Fe a orillas del Guadalquivir

Carrozas, trajes de faralaes y una enorme paella marcan la jornada en el municipio

16 may 2019 / 18:05 H.

Desde hace más de sesenta años celebran los vecinos de Santo Tomé su conocida romería en honor de San Isidro, una de las más vistosas de la provincia. Y, la verdad, es que no le falta un detalle a un municipio que se engalana con la llegada del 15 de mayo. Carrozas que ni pintadas y adornos florales transforman por completo Santo Tomé en una de sus jornadas más importantes del año. Asimismo, en todas y cada una de sus ediciones se celebra, con gran fidelidad, el día 15. Nunca ha habido motivo alguno por el que se modifique de fecha.

Bien temprano comenzó el día. Prácticamente todo el pueblo participó en una de las actividades que goza de más tradición: la bajada del santo a orillas del río Guadalquivir. En peregrinación, y, como mandan los cánones, con las citadas carrozas absolutamente repletas de adornos, los tomeseños descendieron hasta los pies del caudal que nace en Cazorla y muere abierto al mar en Sanlúcar de Barrameda, en la provincia de Cádiz. El mundillo del faralae y el folclore no se desligó, en ningún momento, de las indumentarias, más bien todo lo contrario, puesto que los vecinos de este municipio no escatimaron en lucir sus mejores galas para uno de los momentos más especiales de la romería en particular y de Santo Tomé en general. Y es que el día grande de San Isidro no hay quien se lo salte en el calendario.

Una vez se reunieron todos en torno al Guadalquivir, se celebró la tradicional misa campera en honor del santo. La eucaristía se desarrolló en un entorno natural inigualable. Al aire libre, como manda esta tradición sexagenaria. Es absolutamente mágico, puesto que el espeso verdor de la vegetación, el rumor del agua y las adornadas y coloridas carrozas, hicieron del ambiente algo, cuanto menos, espectacular. También se sumaron a este escenario las casetas —pertenecientes a particulares y hermandades—, que se ubican en el lugar. En resumen, una gran reunión familiar en torno a una cosa que une, y mucho, el fervor que el pueblo de Santo Tomé le rinde a San Isidro.

Una vez terminada la celebración religiosa, los asistentes formaron sus grupos y se dispusieron por el encantador paraje. Allí compartieron, con sus semejantes y como buenos hermanos —y bien generosos que son los tomeseños—, viandas de todo tipo regadas con la mejor bebida. Todo en grandes cantidades. En esta misma línea, se trató de una jornada en la que la devoción por San Isidro y los momentos de convivencia en plena naturaleza se cogieron de la mano. Eso sí, sin olvidar la enorme paellera de la que pudieron disfrutar los vecinos gracias a las prodigiosas manos de los miembros de la hermandad del santo, que la prepararon con esmero, cariño e ilusión, como cada año, para el disfrute de sus amigos. ¿El motivo? Recordar a los labriegos menos afortunados que, antaño, eran obsequiados con una comida de hermandad cuando cejaban de sus labores diarias en el campo. Como particularidad de esta singular romería, destaca que durante los años en los que la sequía ha sido la tónica dominante en el municipio y la comarca, se condenaba al santo a bañarse en el río, a pesar de que durante algunos años se le indultara. En definitiva, una jornada de convivencia para repetir.