La integridad y veracidad de las personas

    01 feb 2023 / 18:27 H.
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    La integridad y veracidad de las personas

    La integridad moral de no pocas personas se ve empañada con frecuencia por la falta de veracidad, es decir, hablando con claridad, por el engaño y la mentira. Esto lo podemos apreciar claramente y sin ambages en la vida política, artística, social, comercial... Esta actitud crea un clima de desapego y desconfianza hacia esas personas e incluso hacia las instituciones que las respaldan. Es, por ejemplo, el reciente caso de un personaje público acusado de un “supuesto” delito: interrogado cuatro veces por los poderes públicos correspondientes ha ofrecido cuatro versiones distintas de los hechos. La verdad es una, indudablemente, pero puede ser sesgada o tergiversada total o parcialmente en aras de torcidos y retorcidos intereses. Es el “quid” que permite que una persona acabe totalmente desacreditada perdiendo el aprecio, la estima y la confianza de cuantos le rodean. Por eso es necesaria la transparencia, la rectitud de intención que indudablemente conducen a la credibilidad y a la honorabilidad. Se pueden cometer, y se cometen, errores de menor o mayor magnitud en la vida pública y privada. Pero si se ofrece un reconocimiento y, sobre todo, una acertada rectificación, el hecho no afecta a esa credibilidad y honorabilidad comentadas antes, porque se acepta la responsabilidad. Pero tratar de eludir, querer distanciarse de ello, equivale a aflorar la desconfianza de los demás. Y eso es lo que está perdiendo a tantas personas destacadas del mundo de la política, del arte, de la economía o de la sociedad.

    JUAN ANTONIO NARVÁEZ / ÚBEDA

    Invierno: días de Adviento, días de Navidad

    Navidad, cuyo origen según nos dice el historiador y erudito, Caro Baroja, podemos encontrar en el solsticio hiemal en que el pueblo celta rendía culto a Saturno, eligiendo la iglesia esta fecha para celebrar y exaltar el nacimiento del Niño Dios. Al llegar estas fechas siempre recuerdo, con una cierta nostalgia, aquellas otras pasadas en casa en de mi abuelo, aquí en mi pueblo, Villargordo, donde entonces existía la tradicional costumbre de que después de cenar, por alguna que otra casa, se reunían familias, vecinos y amigos y juntos celebraban los “zambombeos”, como a estas reuniones se llamaba ya que además de buscar un rato de distracción y convivencia, el principal objetivo era tocar las zambombas, por lo que se le daba este nombre. También se cantaban coplillas, antiguos romances y tradicionales villancicos: cantos de la tierra que, en muchas de sus composiciones, para nada mencionaban la festividad que se aproximaba, sino que eran sones que el pueblo humilde en el Siglo de Oro cantaba en celebraciones como nacimientos, enlaces, terminación de cosechas, etcétera. Eran interpretadas por gente sencilla, a los que se llamaban villanos, acompañándose de instrumentos improvisados confeccionados con objetos del ajuar doméstico: colleras de campanillas, botellas de cristal con relieve a las que se rascaba con el mango de una cuchara o un tenedor y cántaros a los que se golpeaba en la boca con la suela de una alpargata produciendo un peculiar ruido, entre otros, pero siendo siempre el instrumento estrella la zambomba, por todos conocida. Para hacerla sonar, se humedecía la palma de la mano friccionándose el carrizo de arriba abajo, dando un sonido inconfundible entre ronco, estridente y quejumbroso, siendo la simbología sexual evidente, por lo que el mozo que la tocaba dirigía una mirada y una sonrisa pícara a la moza de su preferencia y entendiendo ésta perfectamente el mensaje, se hacía la distraída Después de la copiosa cena, siempre había pandillas de amigos y vecinos que con una bota de vino y una botella de aguardiente, tocando las zambombas, alegres, salían por las calles haciendo su recorrido y parando en alguna que otra casa, donde eran obsequiados con borrachuelos y bebidas artesanales como el resoli y mistela que, en ocasiones, en las mismas casas se hacía con aguardiente carrasqueño rebajado con agua, añadiendo azúcar e hierbas aromáticas. A estas pandillas de hombres, que por las calles salían, se les llamaba “aguilanderos”. La clara y amarillenta luz de la luna invernal sacaba brillo al empedrado de la oscura y desierta calle cubierta por la blanca y crujiente escarcha que lentamente todo lo iba cubriendo y rompiendo el silencio de la noche, los “aguilanderos”, con sus cantos y su música, parecían traer hasta nuestro pueblo los sones arabigoandaluces, transportando a quienes los escuchaban a lejanos tiempos remotos.

    TOMÁS LENDÍNEZ GARCÍA / VILLARGORDO

    Salvación

    Yo me preguntó: ¿Y Cristo dónde está? Los que tenían que dar la cara son “perros
    que no ladran”; aquí, como Pilatos, todos nos lavamos las manos; como decían los ratones: ¿Quién pone el cascabel al
    gato? Repetiré lo de siempre, solo hay un salvador, Cristo, con el que lo tenemos todo, sin él no tenemos nada. Queda un resto que permanece fiel, pero como los que tenían que hablar no hablan, puede ser que no tarde mucho en que vuelva él mismo a salvar a los que liberó de la esclavitud de Satanás y de la muerte eterna.

    JAIME FOMPEROSA

    Cartas de los Lectores