“La vida siempre ha cambiado a mejor, pero ahora hay un atranque”

Conocido habitualmente como “Saturno”, Saturnino García, a sus 93 años, es un ejemplo de lucidez

23 ago 2022 / 06:00 H.
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Tiene dos hijos, cinco nietos, diez biznietos y una tataranieta. Saturnino García, “Saturno”, es una persona muy conocida en Alcalá la Real, la Sierra Sur y otros lugares a donde su vida laboral lo ha llevado.

—¿Qué recuerda de la Guerra Civil?

—Meses antes de que empezara vi cómo llevaban unos particulares, uno con una escopeta y otro con una vara, llevaban a un hombre por la calle Real a la cárcel, maltratándolo. Eso me impresionó. Mis abuelos y yo regresamos de Alcalá a la Hoya de Charilla y allí pasamos la guerra. Salíamos a un cerro por encima de La Lastra para ver si venían ataques. Durante toda la guerra no cayeron bombas, ni hubo tiros ni fusilamientos. Sí iban muchos milicianos de Frailes, porque pasaban faltas de comida. Denunciaron a mi padre por ser enlace —pasaba gente de la zona roja a la fascista— y unos meses antes del final de la guerra volví a Alcalá en un grupo de más de veinte personas, entre ellos el bisabuelo y otros familiares del actual alcalde. Tras la guerra me encargaba para recoger el pan de las raciones de la familia.

—¿Cómo se convirtió usted en un maestro garrotero?

—Después de un tiempo en Alcalá volvimos a la Hoya de Charilla y luego estuve viviendo en varios sitios. Pasé los dieciocho meses de la mili en Gerona, primero en un campamento en Figueras y luego en Olot. Allí hice el curso de cabo. Empecé a dar clases a reclutas analfabetos. Fue casi por lástima porque sin saber firmar no les daban permisos. Yo sabía poco, pero ellos, menos.

—¿Qué formación tenía?

—Cuatro años con el recordado maestro Antonio Garrido y luego otro poco tiempo en la Hoya de Charilla y Alcalá. Siempre he tenido libros y me ha gustado leer.

—¿Por dónde enseñaba?

—Mi padre partió las tierras, pero con aquello no llegaba, aunque sabía hacer todo lo del campo. Estuve tres años estuve de maestro garrotero por los cortijos. Yo cobraba veinte duros al mes y daba clase un día sí y otro no para llevar todas las que casas que podía. Comía donde ensañaba.

—Después hizo de “regovero”.

—Cuando mis hijos estaban grandecillos dispusimos de venir a Alcalá. Estuve de camarero en la calle Real, en el bar El Cordobés, tres años, y nos quedamos con una fonda. Luego traspasamos el negocio y pusimos una tienda de aves y huevos, que ahora lleva mi nieto. Mi mujer despachaba y yo me dediqué al negocio ambulante, de “regovero”. Hicimos una sociedad con tres miembros, pero pusimos un dinero y se perdió. Entonces me establecí por mi cuenta con un coche. Iba a comprar conejos, gallinas y huevos por los cortijos. Me di cuenta de que con el coche solo no podía y además tuve un accidente e hice el coche polvo. Compré un camión. Primero me movía por Alcalá y Montefrío, luego por otros pueblos de Granada. Con el tiempo llegué a Huércal-Olvera (Almería); pueblos de Córdoba como Cabra, Lucena, y de Málaga, como Campillo. Me extendí por La Mancha, con varias temporadas yendo a Madridejos. Luego compramos una parcela en Santa Ana, porque en Alcalá estaba ya todo muy estrecho, para hacer una nave. En Santa Ana también levantamos la casa en la que hemos estado viviendo durante muchos años.

—¿Cómo se jubiló?

—De últimas se quedó mi hija con la tienda y estuve trabajando en Promi, de repartidor para Castillo y Valdepeñas. Cuando quitaron ese matadero me llegó la jubilación, con 65 años.

—¿Cuál es el secreto para haber llegado a 93 años tan bien?

—Es una casualidad. No he tenido enfermedades grandes, a excepción de un cáncer de próstata que superé. Por una operación de cataratas me extraviaron un ojo. Tengo achaques, como hernias, pero por lo demás no estoy mal. Una prima hermana se murió con cien años, pero otros parientes no han llegado a tanto. No he fumado, aunque he bebido regular, cuando me juntaba con amigos. Mi deporte han sido la hoz y la azada.

—¿Ha tenido vacaciones?

—No sabía ni que había vacaciones. Empezaba de madrugada y echaba muchas horas. Descansaba poco. Solo las tuve en la época de Promi.

—¿Cómo es su día a día?

—Estoy tres meses con mi hija en Santa Ana y otros tres con mi hijo en Alcalá y así vamos alternando. Salgo por la mañana, tomo el café. También veo la tele y leo. Llevo una vida tranquila y voy solo a todos los sitios.

—¿Ha cambiado mucho la vida?

—Cómo no va a cambiar si cuando llegué a Alcalá al final de la guerra no había ni diez coches. Ha cambiado siempre a mejor hasta ahora, que hay un atranque.

—¿Qué significa eso?

—Hombre, ahora tenemos el problema del tiempo y la guerra y parece que una mala administración.

—¿Existe el cambio climático?

—Tengo que creerlo porque lo he visto. Se han perdido fuentes en la sierra, donde no se hacen sondeos. Antes llovía y nevaba más y había bastantes tormentas. De calor, como este año no recuerdo otro igual, aunque es verdad que ya me molestan tanto el calor como el frío.

—¿Cómo ve el futuro del mundo?

—Mal. Se están haciendo cosas mal hechas. Se están saliendo de lo normal. Antes, la gente se casaba y tiraba “palante” y hoy todo es mañana me caso, mañana me descaso. La gente va al día. Tiene trampas, pero llegan las vacaciones y no se priva. Hoy, con la forma en que se crían los hijos, no se pueden tener. Los cambios van produciéndose solos.

—¿Cómo aguantaba la gente la dura vida en los cortijos?

—No había otra cosa. Eso de grifo, nada. Había que ir por agua con una bestia y que alumbrarse con un candil. He conocido la primera radio, la primera televisión y muchas cosas nuevas. La gente se divertía en bailes, guateques y carnavales. Se hacían “rejuntes”. Así fue hasta que empezó la gente a irse por ahí. Tuve ocasión de emigrar a Cataluña, donde tenía y tengo buenas amistades, pero finalmente no quise irme.

—¿Tiene algún libro escrito?

—No, solo un retazo, en el homenaje a Domingo Murcia, pero solo referente a la Hoya de Charilla. Lo hice manuscrito y Paco Toro lo pasó a ordenador. Explicaba, a mi manera, cómo era la aldea y quién vivía allí. Llegó a haber hasta doscientas personas y hoy está casi vacía.

—¿Pasó usted hambre?

—Aprendí a pasar hambre en el campamento de la mili. Se notaba la pobreza, pero en mi casa no se pasaron faltas. Mi padre tenía dineros.

—¿Cómo ve la memoria histórica?

—Mal, empezando porque a mí no me gusta que se toque lo pasado. Lo pasado ha pasado. No estuve en la guerra, pero después me encontré hombres mal enterrados. Eso hay que dejarlo allí. Es mejor no recordar. ¿Qué ha ganado el Gobierno este con sacar a Franco de donde estaba? Con eso no ha hecho nada.

—¿Conoció a los maquis?

—Vi a Hojarasquilla y Cencerro, pero no los traté. Procuraba darles de lado porque los mayores nos lo recomendaban. Una vez me encontré con una partida importante. Íbamos cazando unos cuantos y estaban en el Marroquí, a unos trescientos metros, algunos con armas largas. Se marcharon. Nosotros llegamos a donde habían estado y no pasó nada.

—¿Tiene enemigos?

—No tengo y si supiera que tenía les pediría perdón. No quiero tenerlos porque creo en el más allá. Algo tiene que haber. Nunca llegaremos a saber lo que hay. Soy católico a mi manera, para lo que me interesa.

—¿Trató al Santo Custodio?

—Era un hombre que tenía un poder especial. Yo ya no voy a la Hoya del Salobral porque no puedo, pero de jóvenes ibamos a ayudarle a trabajar. Sacamos una parva de veza y le llevé los costales a su casa. Dijo que tenía los pies fríos y era en el agosto. Suele pensarse que ese pasa cuando alguien se va a morir pronto. Y así fui. Al poco tiempo falleció.

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