Las políticas de España y de Israel

    01 dic 2023 / 18:20 H.
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    Cumpliendo con su deber de presidente de la UE, Sánchez ha viajado a Israel y acusado a su jefe, Netanyahu, tan rechazado por gran parte de los mismos judíos de ahí y del mundo entero, de haber ordenado una matanza indiscriminada de civiles inocentes, como ya en parte se venía haciendo “a plazos” desde hace más de 70 años. No es ninguna sorpresa; sí lo es el que en pleno siglo XXI se intente seguir al pie de la letra, escrita con sangre ajena, lo escrito hace tantos milenios en sus libro sagrados, que forman la llamada Biblia, en la que un espíritu, “hecho a su imagen y semejanza”, ordena repetidas veces a los judíos matar a todos los varones, mujeres y niños habitantes en su “Tierra prometida”; e incluso eliminar también a sus animales, como ahora hace Netanyahu con los que osa llamar “animales humanos”, los palestinos. De ahí que ese monstruo de maldad, unido en su gobierno más que nunca a los judíos más fanáticos, por lo que ha sido denunciado ya denunciado por otras infamias con masivas manifestaciones de parte de los mismos ciudadanos judíos sensatos, haya considerado la censura oficial de Sánchez como una “obscenidad”, una debilidad, “que hace que España no pinte nada en geopolítica”. Por supuesto, nosotros, los españoles de hoy, estamos orgullosos de haber aceptado un orden menos cruel, más civilizado, democrático y respetuoso de los derechos humanos. Hemos renunciado a aquellos tiempos bárbaros de imperialismos que aniquilaban a los pueblos nativos incluso con masivos sacrificios humanos al “Gran Espíritu” y rechazamos con horror el resurgir de esa primitiva barbarie en ese desgraciado rincón del mundo.

    MARTÍN SAGRERA CAPDEVILA

    Lo nunca visto

    Han debido transcurrir cuarenta años y pico, ésos que van desde 1978 a 2018, año de la investidura presidencial de Pedro Sánchez, y siguientes, para que hayamos podido observar un cambio manifiestamente trascendental en la historia de la política española; no sé si a esto es a lo que se le llama “nueva política”, o se trata de una de esas grandes innovaciones de pensamiento solo al alcance de los grandes visionarios, todavía no incluida en las denominaciones teóricas al uso acuñadas por los politólogos, lo que sí parece innegable es que estamos asistiendo a una auténtica revolución en la manera en que se hace la política, es decir, en sus procedimientos de comunicación con el electorado, y en el papel que en esto juegan los líderes elegidos para llevar a cabo estos procesos. En lo que a un servidor respecta, convendría apuntar, antes de entrar en el meollo de la cuestión, que, a pesar de haberme percatado de sorpresivas conversiones hacia los nuevos métodos por gente de mi alrededor digna de mi respeto intelectual, yo sigo fiel a las viejas usanzas tradicionales, no solo por el cansancio que va provocándome la rutina de lo novedoso que embarga nuestras vidas sino porque, en este caso en concreto, la aceptación resignada de las nuevas propuestas supondría también aceptarme a mí mismo como un ser arbitrario y parcial, categorías ambas de las que uno ha procurado, con mejor o peor fortuna, desembarazarse a lo largo de toda su vida. Pero entremos de lleno en el nuevo hallazgo nunca visto que nos ha venido de la mano de los equipos de organización del PSOE y de su máximo líder, hoy convertido en presidente del Gobierno, posiblemente gracias a estas innovaciones: hasta ahora, en política, todos los implicados en los procesos electorales, tanto los votantes como los votados, teníamos interiorizado que las promesas se hacían para no cumplirlas, como supo describir a la perfección allá por los años 80 el ínclito Enrique Tierno Galván; sin embargo, después del paso por el poder de Pedro Sánchez, esto ha sufrido una transformación notable: las promesas no solo se hacen para no cumplirse, sino como marco de referencia para hacer justamente lo contrario de lo prometido. No creo que nadie pueda negar hoy ni la verdad de esta afirmación, ni tampoco las implicaciones prácticas que trae consigo, parte de las cuales expondremos a continuación: cuando las promesas se hacían para no cumplirse, esto cabreaba mucho a la parroquia y generaba decepción, pero también era bien cierto que ese incumplimiento presente dejaba siempre una posibilidad abierta a un cumplimiento futuro; todo dependía de la fe que cada uno pusiera en su líder y en las excusas trasladadas por éste a su electorado: falta de presupuesto económico, de acuerdos con la oposición, de informes técnicos, etc., que podrían solventarse más adelante; en resumen: cuando las promesas se hacían para no cumplirse, siempre había una puerta abierta, aunque indeterminada, a la esperanza de su cumplimiento, y uno podía seguir siendo fiel a su líder sin renunciar a sus convicciones. Sin embargo, cuando las promesas se hacen para hacer justo lo contrario de lo prometido, como ha sucedido con la amnistía, esto conlleva la pérdida de toda esperanza futura en su cumplimiento, pues los actos ejecutados son irreversibles; de esta forma, al simpatizante o militante, se le impone un giro cognitivo, porque otros en la organización han decidido ese cambio por las causas que fueren, con lo que ese militante o simpatizante queda despojado de su capacidad reflexiva y obligado, no a una resignación comprensiva, como en el primer caso, sino a una sumisión devota y ciega. Entre el líder y el colectivo de afines se abre, así, una brecha gigantesca que los separa íntimamente, puesto que los cánones de comprensión de la realidad son diferentes para cada cual; es aquí cuando aparece, como argamasa de unión propicia, el odio al contrario, ya que los cauces de racionalidad interna han desaparecido y son suplidos por la irracionalidad de la aversión mutua compartida. Lo dicho: lo nunca visto en la política española hasta la llegada de Pedro Sánchez; y lo que nos queda. FRANCISCO ABRIL PALACIOS

    Gracias, presidente

    Es evidente: Hamás es una organización terrorista. Pero esta certeza no resta para que el Estado israelí, más de 70 años incumpliendo el derecho internacional y causando sufrimiento al pueblo palestino, masacre a civiles inocentes, les expulse de sus hogares y les niegue comida, medicamentos, agua o combustible, niños incluidos. Además de ser insoportable, el derecho humanitario lo prohíbe. La estrategia deliberada del ejército israelí es asesinar a periodistas —para que no cuenten lo que pasa— o funcionarios de la ONU y atacar, en el mayor campo de concentración del mundo —la franja de Gaza—, infraestructuras, colegios, e, incluso, ejecutar a pacientes en hospitales. Está llevando a cabo un genocidio premeditado que las víctimas del Holocausto jamás respaldarían. Por ello, lo manifestado por Pedro Sánchez y por el primer ministro belga —liberal de derechas donde la oposición no le ataca al ser elogiado interesadamente por Hamás— en el paso de Rafah, es, por justo y verdadero, trascendental. Pero el PP, que no es un partido de Estado sino una formación antisistema oportunista contraria al derecho internacional, con sus críticas tendenciosas contra el Gobierno se coloca, en la crisis diplomática, del lado de Israel. Netanyahu y PP: ¡basta ya!

    MIGUEL FERNÁNDEZ-PALACIOS GORDON/ MADRID

    Cartas de los Lectores