La ilustre
fregona

14 jun 2017 / 12:01 H.

Sin ánimos de parecer una desaprensiva, me lanzo a la calle con un calzado poco habitual: zapatillas de deporte y, valiente de mí, tiro cuesta abajo, que pareciera que jamás me cansara, cual quijotesco caballero andante. Respiro orgullosa aunque me van doliendo las pantorrillas que, acostumbradas a los tacones, extrañan la planicie del zapato; pero yo sigo, hasta que la prudencia me exige regresar. Ahora el terreno más que inclinado parece escarpado. Cae la tarde, el sol se oculta en el horizonte y, toda romántica, intento divisar el rayo verde que describe Verne, pero no veo ni torta y en vez de con la felicidad, tropiezo con una bolsa de basura que yace en mitad de la acera, sin cerrar, por supuesto. Contemplo la calle repleta de desperdicios y excrementos. Unas cucarachas pasean como Pedro por su casa y mi caminata se convierte en una carrera de obstáculos. Exhausta me inclino a recoger papeles, de suerte que, más que Quijote, me siento como la ilustre fregona.