Rebelión en la granja

01 feb 2020 / 12:45 H.

Chalecos amarillos, sin engolamiento, con acento del terruño, picual. Barricadas sin patrias ni república, aunque con la pela como madre putativa que vele por nuestra herencia milenaria. Nuestros “CDR” suben la media de edad, granados por las horas al sol y al frío; curtidos en otro tipo de desencanto y doctorados en quemar ramón. Mientras, la bandera de nuestros padres ultrajada por la ley del mercado. Cortada de raíz la rutina del campo porque los olivareros están ante la paradoja de tener mucho aceite y poco pan para mojar. “Es la economía, estúpido”, dicen, mientras rugen los tractores. Una vez que la minería cavó su propia tumba, a este país de barras y tapas no le estorban los campos de cultivo, pero casi, son un mal necesario. Cuestión de cuota. Reducto pintoresco con estrellas, en el que perderse los puentes y comprobar cómo se las gastan los aborígenes con sus costumbres rurales. La tierra y la briega constante del hombre intentando sacar frutos de ella es una historia, otra distinta es la cruenta de Caín y Abel que llega hasta nuestros días. Aquí, afanados en las tareas propias del olivar y allí, en lo alto de la loma —por aquello de la cadena de valor— distribuidores aprietan a los olivareros para que vendan barato y el margen cambie de manos, dejando “lampantes” los bolsillos de aceiteros nerviosos, ávidos del regate corto y vender como única meta de la cooperativa.

A la primera productora mundial de aceite de oliva no le cuadran las cuentas, le han tocado los balances. Al porvenir de este árbol milenario ligaron el suyo pueblos enteros que hoy están aquejados de incertidumbre, no hay horizonte al final del camino. Con precios de otro siglo, no se pueden pagar ni jornales y así la rebelión llegó a esta granja. Es un cabreo sordo, que viene de lejos por unos agravios que son condena, pero que necesitaba una revuelta, aunque acotada, para una combustión nada espontánea. La provincia cortada al despuntar el alba, cuatro puntos cardinales para dar altavoz al “conflicto” que se vive en la casa de cada olivarero. Autovías cortadas y negocios cerrados sin necesidad de piquetes porque en los pueblos se sabe que su Valeo particular crece junto al rellano y, lo que es más importante, reparte jornales. Economía circular y verde. El tren y sus lentas vías no hubo necesidad de cortarlo, ya languidece solo, pero esa es otra batalla. Pero son ellos, los que van al tajo, los que tienen la mosca detrás de la oreja desde hace tiempo, comprueban, como en la granja de Orwell, que las raciones son cada vez más escasas.

“Las raciones fueron nuevamente reducidas para economizar petróleo. Pero los cerdos parecían estar bastante a gusto y, en realidad, aumentaban de peso”

En aquel ecosistema doméstico eran los cerdos los que se hicieron con el poder, desbancando a los humanos caídos en desgracia por sus pecados capitales. Nuestros “puercos” particulares, al igual que aquellos, ganan peso incluso en estas precarias circunstancias y también se permiten licencias, se saltan normas, reglamentos y, ya en faena, azuzan a sus perros para amedrentar al resto. Nuestro tirano es el “Napoleón” de la distribución que sabe hacerse fuerte gracias a nuestras debilidades, a nuestra división interna. Tantos años después, con más de cuatrocientas almazaras en el territorio, la guerra la hacemos como soldados de fortuna, cada uno por su cuenta. Así no hay quién pueda organizar una contienda en condiciones. El día después, el VAR administrativo-político pone reparos a los tibios desmanes de una manifestación por otro lado ejemplar. Vistas las algaradas y el parte diario del fuego de la Cataluña independentista, recordemos al burro Benjamín, que era el único que sabía leer en la granja y les leyó al resto el único mandamiento que quedó escrito por los cerdos: “Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros”.