01 ago 2021 / 18:08 H.
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    Lo que ocurrió, el jueves pasado, en el Estadio de La Victoria responde a una situación jamás conocida en el seno interno de una entidad deportiva que, precisamente, es sinónimo de valores. La violencia no tiene justificación alguna y, por supuesto, conlleva a un callejón sin salida que hace que los problemas crezcan y se enquiste el conflicto entre las partes. No hay que olvidar que los comportamientos de intolerancia y sinrazón como los que se pudieron ver en la última Junta General de Accionistas del Real Jaén están penados en nuestro marco legislativo y, por lo tanto, no es permisible la impunidad. El deporte, tanto para los que lo practican como los que lo gestionan y quienes disfrutan de él como espectadores, tiene que conformar un marco saludable y de franca armonía. El ejercicio como proyección de salud reconoce en esa actividad un juego limpio y un devenir fuera de violencia. Resulta duro e intolerable que conductas de agresividad, curtidas muchas de ellas en el machismo puro y duro, manchen el buen nombre de, en este caso, el fútbol. No hay derecho al insulto y a la patada por el mero hecho de atender a fanatismos fuera de todo lugar que la propia sociedad está obligada a reprochar. Nadie se puede convertir en cómplice de una actitud más que cuestionable en un terreno de juego en el que hay normas que cumplir. Cada uno tiene que asumir sus responsabilidades y, en el caso del Real Jaén, un club que dentro de un año está llamado a cumplir cien años de historial, no solo hay un responsable de la insostenible situación en la que se encuentro. Hay más de uno. Entre todos tenemos que conseguir que el buen nombre de esta tierra quede limpio como la patena, también en el fútbol.

    Editorial