El peso del terruño en el corazón

Y 12

09 may 2020 / 12:49 H.
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Mañana de cuatro de mayo, cálida, en el confín nordeste de la provincia, a tres kilómetros de Albacete y a mil veinte metros sobre el nivel del mar: cortijada de Las Corralicas, Onsares, Villarrodrigo, donde la naturaleza va a reventar de verde y agua. Cientos de pájaros, ajenos a todo confinamiento, no escatiman en su aleteo seguir procreando y acompasar así al silencio de la aldea. Poco más necesita Anabel Mendoza, de veinticuatro años de edad, para beberle el jugo a la vida y disfrutar con sus padres y su hermano de la cortijada donde nació, creció y vive, tras un paréntesis de seis años en Valencia, donde acabó el Grado de Medicina, y dos años en Albacete preparando las pruebas de Médico Interno Residente (MIR). “Menos mal que me pilló aquí, si me llega a pillar en Valencia, me vuelvo majareta”, nos cuenta entre risas. “Yo llevo muy bien el confinamiento porque me gusta mucho la naturaleza, entonces para mí esto es paz. Creo que no estoy tan encerrada como si estuviera en la ciudad. A mí esto me encanta. Durante mis estudios, siempre que podía, me venía aquí. Por ejemplo, cuando empecé la academia para el MIR dije: “Me voy a estudiar a mi aldea porque después de ocho o diez horas de estudio, puedes salirte a las siete de la tarde y darte una vuelta por ahí, por un carril por mitad del monte con dos o tres perros, eso para mí es necesario”. Y ese disfrute lo encuentra sin esfuerzo y a pesar de ser de las pocas jóvenes que viven en la aldea sin apenas relacionarse con gente de su edad, porque no la hay. “Aquí, de mi edad, éramos solo tres, y un chico que está en la Universidad de Córdoba, haciendo algo de guarda forestal o Ingeniería de Caminos o algo así. Y otro chico, que creo que se sacó la ESO y está trabajando en las olivas con su padre. El otro, que es de mi edad, y su hermana, que es profesora, que ha estado preparándose las oposiciones y ahora creo que está en Mogón trabajando. También está mi hermano, que tiene 30 años y trabaja en las olivas con mi padre. ¿Más gente joven? Déjame pensar. Bueno, sí, Desi, Desiderio, que estudia también para forestal en Andújar, creo, pero ahora está por aquí. Antes tenía una amiga dos años mayor que yo, pero, claro, me fui a estudiar seis años fuera, y son muchos años”. Nos cuenta que, de los que se marcharon a estudiar, muy pocos o ninguno han regresado, y los que se quedaron aquí lo hicieron para trabajar en el campo, en la agricultura, que es casi de lo único que se puede vivir en esta zona. “Hay una que es psicóloga, tampoco sabría decirte del todo bien, otra que es profesora de educación primaria e infantil. Lo que pasa es que no había muchos niños, y todos se fueron yendo. Una familia se fue a Villarrodrigo a vivir, entonces se pierde el contacto, claro. Además, es poco probable que la gente que se va a estudiar vuelva aquí, a no ser que sea para trabajar en el campo. Aquí, si no es la agricultura, las olivas, pocas cosas se pueden ejercer. Solo quedamos setenta u ochenta personas en la aldea. La población ha bajado y la natalidad no sube nada. Ahora mismo hay solo tres niños en el cole. Había seis o siete, pero se fueron tres. Yo creo que con tres niños lo van a cerrar ya”. Cómo no llevarse bien con el confinamiento aquí en la sierra si, ya sea impuesto por las autoridades o por la inercia del sistema o por la propia búsqueda, uno no tiene más remedio que aliarse con él.

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