Luisa Tobalina se convierte en la única tatarabuela de Hoya del Salobral a sus 85 años

Con el nacimiento del pequeño Diego Moya, en la familia conviven cinco generaciones

03 jun 2025 / 18:46 H.
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Tobalina es la única tatarabuela que hay y ha habido nunca en Hoya del Salobral, al menos hasta donde alcanza la memoria de cinco generaciones. El responsable es un pequeño bebé de apenas un mes, Diego Moya, que nació el pasado 2 de mayo en el Hospital Virgen de las Nieves de Granada.

La madre del niño, Sheila Bermúdez, asegura que el parto fue como la seda: “Rompí la bolsa y me obligaron a irme porque yo no quería. Nos fuimos de madrugada, a las 04:00, y nació a las 16:38”.

“Nos cambió la vida a mejor. No estoy cansada, nos deja dormir toda la noche, es súper bueno”, señala. “Muy tranquilo”, añade el papá de la criatura, Oliver Moya. “Hay veces que parece que no tenemos niño”, continúa Sheila.

Ambos viven en Alcalá la Real y él trabaja de repartidor con una furgoneta. Los dos tenían claro que querían ser padres algún día, pero no piensan, por ahora, en darle un hermanito a Diego: “No lo planeamos”. Por el momento, la adaptación a su nueva vida va muy bien. “El bebé nos lo pone muy fácil desde el primer día”, dicen.

El nombre completo de la tatarabuela es Luisa Tobalina Arriaza Aranda, pero prefiere Tobalina porque así la conocen en Hoya del Salobral “y en todos lados”, apunta la mujer, que está a punto de cumplir 85 años: “Cuando me dijeron que iba a ser tatarabuela... la verdad es que no me lo esperaba, pero qué vamos a hacerle”.

Su hija, Mercedes Villegas, bisabuela del bebé, asegura que hay gente de su edad que ni siquiera son abuelos todavía: “Las amigas de mi hija, que apenas tiene 40, tienen ahora niñas de 3 o 4 años... y mira ella, que ya es abuela”.

Hoya del Salobral pertenece a Noalejo y, según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística, cuenta con 129 habitantes.

Al abuelo del bebé, que se llama Oliver, como su hijo, padre del pequeño Diego, es a quien más se le cae la baba con la nueva incorporación a la familia. Y lo es por aclamación de todos los demás, que lo señalan sin dudar mientras él lo admite con media sonrisa. “No esperábamos ser abuelos tan jóvenes. Mi hijo tiene 23 años, ya es todo un hombre, pero no lo piensas, como hoy en día tienen los niños más tarde por los trabajos y la situación...”, reflexiona Oliver.

Los padres del bebé viven en Alcalá la Real, por lo que no tendrán inconvenientes en cuanto a servicios públicos. “En Hoya del Salobral sería un problema porque el colegio decae. Habrá siete u ocho niños y el año que viene se van tres a cursar Secundaria”, lamenta la abuela, Rosa María Aranda. “La natalidad es tan baja que, seguramente, dentro de 2 o 3 años no habrá niños”, agrega el abuelo. Mercedes recuerda tiempos mejores, cuando su hija y su yerno iban al colegio: “Entonces había muchísimos”.

Ella también fue a la escuela, pero en otra que había entonces y lo poco que le permitía la situación. “Éramos temporeros e iba dos o tres meses, con maestros particulares... cuando se podía. No tenía posibilidad de estudiar”, apunta.

Habla entonces la tatarabuela: “Había que comer más que otra cosa, por lo que se priorizaba mu-cho el trabajo. Con nueve, doce, catorce años... ya venían a la aceituna. ¿Qué hacíamos? No había otro remedio. La vida era muy diferente hace cincuenta años, era muy mala porque fue al terminarse la guerra y era todo un desastre”.

Los padres de Tobalina eran ganaderos y guardaban los animales. Y ella, pues también. “Ahora me he echado ya de bribona”, asegura entre risas: “Pero he trabajado mucho. He ido a la aceituna, a la uva, he arado, he guardado cochinos, cabras, pavos, he maqueado...”.

Lo de los pavos despertó la memoria de su hija: “A mí me mandaron una vez a guardar pavos y me quedé sin ellos. Me subí a lo alto de un tajo, caía la tarde y se echaron a volar desde allí. Yo corría detrás de ellos y lloraba”.

Todos se ríen con la anécdota de Mercedes, el reflejo fiel de una familia unida y bienaventurada que acaba de recibir una bendición, el nacimiento de Diego Moya, al que prometen cuidar y mimar para que crezca fuerte y, lo más importante de todo, para que lo haga feliz.

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