“Fue artífice del buen hacer de la iglesia”

El arzobispo castrense, natural de Andújar, fue un claro ejemplo para muchos por su carácter cercano y afable

22 jul 2019 / 12:24 H.

Patricia González

A los 93 años de edad y tras toda una vida dedicada al servicio de los demás y con el corazón siempre lleno de la más pura devoción, el cardenal José Manuel Estepa, arzobispo emérito castrense, falleció durante la madrugada del sábado al domingo, dejando un vacío innegable en la iglesia jiennense.

No hay una sola descripción de José Manuel Estepa que no lo defina como un hombre amable y cercano, que mantuvo su carácter sencillo y humilde a pesar de ser una de las personas más importantes dentro de la iglesia católica. Natural de Andújar, Estepa nunca olvidó sus raíces jiennenses y no desaprovechaba la ocasión de volver para recibir el caluroso abrazo de sus familiares y amigos. La vinculación que mantenía con su municipio no pasó desapercibida por nadie y, por la gran pérdida que su fallecimiento supone para la población, el Ayuntamiento dictaminó que la bandera iliturgitana ondee a media hasta en señal del reconocimiento de su importancia en la iglesia y la sociedad. Una relevancia que, además, está enmarcada en blanco, azul y amarillo en la calle que lleva su nombre: Altozano Arzobispo José Manuel Estepa.

Juan Rubio. Biógrafo

En la larga trayectoria biográfica del cardenal Estepa hay tres claves importantes de servicio a la iglesia y a la sociedad española que han podido ser solapadas una en detrimento de otra. Nacido el primer día de enero de 1926, en Andújar, en una familia de ideas republicanas, sufrió no solo el desdén de la postguerra y el encarcelamiento de su padre (alcalde republicano), sino también el desdén de la propia iglesia de esos años. Hasta el punto de que hasta los 18 años no hizo la primera comunión, en León, donde estaba deportada su familia y razón por la que estudió en Roma y no en España sus estudios sacerdotales.

En segundo lugar, desde los años 50 se dedicó a la renovación de el catecismo en diversas experiencias en España y en América Latina. El entonces cardenal Ratzinger lo invitó a la comisión que, junto a él, realizó el actual catecismo de la iglesia; razón por la que le unió un gran vínculo con el mundo de la catequesis que le ha mantenido en puestos de responsabilidad en la Conferencia Episcopal en esta materia.

Y tercera clave, fue su perfil de hombre mediador y pacífico lo que llevó al rey, tras el golpe de estado de 1981, a nombrarlo obispo general castrense, convirtiéndose después en arzobispo y cardenal.

En el momento que celebró en Andújar su primera misa, dijo durante la homilía: “Estoy sintiendo que, en este momento, están acabando las dos Españas”.

Micaela Navarro. Senadora por Jaén.

Tengo recuerdos de él como una persona que, ni siquiera yo, era consciente de los que representaba. Era una persona muy cercana, muy humana y muy normal. Para mí, no era más que el hermano de Bernardo y Francisco Estepa y el tío de mi amigo. Su tío el obispo, como lo llamaba. Mi recuerdo de él es más personal. Con el tiempo, gané una relación más cercana y al margen de su familia. Siempre he tenido mucha relación con él y más cuando estuve en Madrid. Es verdad que, para él, mi familia era como su familia y, ciertamente, él y yo estábamos muy unidos desde que era pequeña. Yo no sabía qué representaba realmente José Manuel cuando yo tenía 10 años. En aquel momento, no tenía edad para valorar lo que significa esa persona, sobre todo, cuando luego lo conoces y ves que, a pesar de esto, era una persona tan cercana.

Recuerdo que, cuando murieron mis padres, él estuvo siempre muy cerca de nosotros y vino en muchas ocasiones a vernos. Cuando se le hizo un reconocimiento en Andújar o cuando hubo cualquier cosa, yo he estado con su familia como si fuera una más de ellos. Siempre fue un hombre muy cariñoso y respetuoso conmigo y con todos.

En todo este tiempo y en estos últimos meses mantuvimos el contacto. Hace poco, José Manuel estuvo en Andújar, pero no pude ir a verlo. Siempre que venía al pueblo iba a verlo, pero esta vez no pude. Aunque, por supuesto, lo llamé después para hablar con él. Y esta buena relación no solo la tenía con él, también la mantengo con toda su familia en general, con sus sobrinos (tanto los de Andújar como los que se fueron a Madrid), con sus hermanas, hermanos...

Ahora, me gustaría que lo recordáramos como yo lo conocí, como una persona que ha tenido muchas responsabilidades, que ha sido muy importante, pero que ha sido una persona muy normal, con la quien se podía hablar y que era muy respetuoso con todo el mundo. Y recordar su trato con mis padres especialmente, pues les tenía mucho cariño y a mi casa vino como cualquier otro, sin ninguna parafernalia.

Raúl Calderón. Jurista


Conocí a Monseñor Estepa a raíz de mi estancia como juez en Andújar y, además, como miembro que soy de varias corporaciones vinculadas con la Castrense de Madrid; en cuya sede, la castrense, donde tiene lugar el velatorio y la misa de entierro, pronuncié varias conferencias siendo, por entonces, el señor Estepa arzobispo castrense. Además, de hecho, dada la estrecha la vinculación que él todavía tenía con su ciudad natal, Andújar. Se da la casualidad de que, en este municipio, hay una calle que lleva su nombre, que es la calle Altozano Arzobispo José Manuel Estepa. Y, precisamente allí es donde están los Juzgados de Andújar. Como Monseñor Estepa era natural de Andújar, eran constantes sus visitas a la ciudad y siempre regresaba tanto por sus lazos familiares como por su gran devoción por La Morenita, de la cual fue pregonero de su Romería y hermano mayor honorario. También, cuando iba a la ciudad, tenía una especial vinculación y siempre que podría visitaba la iglesia de Santa María la Mayor de Andújar, en la cual yo he impartido varias conferencias. De hecho, la última fue en la cuaresma de este año. Fuera de esto, como persona lo defino como una persona cercana, sencilla, afable y como un hombre de catequesis y enseñanza cristiana. Su muerte es una gran pérdida para la iglesia católica y para la iglesia y la tierra de Jaén.

Amadeo Rodríguez. Obispo de la Diócesis de Jaén.

La muerte de su eminencia, el cardenal Estepa, además de sentir que nos haya dejado para irse a la vida que como cristiano siempre esperamos, en mi caso, he de decir que me deja en una cierta orfandad. Es verdad que entre los dos hay 20 años de diferencia de edad, lo que significa que somos en el episcopado dos generaciones distintas; sin embargo, mis vínculos con él, en algunos momentos, fueron muy profundos. En mi juventud, Estepa era ya el sacerdote de la catequesis, un gran amigo de uno de mis profesores, en especial del que fue mi rector en el seminario. Por él tuve referencias y por él pude conocerlo, aunque, ocasionalmente, pero lo suficiente para que, desde el primer momento, le admirara en algo que más tarde nos iba a hacer coincidir: nuestra dedicación común al servicio de la Catequesis en la iglesia española. De considerarme un discípulo, pasé a colaborar con él, hasta convertirme, como sucede en este momento, en uno de sus sucesores. Hoy presido, en la Conferencia Episcopal Española, la comisión que anima la pastoral catequética, a la que él dedicó, como primer presidente, tantos años de su vida. Ya en sus primeros pasos como obispo, le conocí por el Arzobispo Antonio Montero, con el que siempre tuvo una gran amistad y con el que colaboró muy intensamente en los años especialmente fecundos y creativos del episcopado español, tanto en el posconcilio como en la transición democrática española. Él fue uno de los artífices singulares del buen hacer de la iglesia.

La muerte de su eminencia, el cardenal Estepa, además de sentir que nos haya dejado para irse a la vida que como cristiano siempre esperamos, en mi caso, he de decir que me deja en una cierta orfandad. Es verdad que entre los dos hay 20 años de diferencia de edad, lo que significa que somos en el episcopado dos generaciones distintas; sin embargo, mis vínculos con él, en algunos momentos, fueron muy profundos. En mi juventud, Estepa era ya el sacerdote de la catequesis, un gran amigo de uno de mis profesores, en especial del que fue mi rector en el seminario. Por él tuve referencias y por él pude conocerlo, aunque, ocasionalmente, pero lo suficiente para que, desde el primer momento, le admirara en algo que más tarde nos iba a hacer coincidir: nuestra dedicación común al servicio de la Catequesis en la iglesia española. De considerarme un discípulo, pasé a colaborar con él, hasta convertirme, como sucede en este momento, en uno de sus sucesores. Hoy presido, en la Conferencia Episcopal Española, la comisión que anima la pastoral catequética, a la que él dedicó, como primer presidente, tantos años de su vida. Ya en sus primeros pasos como obispo, le conocí por el Arzobispo Antonio Montero, con el que siempre tuvo una gran amistad y con el que colaboró muy intensamente en los años especialmente fecundos y creativos del episcopado español, tanto en el posconcilio como en la transición democrática española. Él fue uno de los artífices singulares del buen hacer de la iglesia.