“Tenía 24 años, me fui sin nada y sin saber alemán”

Juan Antonio Cuesta recuerda cuando se tuvo que ir a trabajar al extranjero

12 jul 2019 / 17:11 H.

Tenía 24 años y me fui solo, sin conocer a nadie, sin saber alemán, ni a dónde iba a quedarme. Así rememoraba sus vivencias “en tierra extraña” Juan Antonio Cuesta. Este jubilado es natural de Martos, donde reside a sus 78 años. Se crió en una familia humilde y desde pequeño tuvo que buscarse la vida. Tras desempeñar varios oficios se embarcó en un viaje hacia Alemania, en busca de un futuro mejor.

Juan Antonio recuerda unos tiempos donde las condiciones de vida eran pésimas y se necesitaba trabajar para poder vivir. La casa en la que vivía no era grande para nueve personas. Estaba ubicada en el barrio del Cerro Bajo, de gente humilde y trabajadora, detrás de la antigua casa de la Guardia Civil.

Tras realizar el servicio militar en Melilla se empadronó en Madrid, allí decidió ir a la oficina de inmigración de Cristino Martos, situada en la Plaza de España, donde se apuntó para trabajar en Hannover. Necesitaba ganar más dinero, porque se quería casar, formar una familia y montar su propio negocio de alfarería.

Alemania. Señala que para ganar dinero había que irse fuera de España y que vio en la opción de viajar al país germano una buena ocasión de ‘ver mundo’. Fueron en autobuses viejos hasta Hannover, estuvieron tres días de viaje y se le hizo terrible, entre el frío y la ansiedad narra que parecía que nunca iba a llegar.

Vivían en residencias con españoles que emigraban hasta allí para trabajar, su compañero de cuarto era alemán, aunque se exilió a Madrid por las persecuciones del régimen nazi a los judíos, pero tras pasar las tensiones políticas decidió volver. En la fábrica de mecánica, a la que le destinaron, le pagaban 1.000 marcos al mes.

Para entenderse con los compañeros era por gestos, hasta que tuvo la suerte de conocer a un cordobés con el cual hizo muy buena amistad y le iba explicando el trabajo. Su ocupación consistía en llenar un vasito de líquido de frenos para los coches, “tenías que calcular cuánto líquido echar para no desperdiciar nada, ni que faltara”, añade. Tenía que trabajar siete horas al día, con unas condiciones laborales muy precarias. Se fue a otro taller, donde le pagaban mejor, hasta que un amigo le buscó un puesto aún mejor, montando furgonetas con él, en la empresa ‘Volkswagen’. Hasta que volvió a España y con lo que ganó se casó y montó un negocio.

Este jubilado pasa sus días sosegadamente en su casa, aunque vive solo, siempre está entretenido plantando y cuidando de sus macetas o con los vecinos que se paran a escuchar sus anécdotas. “Me vine porque echaba de menos a mi familia, el pueblo, el clima”, recalca emocionado.