. No pudieron con ellos ni fueros desalmados ni la política que convirtió a Segura en provincia marítima (1748) para esquilmar sus laricios en favor de una Armada que ya no era invencible. Tampoco un coto nacional ni el parque natural que es hoy. Páramo reivindicado con mármol por Brís y su rima poética de mujer, cruce de caminos, reino de tinás, paraíso de cordadas, tierra de cortijos y calares. El 25 de agosto de 2020, este periódico subió con Apache al Cerrico Llavero para grabar un concierto que ya es leyenda de los Campos. Se emitió en diciembre del mismo año, atizando el coronavirus. El mundo vió y escuchó entonces a Luismi Peláez, cantante del grupo, entonar esta jaculatoria casi llamando a las puertas del cielo: ¡Estamos en los Campos de Hernán Pelea, Sierra de Segura, Santiago-Pontones, provincia de Jaén! Uauuuuuuu.

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