La justicia social en la era de la globalización

    23 feb 2024 / 09:06 H.
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    En un mundo globalizado como el actual, la justicia social debe ser el objetivo central que oriente todas las políticas internacionales, nacionales y regionales, ante la multitud de injusticias y el aluvión de violencias, que lo único que propician es aumentar los dramas de la miseria, gravando el desarrollo solidario e impidiendo el establecimiento de una sociedad humana y equitativa. Por eso, es primordial tomar conciencia de la realidad presente y formar en sus deberes futuros a los jóvenes, que van a ser en un tiempo próximo, los responsables de los diversos engranajes de la sociedad. Lo más hermoso de la vida, desde luego, radica en interesarnos los unos por los otros. El estado salvaje e indigno que sufrimos en todos los continentes, nos hace más bárbaro que persona sensible. Al fin y al cabo, el espíritu natural nos hace ver, y debe también hacernos cohabitarlo, el uno para todos y el todo para cada uno. Es público y notorio, pues, que no seguimos estas directrices congénitas. El planeta se enfrenta a retos existenciales como jamás, pero la comunidad mundial ahora globalizada, en vez de conciliarse, está cada día más fragmentada y dividida. Precisamente, hace unos días el titular de la ONU señaló en la Conferencia de Seguridad en Múnich, que la comunidad internacional debe reforzar la arquitectura global de paz y seguridad para hacer frente a los desafíos reinantes. Es más, llegó a afirmar que “si los países cumplieran las obligaciones que les impone la Carta de la ONU, todas las personas de la tierra vivirían en paz”. Ciertamente, por desgracia, los gobiernos de todas las latitudes suelen hacer caso omiso de estos compromisos y millones de civiles están pagando un precio terrible, con cifras récord de personas muertas o que son obligadas a huir.

    Indudablemente, promoviendo una agenda de globalización justa centrada en los derechos fundamentales, unido a un trabajo decente, con el aval de la protección social y el diálogo permanente, mejoraríamos los ambientes con la fuerza de la cohesión, respetando sus características peculiares. Quizás sea saludable, por consiguiente, repensar estilos nuevos de vida. A mi juicio, tenemos que salir de esta atmósfera de apariencias, de cultos engañosos y de culturas necias, fomentando la alegría de coexistir, desviviéndonos entre sí por los demás. Esto es lo que nos hace más humanos y también más enérgicos; el estar bullendo a corazón abierto y, al tiempo, conviviendo con la cultura del abrazo como inquietud de guía. Abandonemos las cadenas que nos oprimen, protejamos horizontes libres. Lo que no es de recibo, por tanto, es negar la concordia que nos une desde el origen; y, por ello, tenemos que ser más honestos. La honradez, quizás sea el primer precepto de la amistad, lo que conlleva un camino en rectitud de juego limpio, con un horizonte de sueños al alcance humanitario del bien colectivo. Sin embargo, tenemos un déficit de esperanza. Cuesta creerlo, pero es así, y aunque hayamos alcanzado niveles de desarrollo verdaderamente ventajosos, el horizonte de las desigualdades y el volcán de los conflictos nos están deshumanizando por completo, con hechos verdaderamente crueles e inhumanos. En consecuencia, tampoco me extraña que cada vez haya más partidarios de crear una Coalición Mundial por la Justicia Social de universal alcance. En efecto, hemos de centrarlo todo en la ciudadanía y sustentarlo en los derechos, con las recíprocas obligaciones. Ahí radica la clave, en salir de este mundo de tormentos, políticamente interesados, que nos esclavizan y nos impiden volar en relación. El espíritu creativo que todos llevamos consigo, debemos ponerlo en acción. Sin duda, hace falta reaccionar ante la multitud de abusos que nos están dejando sin fuerza, mejorando el nivel de vida en todo el cosmos, superando el huracán de la indiferencia y reconstruyendo juntos una sociedad más viva familiarmente e inclusiva, como hogar de un linaje pensante. Porque, realmente, todo se cultiva. No es posible cruzarse de brazos, y conformarse con lo conseguido hasta ahora. La solidaridad como la justicia o la misma ternura, hay que trabajarlas a diario; y más, ahora, abriéndonos al mundo, pero tampoco como instrumento de dominación, sino como servidores de los que no tienen voz, reivindicando la mayor de las justicias sociales, el nosotros como especie, con un proyecto de vida decente para todos.

    VÍCTOR CORCOBA HERRERO

    La democracia y la coherencia

    El 20 de noviembre del año 1975 fallece Franco y alguien tiene que gobernar. En el año 1978 se edita una Constitución y se formula una consulta a los ciudadanos para ver su aceptación. En dicho estatuto ni tan siquiera se nombra a Dios. Sin embargo, muchos obispos de la Iglesia católica no veían ningún inconveniente para que la aceptasen los católicos. Yo vote que no. Con esta democracia liberal, yo, que nací en 1936 y por tanto ya tenía conocimiento de lo que pasaba en Europa, vi que eso nos vendría bien. Yo soy católico y, a pesar de mis pecados y debilidades, he procurado ser coherente y mantener mi fe. Entiendo que muchas personas que ahora se lamentan de la situación gravísima que padecemos, o bien no habían nacido o bien ignoraban la que se nos venía encima. Yo no creo que fueran incoherentes, pero como desconocían lo que ya estaba sucediendo en las naciones europeas, los engañaron. El pueblo español ha sido siempre engañado y traicionado por sus enemigos, con el apoyo de la jerarquía cismática de la Iglesia católica, desacralizada y mundanizada. Si queremos recuperar nuestros valores cristianos, tenemos que ser coherentes, reconocer que nos engañaron y rebelarse contra este sistema maléfico antes de que sea demasiado tarde.

    JAIME FOMPEROSA APARICIO / SANTANDER

    Jamás tan cerca

    Corría 1947, hacía pocos meses que había estallado la Guerra Fría, cuando un nutrido grupo de científicos puso en marcha un mecanismo simbólico para mostrar la sensación de peligro de sucesos catastróficos relacionados con la supervivencia y el desarrollo de la humanidad ante la amenaza de armas nucleares y de destrucción masiva, al que luego se le irían sumando la emergencia climática, las enfermedades y la inteligencia artificial. Es el “Reloj del Apocalipsis”, y sus manecillas se acercan o se alejan del instante fatídico según los acontecimientos mundiales. En 1947, comienzo de esta herramienta simbólica, la medianoche estaba a 7 minutos; en 1991 con la caída del muro de Berlín a 17; pero ahora, con el mundo tan revuelto, nos situamos a solo 90 segundos del tétrico final de los tiempos.

    MIGUEL FERNÁNDEZ-PALACIOS GORDON / MADRID




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