Hospitalidad en cada esquina hasta enloquecer

26 mar 2017 / 16:12 H.

La Iruela, pequeña villa de la provincia, supone la puerta de entrada a uno de los espacios más grandes de Europa, el parque de las sierras de Cazorla, Segura y las Villas. Un municipio para perderse y encontrarse con la madre naturaleza. Encaramado sobre un impresionante corte de peña agreste se encuentra el conjunto de fortificaciones, que constituye una parada inapelable para el visitante que quiera descubrir la huella que el tiempo ha dejado en este precioso pueblo. En La Iruela se conjugan como en ningún otro lugar la arquitectura con la belleza paisajística, tanto que en 1985 esta villa fue declarada Conjunto-Histórico-Artístico.

Un rincón donde sus arraigadas raíces, que impregnan sus siglos de historia se unen a una tradicional gastronomía que se ha trasmitido de generación en generación. La Iruela es un mirador natural definido por su estratégica ubicación. El turista que llega hasta este encantador pueblo queda hipnotizado por sus impresionantes vistas, dominadas por ese manto plateado del mar de olivos, regados por el Guadalquivir, que serpentea entre ellos.

Dentro del municipio aparece la fortaleza inexpugnable de su castillo. A sus pies las ruinas de la antigua iglesia de Santo Domingo de Silos, un conjunto arquitectónico con detalles renacentistas, impresionante y único por el paisaje que lo rodea. Junto a los vestigios integrados entre una soberbia estampa y descender por un pasadizo, donde el aroma de las flores acaricia una antigua vivienda de ermitaños, se ha habilitado un anfiteatro a la manera clásica de los griegos, un lugar idílico que el Ayuntamiento de esta emblemática villa aprovecha para la celebración de actividades culturales.

Empinadas y estrechas calles, pequeñas casas cubiertas por tejas árabes y balconadas con macetas y parras. Y como si de un puzzle se tratase, esta villa andaluza, olivarera y serrana, se compone de numerosas piezas, diecisiete núcleos donde la hospitalidad de su gente invita al descanso. Y en los que, sierra adentro, existe numerosos senderos señalizados que permiten la práctica del senderismo, caballo o cuatro por cuatro. Desde La Iruela se puede gozar de La Cerrada de Elías, un encañonamiento natural del río Borosa, por el que transcurre una antigua senda de pescadores. Naturaleza en estado puro.

Museos, almazaras, alojamientos, degustaciones y millones de paisajes con el olivo como protagonista. La oferta para “empaparse” de la cultura del aceite de oliva en la provincia con la producción más importante del planeta es, cada vez, más importante. En Pozo Alcón el oleoturismo encuentra “un resplandeciente rincón” en el que cobijarse. Olivares que se mecen hasta hacer grande el Parque Natural. En la zona más virgen y más desconocida se halla Pozo Alcón, un municipio que ha visto cómo sus alojamientos hoteleros han crecido, a ritmos apabullantes. “Contamos con un amplio abanico de alojamientos destinados a todas las clases sociales”, explica el alcalde de Pozo Alcón, Iván Cruz.

El carácter dinámico del empresariado poceño ha convertido esta zona de la provincia jiennense, en la segunda con más camas o alojamientos rurales del Parque Natural de Cazorla, Segura y Las Villas, un dato que pasa desapercibido y que da idea del gran potencial turístico del municipio. Y es que el municipio se halla al sur del Parque Natural, entre dos paisajes que conjugan el verdor de los montes con la hechizante sequedad de las tierras bajas que miran a Granada. La villa, que hasta el siglo XVII perteneció a la vecina Quesada, es dueña de una valiosa y bien cuidada arquitectura popular. El municipio ha conservado viejos monumentos, aunque su caserío evidencia un hondo respeto por la arquitectura tradicional, en especial en los barrios altos que circundan la iglesia de Nuestra Señora de la Encarnación y la plaza del Ayuntamiento, donde toma asiento el edificio municipal.

Es dueño de dos de los muchos senderos señalizados del Parque Natural de Cazorla. Son los llamados Barrancos de las Sabinas y Guadazalamanco, respectivamente. Una realidad fomentada por el impresionante patrimonio natural cuyo eje es el pantano de la Bolera y un magnifico río, Guadalentín, paraíso de pescadores, además de otras ofertas novedosas de turismo activo como el barranquismo e innumerables rutas para los amantes del senderismo. En sus inmediaciones se encuentran parajes como el Molinillo, Guazalamanco, el Almicerán o el Cabañas, con sus bosques que pinos laricios y, por supuesto, los cañones del Guadalentín Peralta. Verdaderos tesoros para contemplar. Naturaleza en estado puro.

Chilluévar también festeja los veinte años de “Jaén, paraíso interior”. Y lo hace con el reto, afirma su alcalde, José Luis Agea, de hacer un pueblo aún más grande. “Entre nuestros objetivos está seguir con el embellecimiento de nuestras calles”, dice. Un caserío de calles estrechas y empinadas, sobre la falda de la prominente serranía del Parque Natural. “Cada uno de nuestros rincones se abre al visitantes para descubrir lo mejor de nuestra historia”, recalca Agea, quien destaca que “Jaén, paraíso interior” es mucho más que una marcha. “Nos ha permitido conquistar al turista y lo más importante llegar fuera de nuestras provincias”, dice. El casco urbano de Chilluévar también alberga maravillas como la Iglesia de Nuestra Señora de la Paz, obra del arquitecto Gómez Luengo que conserva una pila bautismal del siglo XVIII. Y sitios para perderse como la Torre del Duende y un antiguo molino de aceitero. Pasear por viales adoquinados, sin barreras, retrae a lo mejor de la arquitectura civil andalusí, sin duda ayuda el sonido del agua de sus múltiples fuentes. Gentes sencillas, gentes sin prisas, hospitalarias y generosas.

Bajo sus pies se dilata majestuoso el horizonte de suaves colinas y olivares que pueblan la depresión del río Guadalquivir. Sus quebradas callejas desembocan en caminos y senderos que desvelan la peculiar naturaleza de su término municipal. Es, sin duda, una entrada natural a las altas tierras de los pinares. Su altura geográfica la convierten en mirador excepcional del valle, ese valle donde gobierna el gran río, y sus campos infinitos de olivos. “Durante estas dos décadas hemos intentado potenciar nuestros senderos y las actividades deportivas como la pesca, la caza y el turismo de bicicleta. Pero nuestro camino acaba de comenzar. Esto ha sido una pequeña carrerilla. Tenemos que mentalizarnos y sentirnos convencidos de que tenemos aún un enorme potencial que tenemos que saber potenciar”, replica José Luis Agea. Chilluévar es todo el pueblo un conjunto, en el cual nada sería sin lo que tiene a su lado. Parecen, y lo son, pinceladas complementarias sin las cuales el cuadro no existiría. Es de esos pueblos que uno cree haber visto ya en los lienzos de Zabaleta.