“Mi vocación es ayudar, soy abogada de causas imposibles”
Carolina Mateos (Úbeda) trabaja para la ONU atendiendo a refugiados desde 2001
La primera vez fue en la República Democrática del Congo, en 2001. Tenía 25 años. Carolina Mateos (Úbeda, 1976) hizo las maletas y viajó a un país sumido en lo que se llamó la guerra del Coltán, ese preciado mineral que fecunda caprichos capitalistas en el primer mundo. Se calcula que más de 5,4 millones de personas murieron durante el conflicto, que se desarrolló entre 1998 y 2003. En ese contexto aterrizó la ubetense para trabajar en una operación del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur). La experiencia no fue sencilla. “Me sobrepasó la inmensidad de necesidades que había de todo tipo, la vulnerabilidad de la gente, pero también la dignidad de las personas que, a pesar de haberlo perdido todo, podían empezar a reconstruir sus vidas con poco que les dieras”, explica a Diario JAÉN. La conversación es por teléfono: ella está en Alicante, donde hoy, veintiún años después de aquel viaje al Congo —casi la mitad de su vida—, supervisa, como responsable de Acnur, a las personas de su equipo que trabajan en uno de los cuatro centros de recepción que el Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones abrió en España para acoger a refugiados de la guerra de Ucrania. Su voz cabalga entre la moderación y la complicidad, tiene las ideas claras. Las ha tenido siempre.
En el instituto, esa etapa, por lo general, escandalosa y en la que el futuro no se atisba más allá del próximo viernes, una Carolina Mateos adolescente ya comenzaba a tejer su mañana, aunque fuera todavía sólo mentalmente. “Cuando llegó el momento de plantearme qué carrera estudiar, supe que quería hacer Derecho, ser abogada y ayudar a las personas más necesitadas”, apunta. Cumplió su objetivo de estudiar Derecho, en Madrid, y allí también orientó su currículum formativo hacia la rama humanitaria. Colaboró con varias oenegés de refugiados y, ya con el título universitario en su haber, hizo un máster para especializarse en derechos humanos. “Me di cuenta de que quería trabajara en el terreno, estar cerca de las personas que han huido de su hogar, de los desplazados por conflictos y guerras”. Y, echando un vistazo al mapamundi, los ojos se le fueron a África. “Es donde pensaba que tendrían las necesidades más importantes”, aclara. Preguntó a amigos y profesores, y le aconsejaron que solicitara entrar en un programa de voluntariado de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (Aecid). Fue así como la llamaron para prestar ayuda en el Congo en 2001.
“Fui un poco a la aventura, pero con confianza y seguridad porque contaba con el respaldo de las Naciones Unidas. Sabía que estaría respaldada por compañeros con experiencia”, confiesa Carolina. Desde el país africano trabajó prestando asistencia a refugiados no sólo congoleños, sino también de Sudán, Ruanda y Burundi, en una zona de conflicto. “Había muchos niños que habían perdido a sus padres por ataques de grupos armados, bien porque el padre había ido a luchar en la milicia o le habían reclutado a la fuerza, bien porque se habían llevado a la madre para usarla como esclava sexual”. En lo personal las pasó canutas, al menos al principio: “No había agua corriente, tampoco luz... fui preparada para vivir en unas circunstancias complicadas”. La cobertura telefónica también era nula. “Tenía un teléfono de satélite para poder hablar con mi familia”, añade. Pero se sobrepuso a todo ello. “Me acostumbré porque sabía que no sería una situación permanente. Mi vocación era tener un trabajo que me apasionara para ayudar a la gente, pero sin renunciar a mis necesidades básicas, y eso me lo permitía esta labor”.

En el Congo permaneció unos cinco años y, de nuevo de la mano de Acnur —de la que no se ha soltado desde entonces—, marchó a una oficina regional de Méjico cubriendo tanto el país centroamericano como Cuba y Belice. “Allí el trabajo no era de emergencia, pero sí había muchas necesidades que atender con refugiados, muchos de ellos en tránsito al norte, hacia Estados Unidos”, señala Carolina. La ubetense se reencontró con las situaciones límite en una Haití destruida por el terremoto de enero de 2010, uno de los más devastadores de la historia. Hubo unos 316.000 muertos y 350.000 heridos. “Fue muy chocante descubrir que en un país con pobreza extrema la gente había perdido todo lo poco que tenía”. Carolina recuerda que en Puerto Príncipe, la capital, había explanadas repletas de tiendas de campaña en la que los supervivientes vivían hacinados. He ahí uno de los aspectos más duros de esta labor: lograr que alguien a quien no le queda nada en el mundo pueda remontar y salir adelante. “Acnur tiene capacidad para movilizar recursos y asistencia humanitaria básica para atender a millones de refugiados en el mundo. Nuestra tarea inicial era explicar a esas personas todo lo que podíamos hacer por ellas”, dice Carolina. Atendieron a gente que había sufrido amputaciones, a niños huérfanos... hasta actuaron en casos de violencia de género. “Había muchísimas niñas y mujeres que se habían quedado solas y huérfanas, y vivían en carpas con mucha gente, incluidos hombres adultos que se aprovechaban de eso”. Además, esa situación era caldo de cultivo perfecto para el tráfico de mujeres y de niños. “Aquello me sobrepasó”. Uno no es de piedra y, a veces, es difícil asumir la crudeza de la realidad. “Yo soy abogada de causas imposibles. Sabes que te enfrentas a situaciones que muchas veces no tienen respuesta, y eso te puede afectar mucho a nivel personal. A todos nos duele ver a niños que acaban de perder a sus padres. Me han contado historias trágicas que te paralizan. Uno cree que tiene la coraza puesta para afrontarlo, pero eso no es así. Yo he tenido que aprender a separar lo personal de lo profesional para poder responder como debo a estas situaciones. Nosotros tenemos la necesidad de estar bien para poder ayudar a los demás”. ¿Y cómo se consigue eso? Es entonces cuando Carolina pronuncia de nuevo la palabra clave: “Creo que es la vocación, me he esforzado por tener esa capacidad”.
Para concluir, Carolina aclara algo: “El derecho al asilo es un derecho humano. Los refugiados están aquí porque se han visto forzados a abandonar sus hogares. Todavía en algunos contextos se les considera una carga para los estados, y se olvida que traen consigo un aporte social y cultural importante. En un mundo globalizado no tiene sentido cerrar la posibilidad de que personas de otras culturas enriquezcan a otros países”. Julio Cortázar lo dijo en una entrevista en 1977 para el programa “A fondo”, de Radiotelevisión Española: “Yo sigo creyendo que uno de los caminos positivos de la humanidad es el mestizaje. Cuando la fusión de razas sea mayor, más podremos eliminar los chovinismos, los nacionalismos, los patrioterismos de frontera absurdos e insensatos”. La frase la popularizó un anuncio: ciudadanos de un lugar llamado mundo.