Troncos que fueron traviesas
“Hay un lema que dice ‘porque fueron, somos, porque somos, serán’, y siguiendo dicha pauta cabe sentenciar: porque Jaén fue, debemos hacer por que en el futuro sea”
El estruendo de los motores de unas rudimentarias y enormes motosierras, unido al crujido característico de los grandes árboles al caer, rompía por completo la paz en esos montes perdidos de lo que actualmente es el Parque Natural de Cazorla, Segura y Las Villas. Enormes cuadrillas de trabajadores, jornadas de duro trabajo cuya duración era de sol a sol, arrebataban a laderas de inclinación casi imposible, a valles perdidos en angostas gargantas, unos enormes troncos de pinos centenarios. Cuando cada gran árbol caía, tocaba el turno de las expertas manos de leñadores diestros que quitaban hasta la última rama con precisión con la única ayuda de unas afiladas hachas y su acreditada destreza. No era extraño ver grupos de hasta cincuenta personas alrededor de cada tajo en la gran tala. Cuando el tronco estaba listo, los arrieros, con sus grupos de mulos, los encadenaban hasta conseguir llevarlo a puntos de acopio; si la orografía lo permitía, esta última tarea la realizaban unos enormes tractores de orugas. Para entender la enorme dureza, el sacrificio de aquellos hombres, solo hay que hacer senderismo por esos lugares, adentrarse por los terrenos donde las veredas desaparecen y el espeso bosque marca el entorno, sin olvidar que la climatología siempre fue extrema por esas latitudes, ni los temporales de lluvia ni las copiosas nevadas fueron freno para aquellos trabajadores.
En aquel tiempo las aldeas y cortijos de la zona eran un hervidero, cabe reseñar que muchos de los que subían al monte para estas tareas, pasaban meses sin bajar a sus domicilios familiares allá por Cazorla, Chilluévar o La Iruela. Los había incluso que provenían de Galicia y Teruel. No solo fue un duro trabajo, las más de las veces mal pagado, también significó un cambio en el diseño etnográfico de la zona. Algunos de aquellos agentes alquilaban una casa y se subían a toda la familia, aunque eran los menos, el resto hacía de tripas corazón y daba por hecho que solo al finalizar la temporada de tala volvería a ver a los suyos. El caso es que se mimetizaron con las gentes del lugar y consiguieron ser unos vecinos más, dando mucha vida a lugares casi inhóspitos y alejados del mundanal ruido.
Desde los acopios, la madera se encaminaba a Vadillo Castril, corazón esencial para la conversión en flamantes traviesas destinadas a sujetar los carriles en las vías del ferrocarril, hubo un tiempo en que casi la mitad de las traviesas que había en las vías de tren en España tenían como origen estas sierras, estos valles, esta provincia. Para que el lector se haga una idea del montante, cabe apuntar que
en cada kilómetro de vía férrea hay 1.666 traviesas.
Habría que remontarse a tiempos de la Armada Invencible, siglo XVIII, cuando desde aquí salió la madera que forjó aquellos barcos, para encontrar una comparativa del bullicio que la madera producía en unos parajes que de ordinario rezuman sosiego, tranquilidad y nula ausencia de ruidos ajenos al propio entorno natural. Si entonces le fue dado el título de Provincia Marítima, no hubiese sido descabellado haberle otorgado el título moderno de Provincia maderera ferroviaria. En los años 50 y 60 del siglo XX, Renfe llegó a tener una plantilla perenne y cuantiosa en este lugar. La serrería de Vadillo Castril dio grandes profesionales en el arte de trabajar la madera y sin su experiencia, el ferrocarril en España hubiese sido bien diferente.
De Vadillo Castril las traviesas se encaminaban en grandes camiones que, serpenteando por el Puerto de Las Palomas y tras cruzar La Iruela, Cazorla y Peal de Becerro, se encaminaban hasta la actual estación de Los Propios-Cazorla. Desde aquí, las traviesas iniciaban viaje a una planta de tratamiento de creosotado en Andújar.
De aquel tiempo no tan lejano y que fue esencial quedan los vestigios de Vadillo Castril, hoy reconvertido en Centro de Capacitación y Experimentación Forestal, que ofrece los estudios de Gestión Forestal y del Medio Natural, centro de referencia de esta materia a nivel nacional y el Centro de interpretación de la Madera en el antiguo aserradero para dar testimonio gráfico de lo que antaño fue. Queda la estación de Los Propios-Cazorla, en la línea de Linares-Almería, hoy testigo mudo de un esplendoroso pasado y que espera en silencio ver cómo caen sus muros, sus estructuras, sus equipamientos. La planta de creosotado de Andújar ya son solo ruinas, por dos motivos importantes: la creosota está prohibida por la legislación como tratamiento que da durabilidad a la madera, y la segunda, porque Adif ya no se nutre de traviesas de madera que proceden del
sur de España.
Hubo un periodo en el que Renfe construyó una gran serrería en la actual Linares-Baeza, llegaban camiones portando enormes troncos de los que dar vida a traviesas de múltiples medidas que salían apiladas en vagones con destino a toda la red ferroviaria. Dicha construcción hizo que el personal de Vadillo Castril tuviese que trasladarse obligatoriamente a Linares-Baeza, poniendo punto y final al trabajo en aquella serranía. La llamada factoría de forestales puso el cartel de cerrado hace años. En su lugar, una multinacional de la madera hace tableros de aglomerado a partir de la viruta proveniente de la trituración de troncos, muchos de los cuales siguen teniendo su origen en aquellos lugares, en el paraíso natural del nordeste provincial.
Para el recuerdo, haciendo justicia a nuestra historia y las gentes que la forjaron, queda lo que fue antaño un importante resorte económico de primer nivel, y ligado al mismo, un listado de apellidos que quedarán unidos por siempre a aquellos “forestales”, tal y como se les llamó siempre entre los empleados del ferrocarril: los Amores, Juárez, Zorrilla, Carrasco, Frías y tantos otros.
Hay un lema que dice “porque fueron, somos, porque somos, serán”, y siguiendo dicha pauta cabe sentenciar: porque Jaén fue, debemos hacer por que en el futuro sea.