Gran devoción en la Velada

Trece carrozas presentaron sus diferentes ofrendas a la Virgen entre aplausos

16 ago 2019 / 13:02 H.

Un año más, diversión y devoción se han dado la mano en una de las demostraciones más singulares de la cultura alcaudetense, la Velada del 14 de agosto, con su tradicional romería nocturna. Al declinar el sol, las carrozas comenzaron a reunirse en Santa María.

Los jóvenes romeros, ataviados con camisa blanca y fajín de colores según su grupo, empezaban a entonarse entre sevillanas y “reggeaton”, mientras los responsables de la cofradía se afanaban en ordenar los grupos para la salida. Hubo carrozas para todos los gustos, destacando por su elegancia las clásicas tapizadas con flores de papel de colores.

A las ocho, las carrozas comenzaron a bajar por la calle Maestra. La alegría y el jolgorio juvenil marcaron todo el recorrido concitando, a su paso, numeroso público. Mientras, en la Fuensanta, una vez terminada la misa, comenzaba la verbena.

Desde el paseo del parque no dejaban de subir vecinos que fueron reuniéndose junto al templo mientras sacaban a la Virgen entre repiques de campana y la colocaban en la puerta lateral. Llegaron las carrozas y la primera presentó su ofrenda, para luego continuar hacia la explanada reservada a las carrozas, donde a los jóvenes les aguardaba una buena noche de juerga.

Una a una, entre vivas y aplausos de un público entusiasta, las trece carrozas repitieron el ritual y cada grupo ofreció sus regalos. En la mayoría de los casos fueron flores, comida para los más necesitados y algunas palabras, pero además algunos ofrecieron también su arte, emocionando como solo consigue hacerlo lo que se hace con el corazón; así, dos músicos de la Banda Municipal tocaron sus trompetas, algunas chicas bailaron, etcétera. Tampoco faltó alguna ofrenda de oro para la nueva corona de la Virgen.

Entre el ambiente festivo, también hubo hueco para el sentido recuerdo al amigo ausente y para el homenaje a Julia, la veterana santera, que no quiso perderse las tradicionales ofrendas.

Una vez finalizadas, la imagen fue devuelta al presbiterio, junto a los patrones de las pedanías, y, mientras se animaba el ambiente de las terrazas, comenzó otro peregrinaje más discreto y constante, el de los vecinos que fueron pasando ante su patrona entre rezos en silencio, saludos a conocidos, velas y fotos de móvil, antes de volver a la fiesta. Muchos prefirieron sentarse al fresco en corrillos y conversar junto a la ermita, tal como en origen debieron ser aquellas Veladas de antaño. Llegada la madrugada, en la Fuensanta no cabía un alfiler y la verbena estaba en su punto álgido, pero aún quedaba mucha noche por delante hasta la tradicional misa del alba.