Resentimiento

    28 jun 2022 / 16:06 H.
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    Resentimiento

    No es seguro, en contra de lo que nos cuentan, que pueda calificarse al resentimiento como un sentimiento intrínsecamente malo; de hecho, se trata de esa misma palabra, “sentimiento”, solo que reforzada por el prefijo “re” (volver a), por lo que podría entenderse que alguien resentido sería aquél que vuelve una y otra vez sobre sus sentimientos, que siente de manera reiterada los efectos que en él han causado los dolores o las alegrías, los agravios o los halagos. El resentimiento sería, en principio, algo personal e intransferible, que beneficiaría o dañaría a quien lo desarrolla, pero que no acarrearía más consecuencias para los demás. A nadie hace daño, salvo al que la rememora, una ofensa, real o supuesta, recibida; igual que tampoco a nadie beneficia el recuerdo gratificante que otro tenga de un trato amable o de una cálida acogida. Sin embargo, tendemos a adjudicar al resentimiento una connotación negativa porque todos somos conocedores de que, en el caso de asuntos dolorosos, el run-run interior y obsesivo que él mueve, como piedra de molino rotando sobre un mismo eje, quizá sea uno de los tormentos psicológicos más desgastantes al que pueda enfrentarse una persona, motivo también por el que, en determinadas circunstancias, puede convertirse en un reactivo peligroso capaz de provocar graves pérdidas o graves catástrofes, propias y ajenas, allí donde no había necesidad. Así ha sido, por ejemplo, en el caso de la invasión que Vladimir Putin ha lanzado contra Ucrania, donde no había necesidad, solo resentimiento. Se trata de un resentimiento amplio y antiguo, cuyo rescoldo viene de tan lejos como la humillación que supuso el desmoronamiento de aquel imperio del horror de la Unión Soviética, que cayó víctima de sí misma y exhausta de sus propias mentiras, de lo que el sátrapa hace responsable a las democracias occidentales solo porque la sobrevivieron y la ayudaron más tarde a recomponerse imponiéndole a cambio normas mínimas de conducta. De estos valores democráticos exigidos, que él ha manipulado para su beneficio, irradia otro feroz resentimiento contra la Unión Europea, democrática y capitalista, solidaria y próspera, a la que Putin le obsequia con una guerra infame dentro de sus fronteras, que lleva implícito un mensaje de falta de respeto a la grandeza del sistema de convivencia construido y a la que le lanza oleadas de millones de refugiados necesitados de acogida para así probarla en sus contradicciones más íntimas. Finalizando por volcar toda esa furia resentida contra el más débil, contra Ucrania, a la que se le ocasiona una destrucción histórica al culparle de buscar su propia libertad y su propia prosperidad alejándose del detestable régimen oligárquico ruso. Si se mira bien, no obstante, cualquier tipo de reacción resentida está mucho más relacionada con la consideración que uno tiene de sí mismo que con la consideración que se tiene del contrario; así, en realidad, la agresión contra Ucrania obedece fundamentalmente al sentimiento de pequeñez y frustración que Putin y su equipo de colaboradores tienen del lugar secundario que Rusia ocupa en el mundo, a pesar de sus infinitas riquezas naturales, gracias sobre todo a la vasta red cleptocrática que ellos mismos han tejido en torno al poder, que hace beneficiarias a unas pocas familias en detrimento de la gran mayoría rusa, sumida en la pobreza y en la precariedad, y de la que solo ellos son responsables. Pero, como hemos dicho, el resentimiento desgasta profundamente; ahí tenemos al enfermo Putin, al que tanto gustaba mostrar su fortaleza física, envuelto en una vejez prematura y sórdida, como claro símbolo del régimen que lo sustenta, destinado nuevamente a implosionar como lo hizo la Unión Soviética y llevarse por fin los últimos restos del KGB, esa organización especializada en el odio a los valores occidentales cuyos dirigentes en la sombra asaltaron el poder ante el descrédito de la clase política proveniente de la nomenclatura comunista, por el sumidero de la Historia.

    FRANCISCO ABRIL PALACIOS / Jaén

    En ayuda del
    arte flamenco

    como socio que fui de la Peña Flamenca de Jaén, aún conservo el carnet número 25 (fecha de alta 1 de septiembre 1977) y, me gustaría que si la Dirección de la Peña lo considera de interés, me ofrezco ser enlace para que si algún socio antiguo quiere volver a hacerse socio otra vez, lo haga antes de final de 2022. Sería lógico que la dirección contacte conmigo y celebremos una reunión con la finalidad de que algunos socios que se dieron de baja, volvieran a hacer socios otra vez y expongan sus puntos de vista por el bien del flamenco. Les hago ver que me presenté una vez a presidente de la Peña Flamenca de Jaén; el otro candidato fue Ramón Porras, él fue elegido pues consiguió unos 20 o 25 votos más que yo (por los años 1985 aproximadamente). Tanto la directiva si lo considera de interés, como el socio antiguo que se dio de baja, pueden dirigirse a mi teléfono o correo electrónico y cambiamos impresiones.

    RAFAEL GARCÍA DE LA TORRE / Jaén

    Regalo envenenado

    El regalo que está haciendo cada día más EE UU a Ucrania, no ya para defenderse sino para que pueda atacar el territorio ruso, le permite a EE UU debilitarla a bajo coste suyo, perpetuando la guerra, aumentando el número de muertos y la crisis económica mundial.

    MARTÍN SAGRERA

    Cartas de los Lectores