La estela musical de una leyenda viva del rock

El artista conquista a los jiennenses con Mi tiempo señorías, su gira de despedida

25 jun 2018 / 20:00 H.

Las luces se apagaron, el público enloqueció y el solo de una guitarra anunció uno de los momentos más esperados de la noche. Rosendo fue puntual a su cita, la cual abrió con Aguanta el tipo, un tema que sacó en 1986 y con el que el cantante decidió iniciar su gira de despedida, que lleva por nombre Mi tiempo señorías. Y es que Jaén no podía faltar en su agenda y, mucho menos, el Lagarto Rock, un festival por el que el madrileño pasó en dos ocasiones, la última de ellas en 1992. Ni dio tiempo al aplauso o al descanso instrumental cuando sonó Por meter entre mis cosas las narices, canción con la que los espectadores elevaron los móviles al cielo en una marea de destellos azules para inmortalizar un momento único en la capital.

“Jaén, buenas noches”, gritó Rosendo mientras cogió un poco de aire. Después, dijo: “Es un gustazo volver al Lagarto después de tantos años. He venido a esta tierra en varias ocasiones, ya ni recuerdo cuántas. Me encanta que el Lagarto se repita y espero y deseo que se siga repitiendo”. Fue breve, pero conciso. Así, el rockero retomó su espectáculo con Muela la muela, de su disco Vergüenza torera, tema homónimo que interpretó después y cuyo ritmo se adueñó de todos cuantos lo presenciaron.

Cosita, de Jugar al gua; El botillo y la pringá, de su álbum De escalde y trinchera, y Deja que les diga que no —que lleva el mismo nombre que su disco del 91—, volvieron a elevar al artista a la leyenda viva del rock.

Los acordes de su guitarra dieron la bienvenida a un homenaje musical a Antonio Flores. De esta manera, Rosendo tocó No dudaría, en una versión rockera y eléctrica que conquistó a todos y trajo a la memoria a un grande del flamenco cuya música, así como el rock, nunca morirá.

El artista se sintió como en casa sobre el escenario y mostró su complicidad con el público, que no cesaba en corear su nombre y aplaudir cada uno de sus temas. El ambiente fue de júbilo, pero también reinó cierta melancolía al pensar que, tras finalizar su gira, el cantante abandonaría los escenarios. Esta sensación hizo aún más especial este encuentro, uno en el que se dieron cita varias generaciones, las que nacieron con sus letras y las que crecieron, a la par, con ellas.

El virtuosismo del madrileño ante las cuerdas de su guitarra eléctrica, de la que no se separó ni un momento, estuvo presente durante toda su actuación. No necesitó más parafernalia a su alrededor. Su melena blanca, deslumbrante, y su sola puesta en escena eclipsaron por completo. El padrino del Lagarto estuvo a la altura, como se esperaba, y superó las expectativas de cuantos, desde hace semanas, aguardaban el instante de verlo cara a cara. Logró reunir, así, a 3.000 espectadores en el Auditorio de La Alameda, la casa que lo recibió en las anteriores ediciones y que, en esta ocasión, se convirtió en el escenario por el que siguieron sonando canciones como Cuando, Cúrame de espantos y No son gigantes, de su disco Canciones para normales y meros dementes.

Y es que el artista dio un largo repaso por su carrera musical en un concierto que duró alrededor de dos horas y en que la emoción, el rock y los mensajes de sus letras cobraron vida y se llenaron de reivindicaciones sociales, como fue el caso de Mala vida, donde el cantante hizo una reflexión sobre las personas que se ven atrapadas en un sistema del que no pueden escapar. La madrugada sorprendió al Lagarto con Y dale. Este tema dio la bienvenida a Loco por incordiar, uno de los discos del madrileño que aún no había puesto en escena en la capital.

“Soy el alma dormida, soy la sangre de la herida, soy hola y despedida”, cantó en Soy, una composición con la que el artista recordaba que su “hasta siempre” estaba cerca. Pero la noche continuó con intensidad y, entre saltos y un espectáculo que no decayó, llegaron temas como Amaina Tempestad, de A veces cuesta llegar al estribillo.

El artista pegó un frenazo en su discografía en solitario y recordó con El tren a Leño, el grupo del que formó parte en el 78 con Ramiro Peñas y Chiqui Mariscal, quien posteriormente fue sustituido por Tony Urbano. Con esta sorpresa, cercano ya el final del concierto, Rosendo puso en escena un rock duro de letras dulces y metáforas escondidas. Tras este pequeño tributo, el rockero continuó con su recorrido profesional e hizo saltar a los jiennenses con Flojos de pantalón que, como bien tarareó el público: “Noches al pie del cañón con fuerza de voluntad”. No hay mejor manera de ejemplificar cómo los espectadores se pudieron sentir en aquel momento en el que sus voces y la armonía instrumental del maestro del rock convergieron en una simbiosis musical que continuaron de la mano con Masculino singular, tema de Veo, veo mamoneo, de 2002. Con Pan de Higo y Navegando viajó al pasado, a la década de los 80, cuando el rock vivió uno de sus mejores épocas. Al finalizar este tema, las luces se apagaron y Rosendo se marchó. No dijo nada. Solo se fue y el público lo reclamó.

Los minutos de su ausencia pudieron parecer horas. “¡Rosendo!, ¡Rosendo!” gritaron algunos mientras otros vitorearon: “¡Otra, otra!”. Y el cantante obedeció. Sabía que no podía irse sin entonar dos temas que eran de obligada actuación. Su regresó reavivó el entusiasmo de todos, que elevaron las manos al cielo cuando escucharon Agradecido. El broche de oro de esta cita llegó con Maneras de vivir, una canción icónica en su carrera y perteneciente a su trabajo Otra noche sin dormir. El artista supo que no había mejor forma de despedirse que con esa composición, una de las más interpretadas por otros artistas singulares como “El Drogas”, Miguel Ríos, Fito Cabrales o Luz Casal.

Así, una página más quedó escrita en la historia del Lagarto Rock y de Rosendo, quienes volvieron a encontrarse en una etapa especial, una en la que el concurso renació para dar la bienvenida a músicos emergentes mientras que el madrileño se despedía de los escenarios tras medio siglo de actuaciones y éxitos.