Siempre nos quedará Nuestro Padre Jesús

Hemos vivido este 2020 una Semana Santa como nunca, al día de todo, hasta de lo innecesario, exhaustos de noticias y mentiras de las redes sociales >> Pero sin poder salir de casa, confinados desde el 14 de marzo >> La casa se nos cae, la fe no

12 abr 2020 / 10:35 H.

Cuando el mundo ya no sea igual que el que nos traíamos entre manos apenas nos quedarán referencias en la vida, más allá de nuestra familia y nuestros amigos del alma, si es que logramos salir vivos de la pandemia; indemnes está claro que no, pero al menos gozando de una salud llevadera hasta tanto la modernidad y la atroz locura consumista que nos devora nos acerque otro bichito invisible que sea capaz de paralizar todo el planeta, como ahora lo hace el covid-19. Hemos ido dejando eslabones de confianza conforme pasaban los días, quizá envalentonados al principio del Estado de Alarma por la novedad de vivir en casa sin poder salir, pero con todas los avances del mundo a nuestro alcance (y con la despensa súper llena) y ahora mismo se nos caen encima las paredes. ¿Estaremos preparados para el nuevo mundo que se nos avecina?

Sea por las pocas cosas en las que creíamos ya no nos sirven para nada, saltaron por los aires y ya suenen a prehistoria, fuese porque muy adentro de nuestra alma aún resuenen melodías de fe inquebrantable, el caso es que este año nos ha tocado vivir una Semana Santa con imágenes recogidas en su iglesia, sin oropeles ni pechos henchidos de varas de mando y nosotros enclaustrados, revolviendo cajones de fotos antiguas, recuperando amigos añejos, poniendo en castellano los archivos del ordenador y con una rutina previsible con los deberes si es que en las casas estudian niños y niñas con profesores telemáticos o simplemente trabajando, que no todas las actividades productivas se han paralizado. Así las cosas, afrontamos lo que nos quede exhaustos de inventos y gracietas para pasar el tiempo y jugamos a ser héroes por un día en cuestiones de solidaridad y música compartida cuando ya todo chirría, todo se hace anodino y cargante porque no hay cuerpo ni mente que aguante este encierro sin más compañía que el cielo por una ventana o la lluvia saliendo al balcón, que suenan a pequeñeces y tonterías bucólicas de algún poeta despistado, pero que ahora saben a gloria divina, le pese a quien le pese. Es duro tirar para adelante y se lo dice alguien que no ha estado confinado ni un solo día, para quien salir y entrar a trabajar es un lujo divino comparado con ustedes que me leen ahora mismo, cuando el periódico es su único ‘intruso’ permitido en casa, con el que vienen desayunando de siempre, puesto que los noticieros de la televisión y las redes sociales están, además de politizadas y ensoberbecidas, están ahogadas en inhumano fango. Será que la displicencia con la que algunos pocos se enfrentan al problema de todos, ignorando la tragedia de muertos, saliendo y volviendo a salir en busca de una medalla de valiente que engaña a la ‘Poli’ ha logrado pervertir el verdadero debate de una sociedad que puesto fin a su historia, al menos como hasta ahora nos la teníamos organizada. Y el debate se nos escapa a conciencia porque habla de robotización, de inteligencia artificial y de automotización, o sea, que los seres humanos flaqueamos muriéndonos a espuertas y sin que las familias le puedan dar un sentido velatorio y la propia condición humana tiene los días contados a este paso en el que nos envalentonamos con tanta balconada. Será por todo esto o fuese porque las semillas siempre germinan por lo que este año “El Abuelo” ha conquistado los poquitos corazones que antes no había conseguido, seguramente porque no había tiempo de pararse en lo importante y darle rienda suelta a lo superficial era la moda... Quizá haya más pandemias y más encierros, quién sabe, pero, en cualquier circunstancia y con una brizna de vida por vivir, siempre nos quedará Nuestro Padre Jesús Nazareno, con él no hay quien pueda. ¡Viva “El Abuelo” de Jaén!

DESEO PRIMERO: Hacer de la sociedad algo más justo e igualitario
Deseo final: El egoísmo nos vacuna contra la propia vida en común