El grupo y la ingenuidad

    05 jun 2020 / 16:32 H.
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    Creo que debemos hacer un homenaje a nuestros médicos, enfermeros, celadores, guardias civiles, policías, UME, Policías locales, bomberos, empleados de funeraria, etcétera. A todos los que han estado estos meses jugándose su vida para salvar la nuestra. ¿Qué les parece que en las próximas semanas los acontecimientos deportivos, empezando por el fútbol que se celebran a puerta cerrada, los club locales inviten a un número importante de estas personas a asistir en directo en las gradas, si es posible con su acreditación y uniforme de trabajo? Sería fantástico reconocerles y ayudarles a pasar página y seríamos ejemplo a nivel mundial de la grandeza de España y el reconocimiento a sus héroes la mayoría anónimos. ¿Peligro de contagio? Dirán algunos gafes. Estas personas valientes son las que han mirado de frente a la muerte y nos han protegido, que no les hablen de medidas de protección. Gracias.

    En el otro extremo del mundo, un insignificante virus contagió a una persona desencadenando la onda del efecto mariposa que ha dado todo un revolcón a nuestras vidas. La economía, acariciada por esta tenue brisa se desplomó como un castillo de naipes y en su derrumbe mandó al garete millones de proyectos de vidas que, de la noche a la mañana, se encontraron en la cola del paro. Las relaciones sociales se retorcieron hasta hacernos mirar con suspicacia al extraño que nos cruzamos mientras evitamos la estela de su aliento. Asimismo, confinados abrazos, caricias y besos en el baúl de los recuerdos, el trato entre familiares y amigos, la manifestación del afecto más entrañable, se marchita melancólicamente a la espera de su ansiado retorno. Aquel sutil aleteo extendió su escalofriante vendaval de muerte, pobreza y aislamiento que recorrió el espinazo del planeta y nos desterró al rincón de pensar. Pensar en nuestro acelerado ritmo de vida y nuestra enfermiza relación con la naturaleza, causante de la aparición de la covid-19; y aunque muchos dedujimos que deberíamos frenar, todo apunta a que no lo haremos.

    Desde la distancia podía apreciarse el blanco inmaculado de los copos de algodón, que eran agitados por un enérgico viento, que silbaba mientras ondeaba la calma de aquella esponjosa superficie. Aquel paraje reproducía involuntariamente la imagen de un mar espumoso. La nacarada calma visual contrastaba con la cruda realidad. Centenares de esclavos negros arrojaban sus voces sobre aquella plantación, haciendo vibrar la tierra con sus cantos. Entonaban proclamas de libertad, alzadas al viento con melodías agrias y desesperadas. El sufrimiento agrietaba la tierra, que se tornaba salada por las lágrimas derramadas de tantas generaciones esclavas. “No puedo respirar” gritaban desalentadas aquellas almas prisioneras, esperando ser escuchadas por el dios de los justos. Pero las prácticas racistas se seguirían consumando aun después de abolirse la esclavitud. Afroamericanos seguirían lidiando por su legítima y total libertad, y defendiéndose de ataques y prejuicios discriminatorios. El racismo no se logró vencer, y todavía resuena tan fuerte como lo hacían los cantos amargos entre campos de azúcar de caña y algodón. Y los gritos no cesan, aunque cambien de época, aunque se cambien los abruptos campos por liso asfalto, aunque se transforme el traje de capataz por un uniforme policial. “No puedo respirar” se escucha
    una y otra vez, aunque cambie el rostro del opresor, “no puedo respirar” hasta que el lamento es un grito de socorro desgajado por la guadaña del espectro de la muerte. Todo aquel que alce un dedo contra el otro por ser diferente, que se ahogue en su propia
    ignorancia. Todo aquel que menosprecie la raza del otro, su género, o condición, que se lance al abismo de su mediocre y podrida consciencia.

    Crear un paraguas protector contra los efectos del coronavirus, además de centrarnos en aportar valor añadido, son los retos del momento. Se han hecho recortes en servicios públicos, incluso negocio sirviéndose de ellos con la política externalizadora de los mismos. En lo tocante a la distribución de la riqueza, la brecha social y la pobreza no han dejado de crecer aplicando las políticas neoliberalizadoras en boga. Nuestro objetivo ahora es la reconstrucción social, y no podemos darnos el lujo de desviarnos con “otras cuestiones”; habremos de centrarnos en corregir, supongo, lo que no ha funcionado. La globalización ha mostrado en esta nueva crisis su engaño y sus carencias, su tremenda debilidad tal como está planteada. El miedo nos sirve para hacernos conscientes de que hemos de ser previsores y mejorar nuestra solidaridad de grupo y unidad, pero, desde el lado negativo —como estamos acostumbrados a ver— alimenta nuestro enfrentamiento y desunión e incrementa la enfermedad de este sistema precario. Existen demasiadas agendas ocultas, demasiadas cuestiones que los ingenuos como yo no entendemos, que han trasformado la política en un terreno acotado y minado, del que la inmensa mayoría huye, por miedo. En su vertiente negativa, claro.

    Cartas de los Lectores