El valor de la memoria de Juana Vicaria

Nació en Marmolejo, sufrió destierro con su familia en la dictadura franquista y se dispone a volver 80 años después

26 feb 2023 / 13:32 H.
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Ha querido la casualidad que mis pasos se crucen con una jiennense de nacimiento, sevillana a su pesar, aunque sé que es feliz allí, por circunstancias que vienen de décadas pasadas. Una mujer digna de admiración porque su vida es un relato real de la etapa más negra de la España contemporánea. La marmolejeña Juana Vicaria Gómez tenía dos años cuando comenzó la guerra civil por el golpe de estado contra la legalidad republicana vigente. Ella confiesa que los años de la guerra fueron época de miedos, de carreras para esconderse. Fue en esos momentos cuando comenzó su pesadilla existencial, sueños terribles que aún hoy revive con una mirada dura difícil de traducir. Su padre fue arrestado, como muchos otros. Su único delito, ser fiel a sus ideas y trabajador en el Ayuntamiento de Marmolejo, lo que dejó a la familia desamparada y marcada. Una familia, madre y seis hijos, que hubieron de pasar mil estrecheces, literalmente hambre.

La vida carcelaria de su padre está fijada en sus recuerdos, de prisión en prisión hasta acabar en el campo de redención de penas, eufemismo de campo de concentración de mano de obra barata, de Miraflores de la Sierra, Madrid, para construir la línea ferroviaria de Madrid a Burgos. No fue hasta 1943 que consiguió la libertad; más quedaba el destierro. Jamás podría volver a su pueblo natal, donde aún seguía la familia. De aquellos días a Juana le quedan recuerdos fijados en su memoria de manera terrible. Salir a la calle temerosa de oír algo negativo de su padre o la humillación a la que la sometían cuando la obligaban a decir cuál era su apellido como manera de marcarla negativamente ante los demás, o el día que se enteró que la Guardia Civil había metido a su progenitor en un pozo. Escuchar a esta gran mujer sorprende. Es memoria prodigiosa de todo cuanto aconteció en aquellos terribles días en Marmolejo. Sus anécdotas son muchas. Oír su relato genera desazón, incluso rabia. Narra cómo un día, en el colegio, les enseñaron unas fotos de José Antonio Primo de Rivera, enfundado en su uniforme de Falange, junto a Franco. Ella, con la inocencia de una niña, dijo que el señor de azul oscuro, Primo de Rivera, era Negrín, quizá haciendo un símil con su oscura vestimenta, y los demás niños a su alrededor corrieron despavoridos.

Antonio Vicaria Reca, su padre, encontró en Sevilla un nuevo hogar. Una buena persona, antaño médico en Marmolejo, ayudó para que entrase en Renfe como obrero en la construcción de vías. Tenía la experiencia de los trabajos forzados en Miraflores. Cuando tuvo cierta estabilidad, no exenta de condiciones vitales extremas, la familia marchó de Marmolejo hacia tierras sevillanas. Comenzó el destierro obligado para todos. La dictadura franquista hizo estragos, no tuvo contemplaciones a la hora de purgar a todos aquellos que no eran de su cuerda. La posguerra de la familia en Sevilla fue una travesía por el hambre, la miseria de quien apenas nada tiene y lleva la carga de estar marcada por las autoridades del régimen fascista. La conversación con Juana transcurre por un relato duro y cruel. El hambre —una madre y seis hijos— empujaba a que sus hermanos buscasen cualquier cosa. Narra cómo comían hasta los intestinos de los pájaros —los secaban y echados en ascuas eran digeribles— o las travesías al campo buscando alguna mazorca de maíz; también cómo humedecían los garbanzos y los echaban a la lumbre para tostarlos y engañar el hambre. En aquella casa las tareas estaban definidas y distribuidas, sobre todo entre las mujeres. Juana cuenta que ella era la encargada de limpiar las escupideras y cómo su madre limpiaba semanalmente un arca de madera, quizá su único armario, con ceniza húmeda para tenerla impoluta e higienizada. Hay un pasaje que casi le hace brotar las lágrimas. Con cierta amargura comenta que no fue hasta que tuvo cierta edad, cuando se hizo mayor, que entendió el por qué su madre nunca se sentaba a la mesa con sus hijos. El único y verdadero motivo, no quitar un bocado a su prole, pasar ella hambre sin que ellos lo percibieran con tal de que comiesen.

<i>Juana Vicario, en una reciente fotografía.</i>
Juana Vicario, en una reciente fotografía.

Juana ha escrito un pequeño manuscrito con sus recuerdos. Le ha ayudado a superar parte de su rabia, de su angustia vital, para que los suyos no olviden de dónde vienen. Un documento que estremece. En breve, su familia la traerá de visita a su pueblo. Ochenta años después de aquel destierro y apenas un puñado de visitas esporádicas. En Marmolejo le esperan un par de primas y un millón de recuerdos terribles. Es posible que al visitar sus calles, acercarse a la que fue su casa, andar por ese Paseo donde su padre un día cuidaba las plantas, llore de emoción. Mas solo llora quien siente. Ojalá sirvan estas líneas como un humilde homenaje a Juana, a los suyos. Tuvieron que sufrir lo peor de la canalla franquista por el único delito de ser la familia de alguien leal a la legalidad democrática de la República. Si la visita a su patria chica ayuda a Juana Vicaria a cerrar el círculo de su existencia y le genera cierta paz interior, habrá valido la pena.

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