tiempos

10 abr 2018 / 09:08 H.

Hay tantos tipos de profesores como de personas. Unos humanos, casi divinos. Empatizan con sus alumnos: Entienden que su vida laboral les impida dedicarse de lleno a su asignatura, obvian sus ausencias, facilitan sus exámenes... Otros —yo tengo una dura experiencia— te dejan en la estacada, valoran si asistes a clase, se empeñan en que los exámenes se lleven a cabo en grupo, con el resto de alumnos y te dan una calificación que, ellos dicen, justa. Hay de todo. Cuando yo estudiaba, recuerdo con nitidez la ingratitud de un profesor de Pensamiento Político en un examen final que no se pudo hacer en nuestra facultad porque había huelga y piquetes. A pesar de todo, nos examinamos en las escaleras de otra facultad, en mayo, con setos y plantas gramíneas. A mí me atacó una alergia de tal calibre que comencé a estornudar y a llorar copiosamente. Se veía claramente que no podía escribir, ni centrarme en más papel que en el clínex que llevaba en la mano para limpiar mis ojos. El profesor —me acuerdo hasta de su nombre— no aceptó mi petición de hacerlo otro día a buen recaudo. Así que tuve que dejarlo para septiembre. Entonces saqué un notable alto. Eran otros tiempos, claro.