Por fin

    04 jun 2020 / 17:59 H.
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    En los últimos días, con motivo de la aprobación por el Gobierno del ingreso mínimo vital, se están leyendo en las redes tonterías variadas y de todos los colores. Pienso que es una peligrosa mentira eso de que toda opinión es respetable y, por más veces que se oiga, no deberíamos pensar que es así. Se llama ingreso mínimo vital porque es una prestación que garantiza una parte de los derechos mínimos que todo ser humano debería tener por el mero hecho de serlo, amparados por la Declaración Universal de los Derechos Humanos (documento adoptado por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1948) y refrendados, en parte, por nuestra Constitución Española. Quizás esta medida ha sido aprobada con carácter urgente porque demasiadas familias no están en condiciones de, como se lee por ahí, limpiar ríos, montañas y cauces o, aún queriendo, no pueden hacerlo porque sus empresas han quebrado o los han despedido. O lo harán en los tiempos que se nos avecinan, no lo sé. Pero lo que sí sabemos es que las recesiones económicas destruyen las redes empresariales y laborales en las que se sustenta nuestro actual sistema capitalista. Por lo tanto, esta prestación debe auxiliar a estas personas desfavorecidas, en exclusión social o en riesgo de estarlo. Familias que arrastran la pobreza desde la anterior recesión o que están empezando a experimentarla en estos días, personas que comenzarán a percibir el grosor de la actual crisis en los próximos meses. Individuos que no gozan de estabilidad permanente en sus ingresos, pues por uno u otro motivo, no son capaces de conseguir un empleo o emprender un negocio de manera autónoma y rentable. Porque a pesar de que hoy todos nos veamos muy capaces y sobrados, es posible y sucede. Y por qué no decirlo, protege también a jóvenes y mayores de empresarios sin escrúpulos que, amparados en la acuciante necesidad, premian a los trabajadores con “medias jornadas” de diez horas al día por cuatrocientos euros al mes o, en los campos de nuestra queridísima y “rojigualda” piel de toro, donde claro, “no tendrán tanta necesidad cuando no quieren ir a recoger fresas, aceitunas u hortalizas por treinta euros al día”. Si un estado, con sus ciudadanos contribuyentes puede permitírselo, particularmente no sé cual es el criterio, grado de iluminación o calidad moral para estar en contra de una medida así. Y me entristece. Esta renta mínima ha sido aprobada como Real Decreto-Ley por el Gobierno de nuestro país mediante Consejo de Ministros Extraordinario. Gobierno elegido mediante sufragio universal. Y nos guste más o menos, nos representa a todos. Al menos a todos los que, por encima de banderas e himnos, queremos contribuir a la grandeza moral, libertad, justicia e igualdad de nuestra sociedad. Y si tan descontento estás con lo que implica vivir en este sistema, siempre queda la opción de tributar en países donde tu contribución no implique la protección de una seguridad social, donde hijos o padres menos capacitados que tú, o con peor suerte, no den de comer cada día a sus familias con la ayuda de tu trabajo. Pero por favor, dejad de llamaros patriotas. Para todas las personas que, con el escenario que se nos presenta, veis esta medida como algo accesorio e innecesario, un insulto contra el bien común, os deseo de corazón que nunca lo necesitéis.

    Apeles, pintor griego, modificó el diseño de una sandalia ante la crítica de un zapatero. Animado, siguió reprochando otros aspectos del cuadro, hasta que Apeles, ya harto, le dijo: “Zapatero, a tus zapatos”. Hoy tenemos especialistas en jugar con una pelota grande, pequeña u ovalada, pero a los que se les paga cifras fabulosas por distraer al personal de sus intereses. Incluso el régimen de turno los convierte en maestros de “pasar” de la política. Ejemplo antológico es un famoso deportista que ha dicho que lo ideal es “que los que toman las decisiones fueran los mejores en cada ámbito y sin ninguna aspiración política”; vamos, como si el economista pudiera decidir sin tener en cuenta la sanidad y viceversa y no tuviera que haber quien coordinara ambos temas y muchos más, lo que, por definición, es el papel del político. Pontifica también este sabio que los políticos “siempre lo hacen pensando que hay nuevas elecciones”; caben excesos, sin duda, pero ningún buen político debe descuidar el porvenir de las medidas que está tomando, máxime en este país tan polarizado, extremista, donde uno destruye lo que hizo el anterior. Por fin, este famoso “maestro”, tras calificar lo que está haciendo el Gobierno respecto al covid-19, suelta su última perla: “No puedo pronunciarme sobre si las cosas se están haciendo bien, muy bien, mal o fatal porque me van a interpretar políticamente”. Copia exacta de lo que Franco decía a un nuevo gobernador civil: que para actuar bien “hiciera como él, no se metiera en política”. Vamos, Nadal, a tu pelotita, campeón, que de política, si en el fondo no eres también un campeón en hipocresía, mereces un cero.

    Contra escépticos y agoreros, el proceso de integración europea va camino de protagonizar un paso histórico. La potencia de fuego ascendería a más de 4
    billones de euros, que será financiado por deuda emitida por la propia Comisión.

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