Al final, la ensoñación

19 oct 2019 / 12:28 H.

Hay un reducto de democracia y valores que no sabemos apreciar en su justa medida buena parte de la opinión pública española, cuando lo que deberíamos hacer es coger los trenes (allá donde funcionen), buses, coches propios y patinetes para acercarnos a este misterio democrático que confluye estos días en Barcelona, una aldea irreductible bajo un fuego redentor. Si Lourdes o Fátima funcionan como un tiro en lo comercial y en el terreno de la devoción —tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando— por qué no incluir en este mapa de fe democrática a las Ramblas. Su particular Santo Custodio, Quim Torra, amenaza, con repetir de nuevo el milagro: sacar las urnas a las calles. Es una manera de mantener la fe desde el púlpito, aunque ahora ya no le acompañen en este hábito una parte del independentismo dirigente, que se sorprende de la violencia que puede encerrar una sonrisa eterna. La del último “Joker” que hiela —en la línea cañí de aquella “balada triste de trompeta”— es la de los payasos amargados, tristes. Hay sonrisas siempre mal dibujadas, como las de esas fotos de circunstancias en las que no sabes si reír o llorar. Tras estas jornadas de algaradas y farra nocturna en las que hay barra libre, dice el clon estridente e iluminado: “Lo único que no nos podemos permitir ahora son unas elecciones”. Silencio.

Habrá que reconocer, sin duda, a los herederos de Pujol su capacidad de mantener prietas las filas, en el momento preciso en el que la grey miraba a los cortesanos por aquello del bienestar y los recortes y, ante el temor, redoblaron la apuesta independentista y les ha ido bien con la fanfarria, porque se sigue mirando hacia donde apunta el dedo. Así las cosas, la pancarta la sujeta sin pudor la alta burguesía catalana y el extrarradio de las clases populares, la plebe es muy necesaria para empujar y dar color, aunque son los primeros a los que defraudan en el amplio sentido de la palabra.

Mientras tanto, en el erial fascista que es el resto de España, deberíamos haber apretado también por una sentencia absolutoria, que limpiara el buen nombre de quienes pusieron en marcha una distopía democrática que, en nuestras cortas luces y torpes leyes, no podemos vislumbrar aún. De igual forma, habría que liberar, en tiempo y forma, a quienes siembran de destellos democráticos las calles de la capital catalana, en su función de llevar la buenanueva a cada rincón. Porque estos pequeños sabotajes son transgresiones juveniles de una nada descarriada tropa “indepen”. Cualquier ayuda es buena, el montaraz Guardiola, por ejemplo, gran defensor de todas las causas nobles y de los derechos humanos, citó, ayer, sin ir más lejos, en su arenga “balompédica”, a Alsasua, seguro que para apoyar a aquellos guardias civiles y una historia sana de hermanamiento con el cuerpo. Sutileza en el toque de balón, siempre dispuesto a ganar adeptos con mentes despejadas.

Pero, aún sorprende más, en este gran disparate nacional lo acomplejados que están en la izquierda meritoria de Podemos y sus marcas adyacentes con una visión de España en blanco y negro, fúnebre, tenebrosa como “Los disparates” de Goya. Como si la modernidad siempre estuviera en frente; como si esta fuera una democracia fallida y cualquier vecino o régimen de medio pelo sea el adalid de la sociedad democrática. Así, se pretende matizar o contextualizar lo que está pasando en una Cataluña en la que una parte de la sociedad tiene funestamente arrinconada a la otra. No se trata de entrar en baremos de cuántos, porque nadie duda de la fuerza y el convencimiento de quienes creen en una república catalana, la mayoría de manera pacífica, pero la pregunta sería a cambio de qué o, por ser más precisos, de qué forma. Porque no solo el nacionalismo está en su base, sino un tufo supremacista que debería espantar a cualquier demócrata a cualquier lado del Ebro. Pero no, ajenos a la perversión, se quedan con una parte del guion, el discurso grandilocuente de su democracia, con sus urnas, con ascos a la ley y señalando al disidente. No veo el espíritu de Mandela ni de lejos. Perdonen que no me entusiasme el montaje ni vea la mística entre tanto humo. El independentismo catalán tiene un enemigo mayor que la propia confrontación con España, es parte de ese material ideológico que arde en las calles que libera sus gases tóxicos.