Un Corpus Christi de belleza sin par

Los vecinos villarengos decoran las calles de su municipio con sus tradicionales altares

24 jun 2019 / 13:29 H.

Cuando se trata de demostrar el amor que uno guarda en su corazón, el ser humano no entiende de límites. El nivel de destreza se dispara, la creatividad hierve con facilidad y sale a chorros por cada uno de los poros, el cerebro, en su entregada labor de búsqueda de nuevas formas para sacar a la luz y dar forma los más arraigados sentimientos, no muestra ningún síntoma de agotamiento. El amor es capaz de mover montañas, dicen, y no le falta razón al aforismo, sobre todo cuando uno se ve obligado a domeñar su fervor durante todo un año, con sus días y sus noches, con sus buenos momentos y también con los malos.

Cualquier vecino de Villardompardo conoce bien esta circunstancia. No podía ser de otra manera cuando es precisamente el amor a su tierra, a su gente y a sus tradiciones lo que les mueve a emprender cada año el laborioso y totalmente desinteresado trabajo de embellecer las calles villarengas el día del Corpus. No lo hacen de cualquier manera: sus monumentales altares dedicados a Cristo, que se distribuyen cada año entre en torno a una veintena de calles del municipio por las que transcurre el desfile procesional, son una clara muestra, no sólo de los altos niveles de belleza que la especie humana es capaz de dar a luz, si se lo propone, sino del cariño recíproco profesado entre los vecinos villarengos. Ello recibe el aplauso incondicional de aquellos que visitan el municipio cada año el tan especial día del Corpus y también los que, de algún modo u otro, llegan a conocer esta incomparable muestra de pasión. Y es que si esta celebración ha alcanzado en Villardompardo y en el resto de la provincia el alto grado de popularidad del que hoy en día goza, es, en gran parte, gracias a ellos, a los villarengos.

Ni el más mínimo detalle faltaba en cada uno de los altares construidos este año, todos y cada uno de ellos diferentes a los del año anterior. Madera, paja, mimbre, materiales textiles... los vecinos volvieron a valerse de un sinfín de recursos para dar forma a sus ideas y, a la vez, agradecer a Cristo que siga velando por ellos y por sus familias. Casi ocultados bajo llave, los diseños que lucieron ayer en el centro de la población vieron ayer por primera vez la luz tras haber guardado sus autores un silencio sepulcral para evitar el riesgo de revelar cualquier mínimo detalle de los mismos. Cuando, al fin, los primeros rayos de sol de la mañana se derramaron sobre estos singulares altares, su hermosura alcanzó su cota más elevada. Una colorida noria, réplicas de la Cruz de la Misión de la Diócesis de Jaén, fuentes, una cruz penitente que invitaba a la reflexión y un enorme corazón rojo, reflejo inigualable del hondo latido de los villarengos, fueron algunos de los elementos exhibidos en los altares de las calles Ancha, Pilar, Arjona, Los Molinos, Virgen de Atocha —con su imagen aguardando a Cristo desde una cueva—, y la Plaza del Llano, entre otros puntos de un recorrido en el que, de nuevo y gracias al fruto de todo el trabajo de los habitantes de Villardompardo, estuvo lleno de la particular alegría de este rincón del mapa jiennense.