Toda una institución del flamenco con más raíz

Juan Valderrama conoció desde su infancia los más diversos palos del cante

16 nov 2018 / 11:41 H.

Apesar de su corta estatura, la figura de Juanito Valderrama, como la sombra del ciprés, es alargada, ya que fue toda una institución en el mundo del flamenco, pese a que no todos lo vieron así. Pero, como las evidencias son hechos, cualquiera puede escuchar sus antologías del cante, un legado de palos antiguos en su más pura expresión. Pero para palos, los que le llovieron de voces calmas como la de Fernando Quiñones, que llegó a decir que lo suyo era una “filoxera de gorgoritos” que nada tenían que ver con ningún cante. Cuestión de gustos.

Con motivo del Premio Jiennense del Año 1999, que Diario JAÉN concedió a Juanito Valderrama, cantaores con similar inquietud por las esencias, como Enrique Morente, reconocía: “Yo me di cuenta, bastantes años más tarde de ser cantaor, de lo que le debía. Y es que, de niño, por quien más he cantado es por Juanito Valderrama”. El actor Paco Rabal también tenía su opinión: “Ha sido un cantaor muy completo y muy largo. Canta todos los cantes con mucho conocimiento y cabeza”. Lolita abundaba en los elogios: “Ha hecho escuela en el flamenco. Creo que es el más sabedor de cantes de todos los cantaores flamencos”. Incluso Serrat lo tenía meridianamente claro: “Juan es un cantaor como la copa de un pino, que tiene la virtud del conocimiento y la transmisión”. Hasta la gran Marifé de Triana le profesaba una gran admiración: “No hay palabras para definir su arte. Yo lo he considerado siempre un ruiseñor que cantó bien lo que le dio la gana, porque abarca todos los palos del flamenco y todos los canta bien”.

Pinceladas. Juanito Valderrama afirmaba que él nació para el cante desde sus primeros balbuceos y, ante todo, se consideraba un cantaor flamenco. Como se ha publicado por activa y por pasiva, era hijo de un agricultor, ganadero y tratante de mulas, por lo que, de la mano de su padre, pasó buena parte de su infancia en compañía de gitanos, tratantes de ganado y gentes del mundo del flamenco.

Pronto mostró hechuras con su voz menuda, de ruiseñor nocturno, en tabernas de paisanos, labriegos y tratantes. Una audiencia escasa, pero entendida. Era un niño listo, avispado y se quedaba pronto con las letras y los matices más dispares, formando con todo ello los cimientos de un conocimiento que, sin él, sin Juanito Valderrama, se hubiera disuelto en las aguas del tiempo. Su oportunidad le llegó pronto, a los 9 años. El Niño de San Lucas organizó en el “Cine del Sillero” de Torredelcampo, un concurso de cante. El premio eran cinco duros de plata y lo ganó Juanito Valderrama.

El artista recordaba que ese día no estaba muy fino, porque toda la mañana la pasó trillando en la era y el polvo de la parva se le agarró en la garganta. La cura se la dio su madre: un ponche con dos huevos. Medicina santa. El niño recuperó su voz de jilguerillo, arrancó con cantes de Levante y dejó asombrados a público y jurado por la diversidad de palos que conocía y su forma de interpretarlos.