El tonto y la medalla

21 mar 2020 / 13:10 H.

El papel del tonto del pueblo lo creíamos asignado por méritos propios. Lleva un tiempo muy productivo el personaje en su tarea y, por lo tanto, se debe premiar tan afanosa dedicación. Llama la atención, no obstante, que en este estado de alarma haya quienes reparen en su abnegada condición de payaso tristón. Ya sea en lengua vernácula, español o inglés, sus diatribas racistas, supremacistas, insolidarias y desleales son un valor seguro en tiempos de veleidades. Además, sus apariciones —que deberían ser diarias— nos ayudan a descargar la tensión de esos ojos húmedos con las noticias de la pandemia. Como esos árbitros que se ofrecen para ser insultados ahora que no rueda el balón y aliviar tensiones, él nos ofrece sus servicios para desahogarnos y dar rienda suelta a nuestra creatividad innata para el insulto. Pero quizá sorprenda, a una amplia mayoría de ciudadanos confinados —pero con el raciocinio intacto— que se haya abierto un cásting, a destiempo, y surjan candidatos al trono de estúpido para intentar desbancarlo. Proliferan como níscalos en otoño, políticos y ciudadanos de gatillo fácil en redes sociales, prestos a incendiar la quebradiza convivencia. Estamos en primavera y es tiempo de espárragos trigueros, centrémonos. Esperábamos de nuestros representantes una altura de miras sostenida en el tiempo y la llamada a la colaboración duró, por el contrario, como el papel higiénico. Histeria por el ojete.

El episodio de las mascarillas requisadas —que no incautadas— a la empresa Diseños NT, de Alcalá la Real, da para escribir de la importancia de las palabras, de lo precisas que son, y de lo mezquino que puede ser utilizar argumentos políticos para que ardan las piras de la opinión pública, a falta de una buena hoguera de la Inquisición. El linchamiento mediático y el berrinche para una familia de empresarios locales, “los Montañés”, de larga tradición emprendedora y relacionada con el textil desde el siglo pasado, es un despropósito. El verbo “incautar” —que no el trato recibido de los agentes de la Guardia Civil— indicaba que se les privaba de su producción por un delito, falta o infracción administrativas. O un comiso, si hubiera mediado una condena firme. Como si de contrabandistas se tratara era el comienzo de la nota y las posteriores lecturas de la misma en un afán desmedido por cuadrar el titular. Pero no era el caso, estamos en tiempos de una guerra invisible, con soldados desinfectando las calles y sanitarios salvándonos el pellejo y así, por orden gubernamental, cabe sacar de paseo otro verbo certero para estos casos, requisar: Recuento y embargo de cosas necesarias, que expropia la autoridad competente por el interés público. Sigamos la pista de lo que es interés público en esta situación y entenderemos que las patrias pequeñas, medianas y grandes se ponen nerviosas cuando se trata de repartir el pastel, sea este el que sea. Esas mascarillas —que viajaron a Madrid, en función del acopio que realiza el Estado para atender las necesidades más urgentes tendrán muchos destinos y ninguno será malo en esta emergencia— subieron al furgón de la Guardia Civil gracias a los trabajadores y empresarios que las cargaron, previa llamada del Ministerio para que se pusieran a sus órdenes en uno de los “golpes” más surrealistas que se puedan dar: Llamada a los presuntos, colaboración de estos; gracias y buenos deseos por ambas partes.

La trazabilidad final del producto no dependerá del acento, del idioma oficial de la región o del color de piel. Cabe el reclamo sereno de la Junta de Andalucía al perder un proveedor, sus planes para atender sus necesidades y levantar la mano para su turno. Pero qué pensaríamos si en caso de que una de nuestras provincias andaluzas necesitará más que el resto, nos pelearíamos como en el supermercado. Frenemos la histeria, que cuando esto acabe, el tonto seguirá por su linde y una empresa que ha doblado turnos, con máquinas al límite, tendrá que recibir una medalla.