Un pueblo con el agua entre sus banderas

El nacimiento del río Turrilla, en la aldea de Cuenca, inicia el repertorio acuático que salpica el municipio

20 nov 2017 / 09:44 H.

Una fuente blanquiazul, como el cielo de los días buenos del otoño, rompe, con su idioma de lágrima, el maravilloso silencio hinojareño. Fue construida en 1955 y está en la Plaza de la Constitución, donde un Ayuntamiento sencillo encarna a la perfección el espíritu de este municipio. Es lo suyo que el agua se haga presente en el punto neurálgico del casco urbano, porque si hacia allí cuelgan las banderas andaluza, española y europea desde el balcón consistorial como símbolos institucionales unificadores, no puede faltar tampoco cerca de ellas el que es emblema líquido de este pueblo allá en las alturas de la aldea de Cuenca, junto a las turísticas casascueva, en el pilar de los 50 que alivia la penosa cuesta que se empina para contemplar la mismísima Sierra Nevada... Sí, “la canción del agua, que es una cosa eterna”, como escribió García Lorca, es también la letra cabal que entona Hinojares sobre la música diaria de su mudez.

A cuatro pasos, un parque dedicado al emigrante capitaliza el ocio de los poco más de quinientos vecinos censados que desde allí se asoman al valle mientras, con la naturalidad de quien convive en medio de lo extraordinario desde su nacimiento, asumen el contraste que la naturaleza derrocha en los alrededores, limitados por un sobrecogedor horizonte de montañas. No en vano, el Parque de Cazorla, Segura y las Villas incluye Hinojares en su catálogo de maravillas. Entre ellas, los castellones de Ceal, asentamiento ibérico emparentado con el Guadiana Menor que los inteligentes iberos habitaron a partir del siglo VII antes de Cristo y que, a mediados del XX, alumbró importantes restos arqueológicos.

Hacia arriba, desde la Plaza de la Constitución, una cuesta para “valientes” enfila el Hinojares “de arriba”, que incluye un repertorio entrañable que tiene en la iglesia de San Marcos, el evangelista patrón, uno de sus paradigmas, iniciada a finales del XVII, con una pila bautismal que es una de las debilidades de quienes, después de usarla por primera y única vez, presumen de ella a lo largo de sus vidas y muy cerca de una calle cuya toponimia lo dice todo: Pendiente. Si no fuese porque mira hacia un escenario admirable de campo cercanísimo, no habría quien se atreviera a descenderla.

Las chimeneas, veletas del invierno, humean un vaho blanco que impregna el aire de calidez, como si avisara a los que, entre los olivos, se afanan ya en la recogida de la aceituna o en el trabajo en las pequeñas huertas que salpican el mapa local, uno de los cimientos socioeconómicos del municipio junto con el turismo, que llega en busca de las famosas casascueva para disfrutarlas y, de paso, ampliar el padrón, aunque sea solo por unos días. Cruzar el umbral roturado a la tierra de una de estas viviendas, a las que no les falta de nada, es adentrarse en la memoria misma de un pueblo jiennense que ha sabido preservar y explotar un singularísimo patrimonio para transformarlo, prácticamente intacto, en una de sus mejores cartas de presentación. Historia, tradición y hospitalidad son solo algunos datos del DNI de Hinojares, todo un descubrimiento.