Por un hombre de Estado
La política se encarga de mostrarnos cada día ejemplos poco o nada edificantes de trayectorias ligadas al interés o basadas solo en una premisa de apoyo sin fisuras a unas ideas. En estos días se subraya la trayectoria política y personal del que fuera vicepresidente del Gobierno de España, Alfredo Pérez Rubalcaba. El socialista ha concitado los elogios de sus compañeros y de sus “enemigos cercanos”, esos que sabían diferenciar el día a día de la trifulca pública española y la valía y las aportaciones de un político comprometido con la idea de España como estado. De ahí la coincidencia en destacar las aportaciones que para la democracia española hizo este político que pasará, por lo tanto, a la historia por dos asuntos muy concretos y delicados cada uno en su ámbito. De un lado contribuir al cese de la actividad terrorista de ETA y, por otro, preparar el camino para la abdicación del Rey Juan Carlos. En ambos actuó con diligencia, silencio y con el necesario sentido de Estado, que debe estar por encima de personas y de partidos. Una contribución en la que también tuvo que poner reparos a sus propios compañeros, dadas las diferentes sensibilidades dentro de su partido. Máxime en los últimos años cuando el PSOE ha vivido momentos convulsos en los que peligrosos vaivenes ponían en evidencia los pilares fundamentales del partido. En este sentido, las palabras del que fuera presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, son fundamentales para entender la necesidad de que los países cuenten con personas inteligentes, diligentes y no sectarias para poder llegar a acuerdos con terceros. Ese es el hueco y el ejemplo que deja el político querido y temido por igual en el ámbito político y al que le tocó vivir momentos cruciales en la historia de España y de su partido.