De Jabalcuz a Los Villares, en busca del otoño
La perspectiva que da la carretera a un entorno con historia que exhibe una nostálgica decadencia

En carretera la visión es otra: la sucesión de planos sugiere siempre algo más de lo que observa el viajero. Es otoño y no lo parece aún porque aún o ha definido sus colores ocres y amarillos; cosas del clima. Partimos de lo que fue un enclave de ocio y salud, de descanso y esparcimiento, en los aledaños del Balneario y jardines de Jabalcuz. Fue un complejo para baños termales, cercano a la capital, cuyo esplendor habría que situarlo desde las últimas décadas del siglo XIX hasta la primera mitad del XX. La vieja casa aún inspira historias, y sus jardines, diseñados por el mismo proyectista de la Rosaleda del Retiro madrileño, Cecilio Rodríquez Cueva. Viejas historias de un pasado con brillo y un presente que tiene el encanto de la decadencia. Buscamos otoño y pocas pistas da, entre Jabalcuz y Los Villares, por la A-6050, si a sus colores nos atenemos. Es bien reconocible cuando el viajero pasa frente a los árboles que ya ha desnudado: troncos con filamentos que quieren alcanzar la carretera. Hay olivos, arboleda y matorral; el pico de La Pandera al frente y la hendidura de Los Cañones que se adivina a la izquierda de la carretera. Hasta Los Villares. Merece la pena el trayecto. Todo se intuye tras los árboles.