Los mayores y el miedo
La edad nos suele hacer más medrosos y encogidos, y este es el motivo por el que la mayoría de la tercera edad vota opciones políticas conservadoras.
Nuestro condicionamiento social y cultural nos ha alejando, como sin querer, de los valores tradicionales humanos, los genuinos, aquellos que nos hacen sentirnos bien y nos engrandecen, como son la solidaridad (en lo particular y en el reparto de labores colectivas), la acogida, etcétera, etcétera.
El Estado ha ido asumiendo la organización social, llevándonos --debido al creciente estrés laboral y a la promoción del ocio como alivio-- a declinar las responsabilidades sociales en un ente cada vez más complejo y opaco. Y tras las sucesivas crisis, debidas a nuestro “crecimiento” insostenible, lejos de dar marcha atrás y simplificar (abriéndonos así al decrecimiento. Mejor dicho, a otro tipo de crecimiento), seguimos aferrados a lo que hemos aprendido en los últimos años, a defender nuestro terruño y parapetarnos detrás de nuestra (falsa) sensación de carencia. Detrás del miedo. Y qué bien funciona éste para ganar votos.
Es por ello que la política se ha alejado del ciudadano, y se ha hecho dependiente del poder económico, de fuerzas “globalizadoras”, que han sabido colocarse, astutamente, en la cúspide de la pirámide social.
Los jóvenes se sienten entrampados en la actual “democracia” (de voto fiel, medroso y dominante de gente mayor), y ven que ya no les salva. A no ser, claro, que, los mayores también, nos hagamos conscientes de que el miedo tampoco nos va a salvar, que nos arruina como personas, pues destruye lo mejor que hay en nosotros.