La sonrisa del odio

    31 ene 2023 / 17:48 H.
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    La sonrisa del odio

    En Algeciras, un nuevo suceso de violencia absurda y cruel nos interroga sobre nuestra condición humana, proyectando sobre todos nosotros una sombra tenebrosa de náusea y turbación porque el joven asesino ha perpetrado el crimen sin que haya mediado antes ofensa o provocación por parte de las víctimas, sin conocerlas de nada, sin que ellas ni siquiera hubieran podido hacer un mínimo cálculo sobre la amenaza que las envolvería momentos después en los brazos del dolor y de la muerte. Las víctimas, en su labor pacífica diaria, ajenas a su perdición, solo simbolizaban para este asesino un mero objeto despersonificado con el que lanzar al mundo su grito de odio. En las dependencias policiales, nos sobrecoge que ese joven esboce una sonrisa; no es una sonrisa desafiante, más bien es la propia de un perturbado, pero hay algo más hondo en ese leve gesto sonriente que nos comunica con su interior, algo así como una especie de satisfacción íntima, como una tranquilidad de misión cumplida, como un descanso de su desasosiego personal. Y así, la muerte de una persona indefensa próxima a la ancianidad como Diego Valencia, y las heridas homicidas infligidas a alguien ya adentrado en la vejez, como Antonio Martínez, han servido para canalizar y dar expresión a ese odio que consumía al joven por dentro y que devoraba su ser. No importaba el daño infligido a personas inocentes, no importaba tampoco el acto de suprema cobardía que ello comportaba, solo importaba a este joven asesino, por encima de cualquier otra consideración, dar una vía de escape a ese odio corrosivo, cuyo último significado no es otro que el de una demostración de odio a sí mismo devenido de un vaciamiento espiritual absoluto e irreparable. En contra de lo que él podría suponer o creer, este joven no ha actuado obedeciendo los mandamientos de ningún libro santo o de ningún Dios, ni siquiera de aquéllos que dicen hablar en su nombre, este joven obedecía en realidad a los designios de su propia tragedia interior, de su vacío espiritual, de su soledad ilimitada, algo que, por otra parte, de distintos modos y niveles, afecta a muchos de los moradores del mundo del siglo XXI. En su libro “La agonía del eros” (2012), Byung-Chul Han advierte de la incapacidad del hombre moderno de reconocer al otro, de sentir curiosidad por el otro, de empatizar con el otro. Al fin y al cabo, el eros, en un sentido amplio, más allá de su componente sexual, supone siempre un interés afectivo por el que está a tu lado, un deseo de relación de igual a igual que obtiene una recompensa placentera en el mutuo intercambio de identidades. Sin embargo, el hombre moderno, socavado por un “narcisismo extremo”, por una egolatría desorbitada, es incapaz de tomar al otro como un igual; el otro, entonces, no es percibido como un sujeto, sino como un objeto del que servirse para satisfacer los impulsos y apetencias o, también, las mezquindades y miserias anidadas en el fondo del yo. Es en esta objetualización del otro, despojado de su condición humana y considerado como un objeto de consumo más al servicio del yo, donde se hallan las raíces de la acuciante soledad moderna que se expande como una plaga en nuestras sociedades y de la violencia absurda que nos desborda por su iniquidad. En otro ensayo posterior, “Infocracia” (2021), el filósofo surcoreano pone especial énfasis en el extraordinario poder de las redes sociales para incrementar ese “narcisismo extremo”; es lo que él llama “el bucle del ego”, porque éste encuentra en las redes miles de estímulos que lo amplifican e hipertrofian. Se ha sabido que el joven asesino chateaba en distintas páginas digitales, que probablemente sirvieron para radicalizarlo a la vez que lo acogían y rescataban de su soledad pues, como afirma Han, “las tribus digitales hacen posible una fuerte experiencia de identidad y pertenencia”; en ellas, lo fundamental no es dialogar con el mundo de los otros, sino escucharse y justificarse a sí mismos para reforzar las creencias de grupo. De aquí a la manipulación psicológica de los débiles, hay solo un paso, que algunos aprovechan para lanzar a otros hacia el abismo.

    FRANCISCO ABRIL PALACIOS / Jaén

    La España intolerante

    La manifestación del pasado 21 en Madrid, en tonos grises de la España en blanco y negro con olor a rancio, congregó a quienes gritando “Gobierno okupa” y tildando a Pedro Sánchez de “dictador, golpista, fascista, traidor...”, no aceptan la legitimidad de un Gobierno totalmente democrático salido de las urnas. Al hacerlo envueltos en los acordes del himno nacional y agitando banderas de España, patrimonializan símbolos colectivos en actos de división como estos. Es perfecto para distanciar personas y territorios, algo que a derecha y nacionalistas se les da muy bien. Si quieren que los españoles que no simpatizan con su ideología acaben recelando de emblemas patrios, continúen usurpando lo que es de todos. ¿Qué patria anhelan? ¿Una en que no caben todos? Es la España intolerante, garante de una democracia que no soporta, la que reparte carnets de buen español, la que dice quién tiene legitimidad para gobernar, quién es patriota, quién es constitucionalista... y la que, en demasiadas ocasiones, añora el franquismo. Pueden manifestarse para reivindicar todo, pero hacerlo para renegar del resultado electoral no es libertad, sino irresponsable gesto antidemocrático de ataque a las instituciones que se impone y extiende cuando el PP pierde el poder.

    MIGUEL FERNÁNDEZ-PALACIOS

    El subconsciente

    Lo de Feijóo sería catastrófico, si no lo remedian antes los españoles votando o, como sería de desear, el mismo PP, con un mejor candidato. Porque no es ya sólo su gran ignorancia de la economía, como lamenta su mismo equipo y muestran las cifras de cómo ha dejado Galicia. Ni tampoco su total ignorancia del inglés, que nos dejaría debilitados ante un mundo globalizado. Ni tampoco su desconocimiento de la geografía e historia de la España entera que pretende mandar. No. Su actual desliz —¿desliz?— de que los cristianos hacen siglos que no matan a los que no lo son revela su subconsciente, profundo sentir de que el último gran enfrentamiento entre españoles, “la Cruzada” 1936-1939, fue, como decía el falangista en la novela de Malraux, la primera lucha de “buenos contra malos”. Eso justifica, mientras se pueda, seguir luchando con los buenos, como vemos incluso hoy. Urge, pues, buscar a alguien más presentable, aunque fuera otro Casado. Porque, para mal, si fuera con Feijóo, de la gran mayoría de sus mismos votantes, el PP ganará, seguro, las próximas elecciones, si el PSOE, como insisten ya algunos de su notables, no cambia a tiempo de candidato, un Sánchez ya “cansado” como el último González, con demasiadas crisis y, digamos, errores, tan graves como con Marruecos.

    MARTÍN SAGRERA

    Cartas de los Lectores