Una cuesta que subir sin apoyo

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03 may 2020 / 12:23 H.
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El tiempo se hace agua mientras cruzamos el puente del mediodía sobre el río Guadalimar, en este punto, cola del embalse de Siles. Buscamos el cortijo Cañada de Román, donde viven Encarna y Miguel Ángel, lugar apartado, no lo busquen en Google Maps, hogar amplio con chimenea panorámica. Lo más acogedor: sus moradores.

Encarna dice que podíamos “hacer un balance sobre la falta de asistencia municipal en cortijos aislados como el suyo: equipamientos, servicios sociales, etcétera: ni el más mínimo apoyo por parte de la Administración —¿Qué ocurre?— Pues que en este momento, lo que más valoramos es que todo esto pasa a un segundo plano y, viendo cómo está la situación en las ciudades, nos invade cierta sensación de vergüenza, porque gozamos de más libertad de movimientos, estamos aislados en el campo, el contagio es casi imposible y respiramos aire limpio. Nuestra sensibilidad está, entonces, en pensar qué suerte tenemos, la mía es triple, porque tengo a toda mi familia aquí. De no haber sido por el confinamiento estaríamos todos separados,‒ pero viendo lo que está ocurriendo fuera no podemos evitar cierto abatimiento. Lo que sí es verdad es que vivir en el campo, sobre todo ahora, tiene sus ventajas, pero no olvidamos el abandono que sufrimos por parte del Ayuntamiento. Todo el mundo habla del apoyo al mundo rural, pero, en realidad, a nosotros nos sale muy caro vivir en el campo. Si quieres luz, tienes que darte de alta en alta tensión y pagarlo, la Administración no ayuda nada; los carriles están hechos un desastre; si quieres internet, te cuesta el doble que en el pueblo, porque aquí no hay ningún tipo de antena. Teniendo en cuenta que estamos empadronados en Siles y pagamos los mismos impuestos que cualquiera, no nos revierte ni un euro en ningún servicio municipal. Ni nos recogen la basura. Si queremos agua, tenemos que pedir permiso a la Confederación, cogerla de un arroyo y hacer la conducción pagando de nuestro bolsillo y si hay fincas, tenemos que negociar con los propietarios. Y si enterramos la tubería, para no causar impacto visual, nos denuncia el guarda. La administración no coopera en absoluto. Hay que sentir mucho amor a la naturaleza y tener unos ingresos medios para poder mantener toda esta clase de gastos, pero, vamos, que de mi sueldo de funcionaria del Estado se queda con un tanto por ciento muy elevado, para que pudiera revertir algo, no sé, un mínimo. Y lo que es más, digamos, curioso, el Ayuntamiento de Siles si dota de todos los recursos municipales luz agua, etcétera, a la Cañada del Señor, que está a doscientos metros y donde no vive nadie. Es gente que viene, si acaso, un mes al año por vacaciones. Y nosotros, que vivimos a doscientos metros, nada. Cuando comenzaron las obras de inundación para el embalse no nos dieron ningún tipo de información. Yo solicité en el Ayuntamiento una copia del proyecto para saber, al menos, en qué iba a consistir y cómo nos iba a afectar, normal. Pues nada. Los trastornos que sufrimos durante las obras, para ir a trabajar y volver fueron tremendos. No señalizaban en ningún momento si la pista estaría cortada o no. No tuvieron la más misma consideración con los vecinos que vivimos en esta zona”.

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