Un viaje de ida y vuelta definitivo

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06 may 2020 / 16:34 H.
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En los años ochenta, hubo una suave oleada de europeos hacia las sierras de Cazorla, Segura y Las Villas. Buscaban el rastro perdido, el contacto de una intuición que algunos encontraron en lugares abandonados, semiabandonados o en cortijos derruidos. Bárbara llegó por primera vez en 1980 y sintió el flechazo por la Sierra de Segura. Luego volvió a Alemania. “Los últimos años han sido muy duros para mí en Alemania. Cuando mi marido murió, decidí venderlo todo y venirme aquí, a esta aldea del Polvillar, donde llevaba siete años sin venir. Esto fue el año pasado y no me arrepiento. Para mucha gente la vida en soledad es difícil, pero yo he venido aquí a esta sierra precisamente en busca de eso, de soledad, de paz, de esta naturaleza tan imponente. He visto que hay orquídeas silvestres, algo que en Alemania ya no se encuentra. Yo me habría ido aún más arriba, más aislada, pero mis amigos me convencieron de que no me fuera tan lejos de todo. La verdad es que aquí tengo muchos amigos”.

“Unos tíos míos compraron un Molino Viejo en Hornos en los años setenta. Allí lo que me encantaba eran las fiestas, celebradas de forma que no había visto nunca. Yo no hablaba nada de español. Solo sabían decir “No lo entiendo”. Luego, estudié español. Mi idea en Alemania era comprar un huerto y ser autosuficiente y lo hice: compré un huerto de cuatro mil metros cuadrados. También salgo a pasear con los perros. Ya me he acostumbrado y no me gusta vivir ni estar con mucha gente. Es una forma de ser que ha ido cambiado a lo largo de los años. En Alemania vivía dedicada al trabajo con un tremendo estrés. Necesitaba tranquilidad, era una especie de compromiso. Si por mí hubiera sido, me habría comprado algo más aislado donde estar sola, sola, pero, como te he dicho, mis amigos me han convencido de que es mucho mejor quedarse más cerca de los pueblos. Me enteré de este lugar por mi amigo Paco. Lo malo que tiene es que el carril de acceso está fatal, es un carril público donde viven vecinos y el Ayuntamiento debería ocuparse de arreglarlo. En una ocasión estuve aislada tres días y me tenían que traer las cosas con un todoterreno”.

“¿El covid-19? Para mí la vida no ha cambiado apenas desde el confinamiento, solo que no puedo salir a la montaña o ir a un bar; por lo demás, yo siempre estoy aquí sola y me encanta esta vida de soledad. No me aburro en absoluto, tengo huerto y muchas cosas que hacer. Pero, claro, ¿quién esperaba una cosa así? Nadie imaginaba que un virus nos obligaría a confinarnos de esta manera. Me imagino la gente en las ciudades grandes como Madrid o Barcelona, que viven en pisos de dos habitaciones y no pueden salir. No sabemos qué va a pasar, pero lo mejor es no pensar en eso. Sin embargo, aquí en esta zona no le ha entrado pánico a nadie. Yo he visto imágenes, en Alemania, de gente en estado de pánico ‒a pesar de que allí hay menos casos, según dicen por un gen que tenemos, yo no sé exactamente‒, todas las tiendas vacías durante las primeras semanas, estaba todo desierto y aquí todo el mundo tranquilo y eso me ha gustado muchísimo. Es verdad que hubo un momento en que sentí miedo y me dio como una crisis de ansiedad, pero la meditación me ha ayudado enormemente a combatir la angustia y la incertidumbre”.

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