Cuando vivíamos peor

26 oct 2019 / 11:26 H.

El orador hablaba de la patria, del

inminente peligro de la patria, y de la

salvación de la patria y de la gloria de la patria. Es el gran tema de todos

los oradores, incluso los buenos”.

Episodios Nacionales (Los cien mil hijos de San Luis). Benito Pérez Galdós

Anda el fantasma de Franco vagando por la actualidad. El otro día, sin ir más lejos, lo vimos en el Carrefour, pero no en la cola de la caja, solo en la película de Alejandro Amenábar, en la que ya ejercía el mando como valor en alza y apuntaba maneras sibilinas. Esta semana, la anomalía histórica de su refugio con honores en El Valle de los Caídos tocaba a su fin y quienes lo invocan, lo sacan de paseo cada cierto tiempo, hacían motivo para su escarnio, pelín impostado, y su rosario de “memes”. En su último vuelo —en riguroso directo— le acompañaron en tan imponente escenario una pléyade de viejas estrellas del imaginario franquista, entre las que no podía faltar, descontada la familia, un “recién llegado” a la causa, Antonio Tejero, que se apunta, siempre que puede, a estos saraos, como si fuera un integrante de una “Década Prodigiosa” en permanente “revival”. En estos escasos cameos, no se mueve de su papel, gesto serio, marcial e inequívocamente desabrido con todo lo que no sean sus estrictos parámetros de ley y orden. Le persigue su personaje. De aquel instante del 23-F, claro, uno tiene su querencia democrática por el general Gutiérrez Mellado, por no doblar la rodilla y tener claro que los ejércitos “no están para mandar, sino para servir”.

En esta exhumación participaron como testigos una cohorte de nostálgicos actualizados —valga el oxímoron ideológico— que añoran un pasado que no fue mejor, pero al que viven aferrados como si los años y la democracia no hubieran calado en su ecosistema y sus hijos pudieran vivir de otra forma. Sí, como si estuvieran condenados a permanecer encerrados en una canción de Ismael Serrano. Es, sin duda, un paisanaje acotado, histriónico, como el museo del Restaurante Casa Pepe, al que parece le salen franquicias como la del popular “chinofacha” Chen Xiangwei, con montaje de decoración “low cost” incluida.

Que se hable de “profanación” en tan cerrada coreografía o se escuchen los lamentos de la familia —“Esto es una dictadura”— es una broma macabra para quienes fueron víctimas del régimen o tiene familiares en tumbas sin nombre, en la provincia de Jaén no pocas. Y qué decir de esa parte de la iglesia tramontana, pedestre, tan cercana siempre al poder, la riqueza y el boato. Ese prior, Santiago Cantera, guardián de no se sabe qué valores, que se cree por encima de la ley que nos damos en la tierra, hermanado, quizá sin saberlo, con aquella “valiente” curia vasca o los aventajados obispos catalanes. Será verdad que Dios escribe derecho en renglones torcidos.

Tan anacrónica resulta aquella extraña pandilla haciendo guardia en El Valle de Los Caídos como quienes se empeñan en seguir viviendo en blanco y negro, aseguran que somos hijos del viejo régimen y que vienen los “grises”. No, en mi caso hijo de Adori y Pepe, y puestos a buscar genealogía política, lactante de la Constitución de 1978. En estos días, de pretendidas declaraciones históricas, las palabras más sensatas se escuchan, precisamente, de muchas familias víctimas del dictador que tienen la mesura de hacer una llamada al respeto de este trance y abogan por no repetir posturas fratricidas tan persistentes en nuestra historia, sin renunciar a nada, pero sin convertir cada calle en una trinchera.

Sin duda, la pedagogía democrática cae en saco roto en quienes piden el mayor respeto para el traslado del que fuera dictador y a la mañana siguiente son capaces de hacer una pintada en el monumento en recuerdo a las víctimas del franquismo en el cementerio de San Eufrasio de Jaén: “Vencimos y venceremos”. Hay victorias que no valen la pena, así lo reflejaba ese episodio histórico que reproduce la película “Mientras dure la guerra”, con el enfrentamiento verbal, cocinado a fuego lento, entre Miguel de Unamuno y Millán Astray en el que ante un auditorio nada propicio, el filósofo tuvo que sacar la razón a paseo cuando otros solo agitaban los sentimientos más primarios y viscerales: “Venceréis, pero no convenceréis”. Así se escribe la historia.