Las cosas nunca son lo que parecen

15 feb 2018 / 09:21 H.

Ni son lo que parecen, ni son como te las cuentan. Ni juzgar, ni ser juzgados. Práctica a la que habitualmente estamos demasiado acostumbrados. Lo primero porque toda causa y consecuencia de cualquier acción siempre tiene un sentido, una explicación que seguramente ni tú ni yo conocemos; que pueda parecerte acertado o correcto es diferente, es una opinión, pero tiene una razón que lo justifica. No siempre tenemos la capacidad de atinar con lo que a todo el mundo podría parecerle sensato, y la sensatez tiene diferentes caras, ahí está la virtud, en dejar que la propia vida te enseña lo que tú por sí solo no eres capaz de aprender a costa de cometer errores, eso es crecer; es el tiempo el que se encarga del resto demostrando si estabas o no en lo cierto. Y el tiempo nunca es tiempo malgastado si te hace reaccionar, reflexionar, y recapacitar para posicionarte en el camino adecuado. No hay mayor consuelo que el que da tu propia conciencia cuando actúa con consecuencia. La parte más complicada sería recomponer lo que otros se han encargado de deshacer pisoteando sin humanidad lo que con tanto esfuerzo se ha ido sembrando, la dignidad; por suerte una cosecha perdida no es indicio de una mala siembra, la semilla permanece, bastaría volver a regar la tierra para volver a recoger frutos.