Belerda es ese lugar donde aún se lava a la vieja usanza

Las vecinas de la pedanía de Quesada mantienen una tradición milenaria

03 sep 2024 / 18:22 H.
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Nadie pensó que esta nueva realidad a la que está sometida el mundo iba a acarrear la pérdida de actividades que fueron tan valiosas y especiales para la sociedad de hace más de cincuenta años. Esas historias sobre hazañas domésticas banales que siempre sacan una sonrisa al ser narradas, al igual que el humo, desaparecen con el paso del tiempo, aunque su rastro permite que se puedan seguir contando. Desde tiempos inmemorables, lavar los ropajes ha estado implementado en el día a día de aquellas mujeres dedicadas a las arduas tareas del hogar. No importa la época, pues la manera de hacerlo ha sido siempre la misma, aunque sujeta a una evolución constante. La fricción del tejido con piedras y tablas en el río, las piletas, los lavaderos públicos o las lavadoras.

Todos los formatos cumplen o han cumplido la misma función. Las continuas innovaciones dejaron atrás los métodos más rústicos y, actualmente, apenas quedan viviendas que tengan una pila en la que frotar y lavar prendas. Con los primeros rayos de la mañana, las mujeres de los distintos municipios que contaban con lavaderos públicos, o en su defecto riachuelos, se dirigían al enclave para enjuagar los trapos, ropas y sábanas, en la compañía de muchas más. A medida que transcurría el día, eran muy habituales los viajes hasta allí con los textiles sucios, cubos, pastillas hechas de jabón casero y artilugios varios. Para ellas, la sencilla tarea de lavar la ropa adquiría un valor que iba muchísimo más allá, puesto que, si pudieran hablar todas esas piletas y muros... ¿Cuántas historias contarían? Esas mismas paredes fueron testigo de la realidad que cada una de ellas vivía, de largas charlas que tenían una función sanadora y, por supuesto, de muchos recuerdos felices.

Aunque la lavadora, tal y como se conoce actualmente, llegó a principios del siglo pasado, no fue hasta las últimas décadas cuando las españolas decidieron tomar la decisión de implementarlas en su rutina doméstica. Estas amas de casa decidieron conservar todo lo posible esos bonitos ratos de tareas y tertulias, por lo que, actualmente, continúa siendo una práctica muy habitual en distintos puntos del mundo y se transmite a las generaciones inferiores. La provincia jiennense no es una excepción y, de hecho, cuenta con más de una veintena de lavaderos públicos repartidos entre sus comarcas. Entre ellos, se encuentra uno situado en la pedanía quesadeña de Belerda. Se construyó entre finales del siglo XIX y principios del XX y, a lo largo de su existencia, ha contado con diversas reformas. En concreto, en 1913 se mejoró su fuente de agua y, en 2007, se llevó a cabo una profunda restauración.

En su época de máximo apogeo permitió la mejora de las condiciones de vida de las mujeres que lavaban la ropa y que, con anterioridad, tenían que ir hasta el río para hacerlo. El lavadero de Belerda recibe el agua a través de una acequia captada más arriba en el río Tíscar y que, tras su paso por allí, regresa a su cauce. La pedanía, que cuenta con un centenar de personas que viven de forma continuada durante el año, recibe un gran número de visitantes en la época estival, que se unen a cualquier celebración que se tercie, así como a sus arraigadas tradiciones. A pesar de que las viviendas cuentan con electrodomésticos destinados al tratamiento de tejidos, son muchas las mujeres que siguen yendo a lavar los trapos y otro tipo de prendas al lavadero de Belerda. Transitan por la calle Cueva del Agua acompañadas de sus utensilios para llegar hasta el lugar en el que desempeñar la tarea. En ocasiones, ya hay algunas que llevan allí un rato frotando y, por supuesto, hay quienes se unen por el camino.

Como la mayoría de los habitantes son mayores, esta valiosa tarea no está transcendiendo tanto, pero, por suerte, con la llegada de familiares con raíces en la zona que visualizan la estampa y, tal vez, los transportan a aquellos tiempos de infancia feliz, esta labor lucha para seguir prolongándose. Durante el verano, los lavaderos se convierten en un punto de encuentro entre numerosas mujeres y niños que aprovechan la jornada para zambullirse en sus frescas y cristalinas aguas, una imagen muy habitual que se repite durante los meses estivales. La felicidad se puede palpar, puesto que hay gente que únicamente se ve una vez al año, y este lugar es el escenario de decenas de reencuentros. Belerda conserva una parte fundamental de la historia de muchas mujeres y está dispuesta a ser el reflejo de las que todavía están por venir.

Severiano Sáez Fernández, vecino de la pedanía quesadeña de Belerda: “El agua es fresca durante el verano y caliente en invierno”

Belerda es ese lugar donde aún se lava a la vieja usanza

Actualmente, las vecinas de Belerda usan el lavadero público y, por supuesto, en la casa de Severiano Sáez Fernández esto es algo habitual. Este cuenta que las mujeres acuden todos los días para frotar sus prendas en las pilas de las que brota un agua muy fresquita. “Mi mujer va siempre, aunque sólo sea para lavar un pañuelo”, afirma. “¡Qué maravilla lavar la ropa con el agua tan fresca que baja!”, exclama Severiano muy alegremente. Asimismo, narra que aquel que va se baña y que todos juntos protagonizan la multitudinaria Fiesta del Agua que se celebra dentro de la programación de los festejos de las pedanías de Belerda y Don Pedro.

Por otro lado, Severiano confirma que casi todos los días pasea y, uno de los puntos de parada, es el lavadero, puesto que también cuenta con la temperatura perfecta. Cabe destacar que uno de los secretos que Severiano confiesa es que el caño que baja hacia el lavadero en la época invernal viene con el agua muy caliente y, en verano, fría: “La temperatura nos viene perfecta en función de la época en la que estemos”. Por otro lado, Severiano apostilla que para él supone una alegría inmensa que acudan familias enteras y personas mayores al lugar, puesto que se llena de vitalidad. Y es que, en cuanto llega la época estival, las calles rebosan alegría y, en cuestión de días, la población se multiplica para vivir una temporada mágica.

Mari Carmen y Salva adquieren dos viviendas para llenar de vitalidad la pedanía y fomentar el comercio

<i>Salvador Cicala, Mari Carmen Escudero, Antonia García y María García, en la fila de arriba; Natividad García, Rocío Ortiz e Hipólita Cuevas, en la de abajo.</i>
Salvador Cicala, Mari Carmen Escudero, Antonia García y María García, en la fila de arriba; Natividad García, Rocío Ortiz e Hipólita Cuevas, en la de abajo.

Mari Carmen Escudero Pérez, con raíces en Belerda, se marchó a vivir a Elche, pero nunca ha olvidado de dónde viene. Las visitas a la pedanía quesadeña han sido habituales a lo largo de los años y, de hecho, los veranos allí siempre han sido espectaculares. “Nos gusta mucho venir porque sentimos que el tiempo se para o que va a un ritmo distinto al de la ciudad”, asevera Escudero. Por ese motivo, decidió, junto a su pareja, Salva Alberto Cicala, adquirir una vivienda allí. Ambos se enteraron de que se vendía una y se lanzaron en esta aventura. Durante los trámites, descubrió que en esas cuatro paredes habían nacido su padre, abuelo y bisabuelo, por lo que se convirtió en una casita de antepasados con un gran valor sentimental. La pareja decidió que el fin de la vivienda sería turístico porque, de esta manera, la gran afluencia de viajeros requeriría de un comercio con productos básicos para los habitantes de pueblos como Belerda y, por supuesto, Don Pedro, que se encuentra a dos kilómetros.

Sin conocimientos de construcción, llevaron hacia delante la reforma y han logrado un resultado digno de admirar. “Queríamos tener algo que fuera nuestro, pero que a la vez tuviera la misión de conseguir algo para la gente del pueblo”, apostilla. En mitad de las obras, se enteraron de que un familiar vendía su casa, por lo que también la adquirieron. Actualmente, ambas están adecuadas para ser alquiladas y, de hecho, disponibles para todo aquel que quiera descubrir este bonito enclave y su entorno. Uno de los proyectos que ambos tienen en mente es mostrar a los turistas cómo se vivía allí antiguamente. Esta idea cuenta con la premisa de programar viajes a los monumentos naturales cercanos a Belerda, pero también celebrar talleres de cocina tradicional con los que los visitantes pueden elaborar platos acompañados por las personas autóctonas del núcleo y, por supuesto, saborearlos.

“En Elche hay mucha gente de Andalucía. La intención es llenar un autobús, o con coches particulares, y que todos vinieran a ambas casas”, confirma Escudero. Por supuesto, asegura que también visitarían el bar de Belerda para dar trabajo. El Pilón Azul y la Cueva del Agua son algunas de las muchísimas opciones turísticas con las que disfrutar de la naturaleza, a la vez que conocer la historia de un humilde y espectacular pueblo. Actualmente, los vecinos de la pedanía pueden hacer su compra en municipios cercanos, pero también cuentan con furgonetas que acuden algunos días a la semana con productos básicos, por lo que la afluencia de turismo supondría una oportunidad muy buena para que, por fin, logren la instalación de un pequeño comercio que abastezca las necesidades básicas de los vecinos y que no tengan que desplazarse a otros sitios.

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