La nuestra

14 mar 2020 / 11:43 H.

Se ha decretado el fin de los besos y los abrazos, los apretones de manos están en entredicho y las caricias solo se permiten en la intimidad y previa desinfección. España, país callejero, pendenciero y de contacto, tiene que cambiar los hábitos, aunque sea por querernos, a la postre, un poco más. Es lo mejor para luchar contra un enemigo invisible que ha ido más allá de las conversaciones hasta hacerse tendencia en nuestra cabeza, de la que no se despega el metro y medio de rigor.

Hace calor en la calle y, sin embargo, la ciudad está fría, la preocupación ronda en gestos cotidianos, que ya se hacen con una premura extraña. Las calles andan raras y nos contagian un desasosiego al que habrá que acostumbrarse por unos días. Algunos negocios están casi vacíos, otros anuncian su cierre preventivo en un ejercicio de responsabilidad que antes hicieron otros bajo el eufemismo de “vacaciones del personal”. Sí, la colonia china va dos pasos por delante de nuestro miedo y de las decisiones de nuestros políticos, también. Es una comunidad bien informada. Nadie escarmienta en cabeza ajena y ni la lejana Wuhan sirvió de ejemplo, ni la cercana Italia nos vacunó de cierta improvisación. Cuando el presidente decreta el estado de alarma, los miedos se multiplican y, sin embargo, es una medida que nos pone ante el reflejo del grave problema de salud pública en el que nos encontramos. No se puede decir más alto, aunque haya quienes se resistan a escuchar. En esta batalla se nos pide poca cosa, un heroísmo si se quiere de salón, quizá la educación que nos falta tantas veces a lo largo del día. La principal no saturar las Urgencias de los Hospitales con cipotadas o los teléfonos de emergencias con aguas menores; permanecer aislados lo máximo posible y mantener una necesaria calma para no contagiar más miedos de los necesarios. Esto no es un puente largo, ni unas vacaciones y lo que a los niños es difícil de explicar parece que tampoco lo entienden esos adultos que enfilan con sus cargados coches la salida de las grandes ciudades, haciendo oídos sordos a las restricciones. Ellos con su afán de escapatoria engrosarán, a su pesar, las filas del enemigo, multiplicando el contagio como en una mala película de serie B. Ahora que descansa el deporte con sus gestas de fin de semana, conviene girar la mirada a quienes copan el palmarés diario, héroes de uniforme, pero que patrocinamos a escote. Los profesionales de la sanidad pública, la nuestra, la de todos, la que está al pie de cañón, de la que nos acordamos cuando truena de verdad. Esa que tiene una mala salud de hierro y que siempre está a punto de colapsar. A ella nos encomendamos, a los que doblan turnos, a quienes se ofrecen para echar la mano extra que se requiere y a los que están en primera línea de fuego con medios precarios para vergüenza del resto del personal. De ellos esperamos el mejor servicio, pero sus demandas de hace semanas quedaron sepultadas por la actualidad. A estas alturas de esta película de miedo, siguen faltando equipos de protección y mascarillas para el personal que está expuesto. En Urgencias, sin ir más lejos, faltaba jabón de manos para los pacientes que aguardaban a ser derivados. Así no hay armada invencible que haga frente a tan diversos elementos. Que el dinero liberado por el Gobierno para las comunidades se palpe en primera línea y hagamos bueno el lamento de los profesionales: “Menos dar las gracias y más medios”. Nos toca ser disciplinados y pensar más allá de nuestra narices y aplaudir a quienes en estos días ayudarán a pasar la cuarentena.

A modo de chanza reconstituyente, en Italia lo primero en agotarse fue la pasta, aquí, sin embargo, vuela el papel higiénico, lo que denota la importancia que le damos los españoles al tránsito intestinal o subirnos al trono. Algo que pondría de muy buen humor a Quevedo que, visionario él, tuvo el acierto de escribir “Gracias y desgracias del ojo del culo...”. Lectura obligada hoy día dado el interés.

Besos y abrazos, aunque no pasen de este rincón del papel.