El frente de Jaén

29 feb 2020 / 11:25 H.

Con permiso del coronavirus que es tendencia, por esta jodida columna jónica nos dedicaremos al resto de plagas, epidemias y fallos de sistema que nos condicionan más que esta gripe con afán protagonista, con mascarilla o sin ella. A sabiendas, no obstante, de que el algoritmo lector diga que donde se ponga un buen virus, su miedo y contagio no hay nada que hacer. El miedo, y cómo infundirlo, es un género que no pasa de moda. Mientras tanto, Andalucía celebra su efeméride constitutiva, su pócima histórica, buscando un modelo efectivo que marque el territorio en equilibrio con esa España asimétrica de la que somos un 20%. Un porcentaje, sin embargo, que es inversamente proporcional a la atención prestada por el Estado a esta autonomía. Confunden la humildad de la blanca y verde con una sumisión de otro tiempo. En la crisis de los 40 conviene echar la vista atrás y viajar ligeros de equipaje, sin renunciar a nada. Andamos como ovejas descarriadas en una negociación infinita con nuestra deuda atrasada y otras disfunciones comparativas con otros territorios bendecidos, ellos sí, por la historia. Hete aquí, sin embargo, que el campo, acostumbrado a un barbecho paciente, a cábalas de cosecha, alcanza un estado de gozosa ebullición y pretende, utópicamente, ponerle puertas a la finca, aunque no sea suya. Un precio justo que va más allá del que recibe jornal o reparte beneficio cuando vende la cosecha, porque el círculo verde es de sobra conocido aquí y, de momento, al igual que hay unidad de acción de organizaciones agrarias, la sociedad ve con buenos ojos su grito desesperado, sus algaradas. Jaén, de la mano de sus olivos milenarios, lleva aquí la voz cantante, un hecho en sí mismo noticiable. La llamada de la España saqueada, la rural, es coral, pero aquí en Andalucía, Jaén con su aceite tiene un papel protagonista. Solistas en un mercado de ocasión. Hasta la política permanece en un difícil equilibrio entre apoyar las reivindicaciones y señalar, por ejemplo, los desmanes en la A-4. La subdelegada del Gobierno, Catalina Madueño, en el papel menos vistoso, señala los daños, su coste, el número de detenidos y separa el trigo de la paja reivindicativa. Como mueca del destino, el camión cuya carga se tira a la carretera es de Marruecos, con verduras y hortalizas de otras lenguas. En otros tiempos recientes los gabachos eran quienes nos tiraban la fruta en la frontera. ¿Mejores tiempos? Lo que no cambia es la bajada de las peonadas como mal menor y la paradoja de que el Gobierno de turno lo venda como un éxito. Este clásico requiere una profunda revisión. Ese pan, ya se sabe, es para hoy, pero cada vez tiene menos peso específico, menos masa madre, para mantener la vitalidad del entorno rural. El mañana, en este sentido, es duro. En este camino reivindicativo Andalucía debería marcar tendencia y Jaén acento. Unir todas las batallas perdidas para poner el foco que requiere una provincia en retirada. Esta pretendida unidad de acción, no obstante, es una ilusión ficticia porque los hilos políticos la mantienen con respiración asistida, es cuestión de tiempo que mute, que la cepa del virus del miedo logre sus propósitos. En días de paradojas, destaca cómo los olivareros, siempre tildados de acomodaticios, sean los que hayan decidido movilizarse y gritar basta. A esta provincia le sobran los motivos para estar cabreada y exigir mejor trato; está cansada de que se acuerden de ella solo en periodo electoral; que redacten planes que nunca se cumplen o que Renfe haya decidido declararnos desierta. Hay que exigir más a nuestros representantes políticos, pero como sociedad también debemos pelear en todos los frentes. Cuarenta años después de la consecución de la autonomía, Jaén tiene que hacerse respetar, porque hasta en el traje andaluz, aprietan las diferencias. Jaén necesita unidad de acción y ambición para cambiar el papel que nos tienen asignado en esta historia. No hay mal, ni virus, que cien años dure. Ni cuerpo que lo resista.