28 jun 2022 / 00:00 H.

El refranero popular, tan vinculado a la agricultura, explica también sus avatares, año a año y estación tras estación. En esos ciclos vitales del campo, a los agricultores no suelen asustarles las altas temperaturas cuando llega el verano, porque antes que después se preparan para recoger los frutos de sus cultivos. Las altas temperaturas, incluso las olas de calor -aunque dependiendo del cultivo de que se trate-, no son ya determinantes para las cosechas a partir de junio, salvo catástrofe natural inesperada. Es antes, en primavera especialmente, pero también en el invierno y el otoño, cuando el campo sienta las bases de lo que va a germinar después, mucho, poco o regular.

Lo viene a decir en cierta forma, con una interpretación amplia, el otro refrán, el que te emplaza a un hipotético 40 de mayo en junio. Encierra un aviso: ojo que pueden cambiar las tornas en cualquier momento, y lo que parecía ya calor puede tornarse fresco y viceversa. Más aún si no perdemos de vista los efectos cada vez más palpables del cambio climático, que está alterando esos ritmos vitales del campo sujetos a las estaciones, a los solsticios y equinoccios.

Aquí en Jaén, el olivar ha sido el gran damnificado por determinadas circunstancias que se han encadenado en ese ciclo vital, precisamente en un momento crítico, el de la floración, precedido también de circunstancias poco favorables. La huerta también lo ha sufrido, en menor medida. Francisco, hortelano de la campiña, está vendiendo patatas, y esta misma semana tendrá pepinos y calabacines. Sus tomates tienen fama entre la clientela, pero van a tardar una o dos semanas. “Si es que no podemos sembrar antes, porque en enero y febrero no llovió y si llegan heladas se lo lleva todo por delante”, comenta, para poner después el acento en los dos factores conocidos y claves: agua y temperatura.

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Agua, lluvia, frío y calor


Con el ojo puesto en el olivar, sostén primordial del campo jiennense, hay que analizar lo que pasó en el otoño, en el invierno y, sobre todo, en dos días del mes de mayo pasado. Paqui Gutiérrez, ingeniero agrónomo, puntualiza escenarios, momentos críticos y procesos.

En otoño e invierno debería llegarle el agua de la lluvia; también los días de frío que el árbol retorcido necesita. Más la corta, o la poda, terminada la recolección, y después, en su tiempo, el manejo de la cubierta vegetal del suelo donde están plantados. Antes de la floración, en primavera, agua y calor, pero no extremo. Si se dan las condiciones necesarias el fruto cuaja y sale adelante. Si no se dan, se avecinan pérdidas.

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Dos días de mayo aciagos

El pasado mes de mayo pasó lo que pasó. Los días 20 y 21 se dispararon las temperaturas hasta los 42,3 y 42,1 grados. Es más, antes de que los termómetros subieran hasta los 40 grados, entre los días 16 al 19 se sucedieron valores superiores a los 30 grados en un ascenso progresivo hasta el máximo de esas 48 horas aciagas. Al día siguiente, las temperaturas se desplomaron hasta valores más normales: 28,5 grados el día 22 y 31,7 el día 23.

Las altas temperatura de esos dos días quemaron literalmente buena parte de la floración, las delicadas hojas blancas del olivo. ¿Cuánto? Hasta que no haya aforos resulta difícil cuantificarlo.

“Ha hecho muchísimo daño”, afirma Paqui Gutiérrez en cualquier caso. “Más que ahora, en estos días de junio, la temperatura y las precipitaciones influyen antes. El fruto que ha salido adelante está ya ahí y ahora lo que hace es engordar el hueso. El principal problema está en la floración, que es irregular en una provincia como esta con un cultivo tan extenso. La casuística es muy variada”, refiere.

A las altas temperaturas de esos días que quemó la trama de las pequeñas hojas, se unió en mayo otro factor importante: “Llovió también y el polen que se mueve en el olivar quedó apelmazado; así no puede migrar para polinizar”. ¿Hay más? Sí, porque factores y elementos de concatenaron como en una confabulación para asestar un duro golpe a la cosecha, en un marco también recurrente. “Hay que sumarle la falta de humedad en el suelo, porque llovió en primavera, pero el invierno fue penoso en ese sentido y el árbol no tenía toda la humedad que necesita”, precisa la agrónoma.

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Dos procesos y condiciones negativas

“En la prefloración ha habido falta de humedad; en floración, temperaturas altas y lluvia. Además, después de la floración, la cobertura de vegetación ha sido intensísima, de mucho espesor”, resume. ¿Cómo influye esa cubierta de hierbas y otras especies en el suelo del olivar? “No había más que ver cómo estaba el campo, con una excesiva cobertura vegetal. La cobertura vegetal hay que manejarla en sus fechas, porque si no, compite por agua y nutrientes con el cultivo. Se ha manejado, pero estaba ahí y estaba compitiendo”, explica.

“Se han dado las peores circunstancias”, resume. Además, hay un proceso denominado “vernalización” referido a las horas de frío que el olivo necesita y que, posiblemente, tampoco se haya desarrollado de forma favorable: “No se tienen definidas las horas necesarias de frío, que en principio tampoco se han dado en el otoño y en el invierno, porque el árbol también necesita esas horas”.

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El riego también tiene sus problemas

Entendemos de esta forma que el olivo tiene su propio proceso interno y otro externo. Tiene su fisiología y tampoco ha tenido los “requerimientos” necesarios en la externa. “Se nos ha juntado una estampa complicada”, sintetiza de nuevo Paqui Gutiérrez, para añadir que lo descrito responde a una pauta de un cultivo de olivar de secano típico; pero, ¿y el regadío? Los problemas derivados de la falta de agua han provocado una menor dotación para el riego. Sumemos también otra circunstancia sobrevenida: el alza del precio de la energía. Unos han regado lo que han podido y otros no lo han hecho acuciados por los costes. “El regadío también está tocado”, dice la agrónoma al respecto.

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¿Qué hay que esperar hasta la recolección?

Primero los aforos para calibrar la dimensión de lo que se ha perdido; segundo, confiar en que lo que ha cuajado siga adelante en buenas condiciones, ahora que ha pasado la primera ola de calor y se han suavizado las temperaturas. “Este árbol, como sabemos, es muy resistente, si no hubiera llegado con esas condiciones adversas hubiera resistido las temperaturas propias del verano”, precisa Gutiérrez.

El problema no se ubica ahora en junio, por lo tanto, ni radica en estas temperaturas, que además son buenas para el proceso de lipogénesis, por el que la aceituna después dará el aceite. Viene de lejos, de la falta de agua y de humedad; “posiblemente” de la falta de días de frío, de esa competencia de la cubierta por los nutrientes y los demás factores descritos. El riego sería ahora un buen remedio para inyectar algo de humedad y que lo que ha quedado en el árbol adquiriera el tamaño debido. De hecho, parte de la aceituna que cuajó se ha quedado pequeña.

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Sin olvidar la corta

“Se abre el árbol para que entre el sol, el aire, y tenga sombra suficiente para que cuando llegue agosto no se quemen los palos”, decía Tomás Carpio a este periódico en marzo de 1999. Resumía el beneficio de la corta, o la poda, en el olivo. Le enseñó a cortar su padre y a este, su abuelo. Tradición de hacha que hizo la transición a la sierra mecánica, que domina Tomás, la tercera generación de cortaores de la familia y el primer propietario de olivar. Entonces era un treintañero. Hoy relata lo que sucedió esos dos días de mayo con más experiencia. Es un episodio crepuscular. Desde que sale el sol hasta que se oculta, en sus dos crepúsculos, matutino y vespertino. “Va de este a oeste, como sabemos, y así le da al olivo, pero depende de cómo esté situado, de la zona en la que este la finca”, dice como preámbulo. “Así que no es uniforme, pero quemó mucha trama. En algunos sitios más de la mitad. Yo he tenido suerte y no he salido mal librado. La corta es muy importante, porque si el olivo está bien cortado, frondoso, aireado, resiste y se protege mejor”, precisa sobre el episodio de altas temperaturas durante 48 horas en plena floración. Protege y revitaliza el árbol, lo regenera para que broten nuevas ramas que den sus frutos en su tiempo.

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Un epílogo para reflexionar

“La producción que tenemos viene de dos años atrás, y llevamos años malos por falta de agua, de la humedad que está en el suelo. Y eso afecta al olivar, a los cereales, a todos los cultivos. Son malos tiempos para el campo”, valora Paqui Gutiérrez. Es más: “Hay otra cuestión importante. Los árboles -por los olivos- están como ‘parados’; el crecimiento de esos brotes interesantes que veíamos en primavera se ha frenado y, precisamente, esos brotes son la cosecha que viene. Con el clima que tenemos, se ve meses antes al árbol frenado, como ralentizado”, explica. Y resuelve: “Evidentemente, la cosecha no va a ser como la que hemos tenido en la última campaña”.

Es el poderoso factor clima, el mismo que a Francisco, el hortelano, le impidió sembrar cuando se requería y tener que esperar ahora un par de semanas más sus tomates para venderlos. “Ahí nos afecta todo, porque encima no tenemos tejas”, dice al periodista señalando el cielo mientras le pesa con una romana de mano cinco kilos de patatas. Es el campo, sin puertas y sin tejas.



Los siete días de junio más calurosos de la serie histórica de la provincia de Jaén

 

 

1º  44,4º (26.06.2012 y 17.06.22).

Observatorios de Andújar de Aemet y Meteoclimatic.

 

2º 44,1º (16.06.2017).

Observatorio de Andújar Aemet.

 

3º 43,6º (26.06.2012).

Observatorio Andújar Aemet

 

4º 43,3º (29.06.2019).

Observatorio de Andújar Aemet.

 

5º 42,7º (27.06.2008 y 13.06.2009).

Observatorio de Andújar Aemet.

 

6º 42,5º (28.06.2004).

Observatorio de Andújar Aemet.

 

7º 42,4º (28.06.2006).

Observatorio de Andújar Aemet.