Antoñete en la memoria de la fe

Ha llegado la hora, el tránsito sigue siendo llevadero en el foso del deporte, querríamos militar más arriba, acorde con la ciudad y la historia, pero aquí estamos, a las puertas del Centenario del Real Jaén. Quién lo diría, pero sí; nadie daba crédito al momento, hubo años que era palpable la desaparición, incluso hubo tiempos de una presión enorme para enterrarlo y renacer de cero, como otros equipos hicieron, pero el Real Jaén es algo más que un escudo, una camiseta o una identidad futbolística, es un sentimiento y una fe inquebrantable. Por eso hemos llegado a donde hemos llegado y es el momento, según el “señor Jota”, de ensalzar la figura de un grande de Jaén, como las ganas de Antoñete ningunas, que lo suyo era fe con ilusión, coraje y hasta contraria a la lógica humana. Una forma de enfrentarse a la vida que ha de ser ensalzada y aplaudida.

Decía la Madre Teresa de Calcuta que siendo fiel a las cosas pequeñas nace la fuerza interior para encarar las esquinas de la vida y el “señor Jota”, dado a la melancolía por la que nos lleva la inflación y los tipos de interés, reverbera ahora todos y cada uno de los partidos de fútbol a los que de pequeño fue de la mano de su padre; no hay consuelo, sí una enorme alegría de lo vivido, porque el fútbol es algo más que unas carreras tras un balón y ahí tiene siempre de ejemplo a su inolvidable amigo Antonio Romero Maroto, cascarrabias, sí, pero de dignidad infinita; controvertido en sus métodos, sí, pero no ha habido después más jugadores de la cantera. Merece un monumento ahora que el Real Jaén celebra su Centenario, no hay otra persona que represente los valores del entusiasmo y al amor por unos colores como este personaje que excedía hasta la extenuación los límites de lo razonable, por mucho que se le torciera algo y pese a los chascarrillos inventados. En un pedestal lo tiene el “señor Jota”, precisamente por eso, por ir a lo suyo y no guiarse del que dirán: “Ora como si todo dependiera de Dios, trabaja como si todo dependiera de ti”, decía San Agustín y enseñaba Antoñete.