—No se van a celebrar las fiestas de mayo en honor de la Virgen de la Ascensión ni en julio las de la Virgen del Carmen. ¿Realizarán alguna actividad permitida?

—En principio no hemos propuesto ninguna. Ahora estamos un poco parados al igual que la actual situación. Es cierto que podríamos hacer algo por redes sociales pero vamos a ver de aquí a julio si lo planteamos. Hemos actuado de acuerdo con las normas de las autoridades, así que eran inviables las dos fiestas. Lo primero es la salud, por supuesto.

—Son fiestas entrañables que se viven casi en familia, ¿cómo las celebran habitualmente?

—Sí, son fechas señaladas, de alegría y convivencia entre vecinos, familiares y gente de los alrededores, celebrándose, como cualquier verbena, con bailes, concursos y comida popular para todos.

—¿Cómo están viviendo el confinamiento y, ahora, esta Fase I de la desescalada en La Rábita?

—Al igual que en cualquier otro lugar. Ahora hemos empezado a ver familiares, más gente por la calle e ir adquiriendo un mínimo de normalidad. Antes de la desescalada, los vecinos, en general, se lo ha tomado muy en serio y que sepamos oficialmente sólo hubo un caso con fallecimiento, desgraciadamente.

—Como pedáneo, ¿cuál es el mensaje que le traslada en estos momentos a sus vecinos?

—Son momentos difíciles y nunca vividos, por lo que no hay que perderle nunca el respeto e intentar seguir protegiéndonos y protegiendo a los demás. Esto es fundamental, no podemos ni debemos bajar la guardia.

—¿Cómo ha influido la pandemia del coronavirus en la vida cotidiana de la rabiteños?

—Obviamente, la vida social y comercial ha sufrido cambios, pero tenemos la gran suerte de estar en el campo, disfrutando y valorando lo que nos rodea y a quienes nos rodean. Han permanecido cerrados los establecimientos y bares. Vendedores ambulantes y de mercadillo se ha visto afectado. Otros han vuelto paulatinamente a su trabajos. La mayoría de los rabiteños se dedica al campo y se han mantenido las labores agrícolas. Es rara la familia que no tiene una parcela de tierra, de olivar, o alguna huerta.

—¿Qué es lo que más le preocupa de esta crisis desatada por el coronavirus?

—Perderle el miedo, confiarnos y que el número de infectados y fallecidos hagan mella en La Rábita y en la población de más edad, que suele ser la predominante en las aldeas. La economía puede volver, pero la vida humana no. Por algo, a día de hoy, nos está afectando poco el virus. Así que el temor es que nos relajemos y que pueda darse un paso atrás. Así que hay que mantener el guardia alta y seguir cumpliendo las normas de protección. Todavía no se ha ganado esta batalla.

—¿Cree que la pandemia puede cambiar la forma de vida en el medio rural?

—Todos sabemos que tenemos un tesoro. Esperemos, por ejemplo, que el turismo rural salga mejor parado. Eso deseamos, al menos. A lo mejor toda esta experiencia vivida sirve para valorar las cosas sencillas e importantes. Sería fundamental trabajar, entre todos, para conseguir el arraigo en estas zonas; que los jóvenes puedan tener oportunidades de trabajo y los mejores servicios para los mayores. Hay que conseguir que el mundo rural no se siga vaciando como hasta ahora. Estos son nuestros valores. Dentro de lo que cabe, tenemos un entorno de lujo, distinto, evidentemente, al urbano. Esto hay que preservarlo.

—¿Le ha enseñado alguna lección esta pandemia?

—Valorar lo más importante. Darme cuenta de lo superfluo y de la fragilidad del ser humano. También ratificarme en el valor de las cosas sencillas y de nuestras señas de identidad. Por supuesto, el tesoro que es la salud, y más la de los mayores, porque si fuera al revés, ellos lo harían por nosotros sin dudarlo.

—¿Y lo más duro y preocupante que está observando?

—Lo más duro, como dije antes, es la pérdida de vidas. La economía tendrá una oportunidad y se puede recuperar, pero los que se han ido víctimas de este virus no tienen ya oportunidad. Me preocupa, también, el enfrentamiento actual político y social, porque creo que se está radicalizando. Y eso no es bueno.