Greta y los desgarbados

07 dic 2019 / 12:31 H.

Llega Greta Thunberg a Madrid con la suficiente épica para que el medio sea el mensaje. El planificado estrellato de la joven —criticado ferozmente por quienes buscan vías de agua en su catamarán— no resta mérito a su mayor victoria: embarcar en esta lucha contra el cambio climático a millones de adolescentes y jóvenes en todo el mundo, apartarlos de las pantallas, aunque sea un receso de la última partida. Los negacionistas utilizan, desde hace décadas, a los grupos de presión (“lobbys”, lobos de grandes factorías siguiendo el rastro legal del dinero), estudios científicos de todo a cien, campañas publicitarias y cualquier plataforma que se precie para que el petróleo siga cotizando en bolsa para alegría de unos y de otros (Arabia Saudí y su mega exitosa Aramco) y, sin embargo, afean la sobreexposición mediática, la letra pequeña de una niña convertida en símbolo. Los focos apuntan ahora al deshielo y eso enerva a Trump y a su caterva de marcas blancas, tildan a la niña de marioneta como si ellos fueran librepensadores que tocan de oído. Pretenden desde la mofa burda acabar no ya con el personaje, sino con el mensaje y así intentan popularizar en suelo patrio la etiqueta€#cameloclimático con desigual suerte eso sí, porque la Naturaleza ya impone también su política de hechos consumados, su caprichosa agenda, y eso, como las “fakenews”, también cala aunque el mensaje llegue por Whatsapp.

Que esta enorme piedra redonda se va al carajo es cuestión de tiempo. Nos empeñamos en negar lo evidente y posponer decisiones que pasan por nuestro “lifestyle” —que dicen las revistas cursis de los periódicos— es decir, nuestra manera de comprar, malvivir y degradar nuestro entorno. Así el mensaje seco, agrio de Thunberg es una anomalía en la moqueta política acostumbrada a los subterfugios, a la jerga políticamente correcta. Esta joven sueca se sigue presentando en estos saraos como aquel “pájaro raro que llegó al festín de los monos”, que cantaba el Último, en su papel de pastora redentora de un mundo que da síntomas de estrés por humanidad.

Creemos que Madrid Central queda lejos y que la boina barcelonesa es una singularidad, sin embargo, desde la Comisión Europea pusieron la lupa en los malos humos de una pequeña población jiennense de algo más de 8.000 habitantes, Villanueva del Arzobispo. Una contaminación que no llega como en Jaén por su tráfico infernal y su tranvía parado por vergüenza, sino por la quema de los restos de poda olivarera, una biomasa que en las calefacciones particulares es hoy quebranto de economía familiar. Obligados a cambiar, de nuevo, las calderas, los vecinos escrutan el cielo y se preguntan: ¿cómo los índices de contaminación son altos también durante los meses de verano? Enmienda a la totalidad.

Seguimos con la Unión Europea, ese arcano burocrático que no sirve para nada, pero que ha cambiado, por ejemplo, el olivar jiennense y nuestras carreteras y que, a través de la ITI (Inversión Territorial Integrada), pretende regar de inversiones una provincia que languidece por olvido presupuestario. Sus 443 millones son una manera nada sutil de recordarnos nuestro atraso comparativo con otras regiones europeas. Sin embargo, escuchando a nuestros gobernantes pareciera, por el contrario, que nos premian por nuestro lustre económico y social. Nada más lejos de la realidad, conviene recordar que este dinero público se invierte aquí por necesidad, porque lo que es converger solo lo hacemos con los últimos. El filósofo Simon May ha escrito “El poder de lo cuqui”, en el que nos describe que nuestras sociedades se refugian en las “cosas bonitas” porque la realidad es mucho más fea. Así que por imperativo feliz, la ITI es muy cuqui.

Inversiones. E l cante de la iti para la provincia